El Debate de las Ideas
Conservatismo
Si retornamos a la palabra original latina, e indagamos qué significa servator, de donde deriva la palabra conservator, comprobaremos que con este término se alude a las ideas de guarda, observancia y salvación
Con ocasión del congreso celebrado en el Colegio Mayor de San Pablo en Madrid los pasados días 20 y 21 de octubre con el título «Conservatismo hoy» se suscitó una controversia en torno al término conservatismo, empleado por los organizadores, así como, de un modo mucho más profundo, sobre la cuestión relativa a qué significa «conservador» en términos políticos y cómo ha de interpretarse en nuestros días. Las siguientes reflexiones son un intento de clarificación de las dudas y objeciones planteadas en dicho congreso; el lector juzgará con qué fruto han sido hechas.
Señalaba Epicteto que en cuestiones de doctrina conviene comenzar considerando los nombres (initium doctrinae sit consideratio nominis), y es lo que nos proponemos en estas primeras reflexiones acerca de los términos «conservador» y «conservatismo». Y lo haremos comenzando por este último término determinado por el sufijo -ismo y que remite, por tanto, a las ideas de doctrina, escuela o corriente social o de pensamiento. Si bien antes de cualquier otra consideración surge una primera cuestión terminológica, a saber, ¿por qué se ha optado por «conservatismo» y no por el más habitual y aceptado en España de «conservadurismo»? Sin obviar que la elección de uno u otro término tiene mucho de discrecional, cabe alegar en favor de la expresión conservatismo que este término se halla mucho más próximo a su origen en lengua latina (conservator) que conservadurismo, además, éste es un término que más bien parece derivarse no tanto de «conservador» como de «conservaduro», palabro que, se interprete como se interprete, suena evidentemente mal.
Conservador remitiría de este modo a un principio activo o a un agente capaz de mantener el vínculo necesario para la pervivencia de una cosa
Si tenemos en cuenta ambas consideraciones, la de su proximidad al original latino y la malsonancia del sufijo -durismo, hacen que, a nuestro juicio, sea preferible utilizar el término «conservatismo», admitido por otra parte por nuestra Real Academia, y no el más común de «conservadurismo». Asumiendo, claro está, que se trata de una cuestión de preferencia, pero ésta nos parece al menos tan legítima como la otra. No hay, pues, razón alguna de anglofilia por nuestra parte, sin dejar de considerar por ello que fue en el ámbito de habla inglesa donde la palabra conservador (conservative) arraigó de un modo particularmente hegemónico para designar las formas de pensamiento y las corrientes sociales y políticas vinculadas a posiciones de derecha y críticas con el radicalismo y la revolución. Y no sólo eso, sino que, como tendremos ocasión de señalar en otro momento, el conservatismo, entendido como respuesta articulada a la Revolución francesa nació en Inglaterra, por obra de Edmund Burke, si bien la acuñación del término conservador con su significación política tuvo su origen en Francia.
Si retornamos ahora a la palabra original latina, e indagamos qué significa servator, de donde deriva la palabra conservator, comprobaremos que con este término se alude a las ideas de guarda, observancia y salvación, lo que combinado con el prefijo con, que remite a la idea de unión o nexo, bien puede concluirse que conservar es la acción que preserva o guarda un vínculo entre dos o más elementos esenciales para la permanencia de una cosa en su existencia.
Conservador remitiría de este modo a un principio activo o a un agente capaz de mantener el vínculo necesario para la pervivencia de una cosa. Reflexiones éstas que, si bien puede ser comprendidas en sí mismas, alcanzan sin embargo su más plena compresión cuando son referidas a otro u otros términos que le sirven de opuesto y con el que forman un par o dupla, de modo que en su contraste sus respectivos significados se completan y esclarecen. Así sucede, por ejemplo, con los términos latinos magister-minister o pater-mater. Procede, por tanto, preguntarse cuál sería el par opuesto y complementario a conservator. Y en seguida aparecen un conjunto de palabras definidas por el determinante -des o -di, como dissolutio, destructio o deformatio. Todas ellas susceptibles de ser contrapuestas a la idea de conservación. Pero, a nuestro juicio, la palabra que en latín se opondría más claramente a conservator, y con el que formaría un par de sentido-oposición, es el término corruptor. Uno y otro termino –conservador y corruptor– están determinados mediante el prefijo -co(n), por lo que ambos aluden, como ya se ha dicho, a la existencia de dos o más elementos vinculados y constitutivos de una cosa, pero en tanto que con el término conservación se significa la guarda o preservación de ese vínculo constitutivo y, por tanto, de la cosa misma; en el caso de la corrupción se significa su contrario, es decir, la ruptura o quiebra de dicho vínculo y, por tanto, la consecuente perdición o disolución de la cosa.
En cuanto al término «conservador» en su acepción política, existe un amplio consenso en situar su origen en la Francia de la Restauración
Ciertamente, de esta etimología latina no cabe deducir connotación política alguna, no al menos directa e inmediatamente. Y, sin embargo, cuando estalle la Revolución en 1789, y con ella nazcan casi todas las categorías políticas dominantes hoy, es decir, «derecha»/«izquierda», «liberal»/«conservador», «reaccionario»/«progresista», amén de los términos «socialismo» o «comunismo», la elección del término «conservador» no será por entero arbitraria. Y no lo será porque con dicho término se aludirá a la ruptura de un vínculo de la máxima relevancia para la vida de los hombres y de los pueblos, a saber, el vínculo existente entre el presente y el pasado. La Revolución antes y sobre cualquier otra cosa entraña la simbolización de la ruptura con la tradición, la quiebra del nexo vital e histórico del presente con su pasado.
En cuanto al término «conservador» en su acepción política, existe un amplio consenso en situar su origen en la Francia de la Restauración, y más en concreto en la edición de la Revista de orientación legitimista Le Conservateur en 1818. Ahora bien, que el termino surgiera en Francia no implica que lo hiciera la «cosa» designada con dicha palabra; y puesto que lo normal es que un nombre designe una realidad previamente existente, hay que sospechar que cuando surge una palabra nueva o ya existente pero que sin embargo ha sufrido un cambio en su significación, es porque ha surgido una realidad hasta ese momento desconocida o inexistente. Y aquí lo nuevo se halla en la floración de diversas posiciones políticas que toman su causa en el acontecimiento revolucionario que rasgará la historia de Francia y de Europa en un «antes» y un «después». Acontecimiento que obligó, y aún hoy obliga, a los hombres y los pueblos a posicionarse de un modo o de otro frente a la Gran Revolución. Unos a favor, con todos los matices, grados y formas que se quieran; y otros en contra, igualmente con sus matices, grados y formas. Y no hace falta decir que entre éstos últimos se halla el conservatismo. De hecho, bien puede concluirse de la subsistencia de dichos términos políticos, a pesar de los mil y un intentos de prescindir de ellos durante los dos últimos siglos, la confirmación de que la etapa histórica inaugurada por la Revolución francesa no ha concluido, y que nuestra época permanece bajo su signo. En palabras de Augusto del Noce, «la Revolución con mayúscula y sin plural, es el evento único, doloroso como el trabajo de parto, que funciona como pasaje del reino de la necesidad al de la libertad representado –como no puede ser de otra manera– a través de una simple negación de las instituciones y de las ideas del pasado». Pero si esto es así, como creemos, el conservatismo mantiene igualmente toda su actualidad política en la misma medida que la tiene el hecho al que procuró dar respuesta, es decir, la Revolución.