Tres poemas de Alberti, el comisario fanático y vividor al que expulsaron de Francia por «comunista peligroso»
Se dice que fue antes un agitador del Frente Popular que un poeta. Los distintos testimonios de sus contemporáneos o el sentido homenaje al «camarada Stalin» abundan en más que una idea
A Rafael Alberti le acusaron de lo que era hasta los de su bando. Durante la Guerra Civil tuvo su apogeo el Alberti esencial, más allá del anciano venerable de melena blanca que se presentó del brazo de La Pasionaria en la apertura de las primeras cortes de la democracia española totalmente rehabilitado de sus muchos desmanes y más que dudoso pasado.
El poeta que durante la guerra escribió poco y vivió mucho en Madrid y bien, hasta Miguel Hernández le recriminó su hipocresía y crueldad. Con su amigo Lorca, al que envidiaba sabedor de su inferioridad artística, rompió por su alejamiento del arte y del sentido común y su acercamiento al sectarismo de la barbarie del comunismo soviético. Todos sus compañeros de la generación del 27, todos de izquierdas, le rechazaron por esto.
Alberti descubrió que se vivía mejor como propagandista principal del marxismo que como lírico a la sombra de los que eran mejores que él sin solución, lo cual no quiere decir que fuese un mal vate, solo que otros lo fueron mayores, y más en aquel grupo de excelencia.
Quizá la anécdota más famosa que define quién fue Alberti en aquellos tiempos y luego en todo el resto fue la de Miguel Hernández. Alberti y su mujer Marisa León vivían como marqueses en plena guerra en el confiscado por los republicanos Palacio de los Marqueses de Heredia-Spinola. Allí se presentó el comprometido con los milicianos poeta oriolano, y al ver la abundancia y el lujo de la mesa, profirió airado: «¡Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta!».
A Hernández Alberti también le tenía envidia y dicen que por eso no le protegió (sí lo hizo, en cambio, el falangista Sánchez Mazas, a quien Alberti señaló en sus panfletos) cuando pudo desde la embajada argentina. Un prodigio de humanidad del que cuentan que se había vuelto adicto al caviar ruso que le enviaban por valija diplomática hasta su palacio de marqués, adonde también llegaban el mejor jamón de Jabugo o las mejores gambas de Huelva mientras el pueblo sufría las consecuencias del asedio de las tropas franquistas.
TRES poemas de rafael alberti:
- LA PALOMA
Se equivocó la paloma
se equivocaba.
Por ir al norte, fue al sur
creyó que el trigo era agua,
se equivocaba.
Creyó que el mar era el cielo
que la noche, la mañana,
se equivocaba,
se equivocaba.
Que las estrellas, rocío
que la calor, la nevada,
se equivocaba,
se equivocaba.
Que tu falda era tu blusa
que tu corazón, su casa,
se equivocaba,
se equivocaba.
Ella se durmió en la orilla,
tú en la cumbre de una rama.
Creyó que el mar era el cielo
que la noche, la mañana
se equivocaba,
se equivocaba.
Que las estrellas, rocío
que la calor, la nevada,
se equivocaba,
se equivocaba.
Que tu falda era tu blusa
que tu corazón, su casa,
se equivocaba,
se equivocaba… - A GALOPAR
Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan,
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo
caballo de espuma
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo
que la tierra es tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar! - REDOBLE LENTO POR LA MUERTE DE STALIN
(…) no hay razas, no hay pueblos, no hay rincones, no hay partículas mínimas del mundo en donde no penetre la voz que va llegando, la voz que tristemente nos lo anuncia.
José Stalin ha muerto.
(…) No ha muerto Stalin. No has muerto. Que cada lágrima cante tu recuerdo. Que cada gemido cante tu recuerdo. Tu pueblo tiene tu forma, su voz tu viril acento.
(…) Los niños en sus canciones te cantarán que no has muerto. Los niños pobres del mundo, que no has muerto.
Y en las cárceles de España y en sus más perdidos pueblos dirán que no has muerto.
Y los esclavos hundidos, los amarillos, los negros, los más olvidados tristes, los más rotos sin consuelo, dirán que no has muerto.
La Tierra toda girando, que no has muerto. Lenin, junto a ti dormido, también dirá que no has muerto.
A paseo se llamaba con asombrosa crueldad su columna del panfleto El Mono Azul, desde la que señaló a antiguos amigos como Sánchez Mazas o Giménez Caballero, y por la que muchos de sus protagonistas pasaron por las checas y después por los «paseos» ejecutores de los milicianos. Juan Ramón Jiménez escribió de Alberti y los que le acompañaban: «cuidado con esos señoritos, imitadores de guerrilleros que exhiben por Madrid sus rifles y pistolas de juguetes vestidos con monos azules muy planchaditos».
A salvo en el exilio, después de ser expulsado de París por «comunista peligroso», vivió más de 20 años en Argentina. Tenía hasta una casa de verano en la elitista Punta del Este uruguaya. Antes de esto, también pudo salvar a Muñoz Seca de ser fusilado en Paracuellos, pero no quiso. Lo único que quiso, después del ser un poeta esencial, es servir al fanatismo del que se había imbuido en Moscú: «No ha muerto Stalin. No has muerto. Que cada lágrima cante tu recuerdo. Que cada gemido cante tu recuerdo...». Lloraba por uno de los mayores genocidas de la Humanidad.