Miguel de Unamuno, el fan absoluto de Kierkegaard que aprendió el danés solo para poder leerle en su lengua
La visita de los Reyes de España a Dinamarca ha sacado a la luz las cartas a un hispanista local que demuestran el entusiasmo y la influencia del español por el padre del existencialismo
Miguel de Unamuno, en los tiempos como rector de la Universidad de Salamanca, escribió al hispanista danés Carl Bartli: «Sigo con Kierkegaard al que me he propuesto leerlo entero». Como García Márquez se propuso con Faulkner (sin conseguirlo), el escritor bilbaíno quiso descifrar al copenhaguense, más que por necesidad de descubir la maquinaria secreta de la prosa, para descubrir los secretos cifrados del existencialismo compartido por ambos.
«Cada día me interesa más», le dijo Unamuno a Bartli en otra de sus cartas. El filósofo en cuya obra el otro filósofo encontró y quiso encontrar más, seguro de hallarlas al fin, respuestas a las inquietudes existenciales que nacían de Dios y de la vida. «Mi hermano», llegó a llamarle en una conexión intelectual máxima, a pesar de sus múltiple posturas contrapuestas, quizá, como el «hermano», el polo opuesto, pero cercano que le inspiró en una conexión íntima.
La búsqueda de Dios y de la Verdad
La Niebla de Unamuno y la niebla del Diario de un seductor de Kierkegaard. La niebla como pantalla del existencialismo que quizá les unió. La niebla como la dificultad de encontrar una respuesta allí donde se encuentra la etapa, la posta existencialista de la religiosidad, donde confluyen la angustia y el desencanto como diferentes salidas (o entradas). En realidad fue algo así como si se encontraran por el camino en busca de Dios, o como si Unamuno hallara las huellas del camino por donde antes pasó Kierkegaard en busca de Dios.
Esas cartas, como un diario de viaje existencialista de Unamuno, guardadas en la Biblioteca de Copenhague, la ciudad que nunca visitó el español, a pesar de su intención: «Sigo con mi deseo de visitar esas tierras escandinavas, pero ¿cuándo? No lo sé», le dijo a Bratli, una suerte de confesor en la creencia «Kierkegaardiana» que era la búsqueda de Dios: dos filósofos misioneros en la tierra extraña e inmensa de la Fe.