Sebastião Salgado: «He convivido con 12 tribus de la Amazonia, y con todos se da una unidad: lo que es esencial para mí, es esencial para ellos»
Una humanidad única en un lugar incomparable, en el pulmón del planeta. El mejor fotógrafo del mundo nos explica 'Amazônia', la exposición que inaugura en Madrid y que promete un viaje al origen de toda belleza: el corazón que nutre al ojo del que mira
Es cierto lo que defiende Sebastião Salgado (Aimorés, Minas Gerais, Brasil, 1944): el fotógrafo se sitúa ante la realidad con su visión, con su herencia cultural, con todo lo que es. Pero este hombre, que a sus casi 80 años ha buceado en los rincones más recónditos de este mundo que tanto ama, enamorado de lo que ve, ha aprendido también a mirarlo.
Para mirar, coincide, hay que entrar en las cosas, hay que establecer una relación total con ellas. Y, aun así, cuando Salgado te clava su profundísima mirada sólo existes tú para él, pero no te invade, no te manipula, no se aprovecha de su poder. Siente un respeto infinito por lo que se sitúa ante él, es dueño de una curiosidad inacabable ante el ser humano que se cruza en su camino (o en su objetivo); curiosidad que no decrece con los años: su conocimiento va parejo a su humildad.
58 viajes, 7 años y 12 tribus después, el fotógrafo sociodocumental presenta ahora 'Amazônia', un proyecto colosal al que ha dedicado los últimos nueve años de su vida y que ha sintetizado en 200 fotografías, siete películas y una banda sonora de Jean Michel-Jarre que ambienta los sonidos de este paraíso brasileño en peligro de extinción.
La selva amazónica es, desde luego, su naturaleza, pero también sus gentes: «Amaban como yo amaba», relata emocionado a El Debate sobre su primer viaje al Amazonas virgen (que él denomina, en su español cantarín, «prístino»), que ya plasmó en un fotolibro con el mismo nombre. Ahora, recorremos con él la exposición, que podrá visitarse en el Fernán Gómez de Madrid hasta el 14 de enero de 2024, extasiándonos con él ante la belleza que capta, ante la belleza que vive, porque cada clic contiene toda su vida. Y siempre en blanco y negro, «para resaltar la dignidad de las personas».
–¿Qué vamos a encontrar en la exposición 'Amazônia'?
–Es una exposición muy grande. Hay más de 200 fotografías colgadas, pero hay mucho más: una presentación estética e informativa con las fotografías y también una serie de entrevistas con líderes indígenas, que aportan un punto de vista social y político sobre el Amazonas. Además, hay dos proyecciones relativamente grandes: una de más de 100 fotografías de retratos de indígenas, con una música muy especial, compuesta para esta proyección, con sonidos, instrumentos y voces indígenas; y otra de paisajes de la Amazonia, también con música, en este caso del compositor de clásica brasileño Héctor Villalobos, que habla sobre el origen del río Amazonas. Además, presentaremos el proyecto ambiental que hemos puesto en marcha en Brasil, en la antigua hacienda de mis padres, el Instituto Terra: hemos plantado más de tres millones de árboles y lo hemos convertido en un parque nacional. Es un conjunto de información muy fuerte e interesante, y que cuando salgas de ver la exposición no seas la misma persona que cuando entraste. Necesitamos que la gente se sensibilice con lo que ocurre en la Amazonia, porque la única forma de proteger este ecosistema es si trabajamos todos juntos en ello.
–Afirma que los incendios, la explotación ganadera, la destrucción que llevan a cabo las fábricas... es un 17 % del Amazona. ¿Su corazón permanece intacto? ¿Es lo que quiere mostrar?
–Hemos querido presentar una Amazonia prístina, la Amazonia real. Lo que se ve en mis fotografías es ese 83 % de la Amazonia que no ha sido destruida: está ahí, y tenemos la posibilidad de conservarla, juntos. Lo que yo muestro es este «paraíso en la tierra», que es realmente un paraíso: un espacio inmenso, que sólo en la parte brasileña (el 65 %) es diez veces el territorio de España, ¡y son nueve países amazónicos! El planeta depende de este paraíso, y de ahí la necesidad de esta exposición: necesitamos tomar conciencia y exigir a los políticos y al sistema económico que reduzcan la presión sobre la Amazonia.
La Amazonia es el paraíso en la tierra, y de ella depende nuestro planeta
–¿Puede ser la belleza una forma de denuncia y reivindicación?
