El año sabático de Harper Lee
Gracias a la generosidad de un matrimonio amigo, la escritora de Alabama pudo dedicarse a escribir. De ese «retiro creativo» de 1957 nacería el clásico de la literatura del siglo XX Matar a un ruiseñor
El ideal de todo amante de las letras –lectores, escritores, investigadores y estudiosos– es dedicarse a ellas a tiempo completo. La arcadia soñada. El paraíso en vida al alcance de unos pocos. La realidad se impone, sin embargo. Las letras te gustan, pero no te las puedes permitir. Son un lujo a tiempo parcial, un capricho para los descansos del trabajo. Una afición para la madrugada, ejercida cuando tu familia duerme.
En esas se encontraba Harper Lee en 1956. Trabaja en una aerolínea vendiendo pasajes y escribe en el poco tiempo que le resta de jornada. En diciembre de aquel año no tiene tiempo ni dinero para volver a casa (Monroeville, Alabama) por Navidad, y se queda en Nueva York con sus amigos los Brown –Michael, compositor; Joy, bailarina de ballet; sus dos hijos–.
Los Brown habían leído algunos de los cuentos con los que Lee había comenzado a escribir en sus ratos libres; disponían de copias de los mismos que hicieron llegar a sus propios representantes, Maurice Crain y Annie Laurie Williams, quienes también actuaban como destacados agentes literarios de la escena artística norteamericana. Ambos matrimonios identificaron el potencial de Lee para la literatura.
Michael Brown –que sí vivía en la arcadia del arte a tiempo completo– recibió en el invierno de aquel año un cuantioso ingreso por la venta de uno de sus últimos musicales, y en un acto de verdadera generosidad imposible más allá de esas fechas tan especiales dieron a Lee –en realidad, por lo que ahora se verá, a todos sus lectores– el mejor regalo posible: un año de trabajo a gastos pagados para escribir una novela.
Vaya si lo aprovechó. De los primeros seis meses de 1957 saldrá el borrador de la inolvidable y por muchos años primera y única novela Matar a un ruiseñor, publicada finalmente en 1960 tras años de revisiones, reescrituras e idas y venidas con los editores. También en aquellos meses –anécdota añadida– un primer intento de escribir dicha novela que fue descartado por recomendación de los editores para dar paso a la historia presentada en Matar a un ruiseñor. Tras permanecer medio siglo olvidado en la caja fuerte de la editorial, el manuscrito terminará viendo la luz con el título de Ve y pon un centinela en 2015, como secuela de la novela definitiva que en realidad escribió en segundo lugar.
Todavía se puede palpar la polémica que rodeó dicha publicación. Se duda de que la escritora diera un consentimiento real y verdadero amparándose en diversas razones: que a sus 88 años de edad su salud se hallaba muy mermada; que su hermana, su principal cuidadora y valedora falleciera dos meses antes de anunciase la publicación; o que ella misma asegurara que no firmaría nuevas creaciones. El caso llegó a activar una investigación del Estado de Alabama por posible caso de abuso de ancianos en el que se interrogó a la escritora. No se hallaron indicios de fraude.
Pero que el final no empañe el gran obsequio de los Brown para la historia de la literatura. Matar a un ruiseñor contaba para el primer mes de su publicación entre los diez más vendidos de The New York Times. En los seis meses siguientes se habían vendido medio millón de ejemplares. Un año después recibe el Premio Pulitzer de Ficción 1961. Sesenta años después es todo un clásico de la literatura del siglo XX.