Fundado en 1910

'El Juli ejecuta un remate al toro durante la Feria de San Isidro en 2022GTRES

Premio Nacional de Tauromaquia

¿Es El Juli el torero más completo de la historia reciente?

Su flamante Premio Nacional de Tauromaquia, una distinción que cumple 11 años y solo se ha concedido a cinco matadores, reafirma la idea de un dominio que se forjó en el ruedo y trasciende a él

Muchos dicen que no ha habido torero más completo que Luis Miguel Dominguín, que hasta se subía al caballo para picar a sus toros. Luis Miguel era el número uno porque lo hizo todo y (casi) todo bien. Nunca se vio a El Juli picar uno de sus toros, pero banderilleó mejor que el pequeño de los Dominguín, que ya se ha dicho que era el mejor.

Un Dominguín rubio

El padre de Miguel Bosé fue contemporáneo de figuras como Antonio Bienvenida o Pepe Luis Vázquez, al lado, y por encima, de las que siempre estuvo. Cuando El Juli apareció muchos vieron al nuevo Dominguín rubio, menos espigado, menos mundano y menos orgulloso, pero igualmente dominador de la suerte y de los terrenos, conocedor del sitio y de los vientos como un dios del ruedo.

Uno piensa en toreros en los últimos 25 años y no encuentra la completitud (pasmosa en los inicios) de El Juli. Un torero de chicle en el sentido metafórico del hombre que se estira en formas increíbles como el Sr. Fantástico de Los Cuatro Fantásticos para llegar a todos los rincones de la plaza. Nunca hubo una lidia dejada de la mirada del madrileño, un Freud del psicoanálisis taurino.

Y cómo tal, como terapia íntima, solitaria, aunque expuesta, fue tantas veces incomprendida más allá del triunfo del que nunca anduvo lejos porque siempre supo donde encontrarlo, por remoto que fuese. Si uno se fijaba en el ruedo en El Juli, siempre estaba en el lugar adecuado, incluso antes de que tuviera que estar. Y cuando no lo estaba era por alguna razón incomprensible para el género humano, que no para el género juliano.

Como Luis Miguel, el número uno, Julián rivalizó con grandes toreros de su época y de todos los tiempos y a todos les contempló: Tomás, Ponce, Morante... Ninguno de ellos alcanzó la gran característica del niño prodigio, que era la citada completitud. No era el mejor en nada (sí, por ejemplo, en la regularidad tan «poncista»), pero sí de los mejores en todo, habiendo tocado en cada suerte la cumbre de su tiempo.

«El castigo de Dios»

El niño que lo sabía todo de los toros y que pasó de la competición a las sensaciones como de la juventud a la madurez. No hace mucho, en una de sus últimas entrevistas, dijo que tenía más dentro de lo que había podido desarrollar «y ese es un castigo que Dios me ha dado»: la revelación de la verdad insondable de El Juli, más que el castigo divino, que no fue tanto, del torero en el que, si uno se fijaba bien, más allá del capote, la muleta o la espada, podía sentir que estaba a punto de salírsele el alma de torería.