–Lo que presentamos en esta exposición es muy importante: se trata de un muestreo de las comunidades indígenas. Yo he trabajado con 12 tribus distintas, pero hay más de 200, y para conocerlas a todas habría necesitado 30 o 40 años. Con algunas he llegado a convivir cinco meses, y en total he pasado con ellos unos siete años. Las fotografías han sido realizadas en partes distintas de la Amazonia, para mostrar la diversidad de tribus, de fauna, de sistemas de floresta, de aguas, los ríos aéreos (muchas de las lluvias que llegan a España proceden del Amazonas)... El espacio amazónico es el único en el planeta, más allá de los océanos, con una capacidad de evaporación que introduce humedad en el aire hasta el punto de provocar lluvias. Los grandes árboles de Amazonia colocan en la atmósfera en torno a 1.200 litros de agua al día, ¡y hay billones de árboles! Es un sistema de humedad colosal. Se forman estos ríos aéreos, que son como los nimbos (nubes de diez kilómetros de altura), que el viento desplaza por el planeta garantizando la distribución de la humedad y de las lluvias. Esto es lo importante: hay mucha información, mucho texto, pero la belleza es importante. Por eso he querido mostrar el paraíso: para que la gente se enamore del Amazonas, aunque también he hecho fotografías de esa Amazonia destruida con las que he realizado otra exposición itinerante, 'Herida'.
He convivido con 12 tribus del Amazonas por un tiempo total de siete años
–Dice que pretende que la gente no salga igual de la exposición que cuando entró. ¿Qué le pasó a usted la primera vez que entró en el Amazonas?
–Fue una emoción enorme. En una ocasión estábamos trabajando con una comunidad indígena, con el apoyo de la Fuerza Aérea del Ejército de Brasil, que es la entidad que tiene representación en toda la Amazonia, y aceptaron que volara con ellos. Por eso yo he tenido acceso a lugares que nadie más ha visto. Íbamos en un helicóptero enorme, militar, mi mujer y yo, y llevábamos unos cascos canceladores de ruido. Cuando me di la vuelta para mirarla, ella estaba llorando. Las lágrimas le inundaban el rostro al ver esta belleza colosal. De todos los sitios que he visto en el planeta, la Amazonia y la Antártica son los más espectaculares. Son algo fuera de lo común. En Amazonas hay sistemas de ríos colosales: una vez salí de la ciudad de Manaos en un barco (suelo hacer muchas fotografías desde los barcos), y navegué 37 días sin pisar tierra.
–Ha realizado 58 viajes a la Amazonia. ¿Lo siente como su casa?
–La primera vez que fui estaba lleno de preguntas. Iba a trabajar con una comunidad indígena yanomami, muy aislada. Eran los años 80 y la Amazonia estaba totalmente protegida, prístina, pura. Me preguntaba: ¿cómo me voy a integrar? ¿Cómo me voy a comunicar con esta gente? Pero pasé dos horas con ellos y yo estaba totalmente integrado: ya era mi casa, aunque no hablara su lengua. Era mi comunidad, porque era una comunidad humana. Sin embargo, cuando he vivido por ejemplo con elefantes, me ha sido enormemente difícil comprender su sistema lógico racional, y lo mismo con las ballenas. Pero se da una unidad con todos los hombres: lo que es esencial para mí, es esencial para ellos. Aman como yo amo. Tienen el sentido de la comunidad que yo tengo, el sentido de la solidaridad que yo tengo. Tenemos los mismos principios esenciales. Somos parte de la misma especie, y no hay diferencia entre nosotros, que vivimos en Europa en el inicio del siglo XXI, y estos indígenas de la Amazonia, que viven como nosotros vivíamos hace 10.000 años. La esencia es la misma.
No hay diferencia entre nosotros y estos indígenas de la Amazonia, que viven como nosotros vivíamos hace 10.000 años
–¿Cree que la ecología se ha convertido en ideología?
–No. No creo que la ecología se transforme en un punto de enfrentamiento, porque esa no es su lógica. Lo que sí creo es que se ha transformado ya en una ciencia política. Es relevante porque de ella depende la supervivencia de nuestra especie, totalmente amenazada por tres condiciones: la falta de agua debido a la destrucción de las florestas, el calentamiento global (cuando se produzca el deshielo, un país como España va a perder más del 80 % de su territorio) y, lo más grave, la pérdida de biodiversidad. En los últimos 40 años un país como Alemania ha perdido el 70 % de su biodiversidad, lo que hace difícil que el resto de especies sobrevivan. Por eso creo que es importante abrir los ojos al problema ecológico, y esto no nos va a llevar a un enfrentamiento, sino a nuestra supervivencia.
La fotografía, una forma de mirar
–Cuando hace fotografías, ¿necesita mantener una distancia con lo que mira o entrar en relación con ello?
–Necesito una relación total con ello. Para hacer fotografías me tengo que integrar. En realidad, el fotógrafo está ahí, está presente, llega con su voluntad de fotografiar y con toda su herencia cultural, pero es la comunidad quien decide «recibir» las fotografías. Para eso, el fotógrafo tiene que tener una verdadera integración, una verdadera penetración. Al final, el fotógrafo aprieta el botón de la cámara, pero son las personas quienes te regalan la fotografía.
Para hacer fotografías necesito una relación total con lo que miro, necesito integrarme
–¿Cambia su relación con la realidad observada cuando la fotografía?
–Realmente no. A lo largo de los años he hecho muchísimos amigos indígenas, amistades muy puras, aunque la relación con ellos es distinta a la nuestra, porque viven en comunidades pequeñas, aisladas. Pero un amigo allí es un «Amigo» con mayúsculas. No conocen la mentira, no conocen la represión. Una vez, un niñito de cinco o seis años estaba trepando a un árbol de 15 metros de altura. Yo miré a su madre, pero no tienen en su vocabulario la palabra «no», porque no existe la represión: el niño va a aprender naturalmente. Me pasó también una vez que intentaba fotografiar a unos niños, que no paraban quietos, saltando delante de la cámara. La intérprete me dijo que no era posible «pedirles» que pararan. La relación que se crea con estas personas es fuerte, espiritual, muy real. Es una amistad importante. Los indígenas son muy interesantes: a veces he visitado decenas de aldeas, todas pertenecientes a una misma tribu, y he ido estableciendo relaciones muy potentes. Y puede ser que esté en la «casa grande», donde caben cien o doscientas personas, y venga alguien de otra aldea y solo hable contigo, porque eres tú al que ha venido a visitar. Si está ahí, es para ti. Eso no se olvida jamás.
–Suele repetir que si pones a dos fotógrafos a mirar una misma realidad, nunca harán la misma fotografía. ¿Cómo describiría su forma de mirar?
–Mi forma de mirar es mi herencia. Es de donde vengo, es mi padre y mi padre, es las luces que conocí cuando era niño, las relaciones que hice, el bagaje cultural que porto conmigo y con el que he construido todo un sistema de ideas y un aparato de información. Todo esto se pone en juego en el momento en el que hago una fotografía, todo está presente; instintivamente, está dentro de mí. Dos personas hacemos dos fotografías muy distintas porque somos dos personas muy distintas. Tenemos que reflejar la información que está delante de nosotros, pero de una forma profundamente subjetiva. Porque uno interviene en la realidad con toda su herencia de vida.
Uno interviene en la realidad con toda su herencia de vida
–Después de ir a tantos lugares, de conocer a tantas personas y culturas, ¿cree que hay algo común a todos los seres humanos, un mismo corazón?
–Absolutamente. Yo conozco más de 130 países en el mundo y somos la misma especie. No hay diferencia. Hay personas hoy en la Amazonia que entraron en América en la última glaciación, cuando el estrecho de Bering se transformó en un puente. Durante algunos miles de años, pequeños grupos han penetrado desde distintas partes de Asia, que es un continente vastísimo, y lo han hecho con cientos de años de diferencia. Estos grupos que iban entrando en América acabaron llegando a la Amazonia, y por eso existen allí tantas culturas con tantas lenguas distintas. Pero lo esencial de la especie la compartimos, ya sea en Asia, en África, en Europa o en América. De hecho, la información «más lejana» que tenemos de nuestra especie llega sólo hasta los 70.000 años, y proviene del este de África. Desde allí, caminamos hasta el sur y el oeste, y entramos en Europa, que fue durante miles de años un continente negro. Empezaron las inmigraciones de Irak y Turquía a Europa, lo que clareó la piel de la gente. Y entonces caminamos hacia Asia. Cuando hace 500 años se produjeron las expediciones a América, a través de los españoles, los portugueses y los ingleses, la gente que se encontraron había llegado allí hacía 20.000 años, ¡pero el origen es el mismo! De hecho los españoles y los portugueses tuvieron hijos con las mujeres indígenas: biológicamente eran la misma especie. Por eso el racismo es la mayor estupidez que existe: si un africano entra en España es exactamente igual que los españoles.
–¿Encuentra algo común en los seres humanos a la hora de mirar lo trascendente?
–Yo no soy creyente, pero sí creo en la realidad, en lo que veo, en lo que hemos construido. Y creo en la evolución de las especies. Si hay un orden superior, para mí es ese: el que nos ha llevado a llegar a donde estamos hoy. En las tribus, algunas tienen ritos sagrados y relación con lo sobrenatural, otras en cambio encuentran el sentido en la naturaleza. En la Amazonia hay quienes, como nosotros, creen en Dios, en un ser superior que cuida de todo; otros, en cambio, creen en la lluvia, el sol y los árboles. Lo mismo sucede con creencias como la monogamia. Conviví con una tribu en la que las mujeres se casaban con diferentes maridos, dependiendo de su oficio: el pescador, el cazador, el agricultor... Nosotros tenemos avances científicos y médicos, pero ellos una ciencia a veces más sofisticada que la nuestra, porque proviene de la sabiduría. Tienen ungüentos, remedios y conocen las plantas y sus propiedades. Pueden lanzar una flecha y dependiendo de la inclinación de las plumas, saben el lugar exacto en el que va a caer, como un giroscopio.
*La exposición 'Amazônia' se puede visitar del 13 de septiembre al 14 de enero en el Teatro Fernán Gómez, Centro Cultural de la Villa. Zúrich es patrocinador principal y patrocinan también Teléfonica y Redeia.