Garci cumple 80 años, el escritor con tanto cine por dentro que no le quedó más remedio que filmarlo
El director madrileño ganó un Oscar cuando no se sabía que un español, y menos uno con barba y sin atrezo de cineasta ni nada parecido, pudiera conseguir algo así
Los niños suelen preguntarse entre ellos quién les gustaría ser. Antes era el de los toreros uno de los gremios favoritos. Después lo fue el de los futbolistas y el de las estrellas de cine y de rock. Se puede considerar a Garci una estrella del cine y también, ¿por qué no?, de la literatura. Una estrella al desuso. Un personaje único, de perfil bajo, pero pesado. Un peso pesado como sus favoritos del cuadrilátero. Seguro que más de un niño y es posible que, sobre todo, más de un adulto, ha querido ser Garci.
En el baño con Paul Newman
Garci ganó un Oscar cuando no se sabía que un español, y menos uno con barba y sin atrezo de cineasta ni nada parecido pudiera conseguir algo así. Garci llegó a la luna del cine y contó que hizo pis en el baño dorado al lado de Paul Newman y de Jack Lemmon. Oír contar eso hace 40 años era más impresionante que ver a Neil Armstrong caminar por donde fuera ataviado de astronauta.
Hollywood estaba más lejos que la luna y Garci apareció allí triunfante con una película preciosísimamente española protagonizada por Antonio Ferrandis, Encarna Paso y José Bódalo. Era 1983. La España postNaranjito. Un año después a Arconada se le iba a meter de mala manera una pelota por el sobaco para perder la Eurocopa contra Francia. Además del boxeo, a Garci le gusta el fútbol. Para que luego dijera Sánchez Dragó que aquello estaba reñido con la cultura.
Se presentó en el Dorothy Chandler Pavillion vestido de Rick, el de Casablanca, haciendo también realidad sus sueños (y los de todos viéndole y, sobre todo, oyéndole contarlo después) por fuera de la cámara. Pero había llegado hasta allí subiendo escaleras, no muchas, un decir, después de dirigir su primera película solo seis años antes. Asignatura pendiente fue en 1977 el primer peldaño de su carrera como director de largometrajes y de su trilogía de la Transición, que se completó con Solos en la madrugada y Las verdes praderas en los dos años siguientes.
Oficinista en el Banco Ibérico de joven, empezó a escribir artículos sobre cine en los primeros 60 y, sin mucho preámbulo, también a ganar premios. Era un escritor que escribía por y para el cine, para sacarse todas esas películas que se le iban amontonando por dentro. En los 70, un prodigio, ya era guionista. Y bueno. La cabina de Antonio Mercero ganó un Emmy y él fue quien le había dado a la tecla. Entonces dejó (solo) de hablar de cine para estar en él, aquí y allá, casi como el de la caseta de cine mudo de Babylon, pero sin morirse.
Para cuando llegó hasta su primera película, como el que va subiendo (porque no funciona el ascensor) por las escaleras, superando piso por piso de un edificio alto, ya había ganado el González Ruano de periodismo en uno de esos descansillos, donde también se sentaba a escribir relatos en medio de la ascensión, mientras a su alrededor se proyectaban películas antiguas que él iba asimilando con la rapidez inversamente proporcional a cómo se proyectaba Psicosis al principio de Punto Omega de Don DeLillo.
Alfredo Landa y Dashiell Hammett
Luego los 80 y la productora Nickelodeón. Estaba a punto de producirse el eclipse. Alfredo Landa convertido en un personaje de Dashiell Hammett en el Madrid de la Movida fue El Crack y luego el Oscar. Esa década iba a traerle un Goya a mejor director y otras dos nominaciones en Hollywood. En los años siguientes siguió escribiendo y dirigiendo con éxito desigual y con problemas para financiar varios de sus proyectos. Adaptó a Galdós y a Mihura e hizo historia presentando en la 2 de Televisión Española Qué grande es el cine, programa de televisión que tendría sus esquejes más tarde en Telemadrid y actualmente en Trece TV.
La televisión y la radio y una penúltima cabalgada con Holmes & Watson. Madrid days: el detective y su amigo viajando a la capital de España siguiendo los pasos de Jack el Destripador. Gano el Pulitzer de sus sueños estadounidenses con el castizo Mariano de Cavia en 2017. Dos años después El crack cero sí fue lo último con lo que llevaba amenazando más de una década ese señor de apariencia normal con trazas de estrella que no parece tener 80 años. El independiente que nunca se metió en políticas (y así le trataron los que sí lo estaban en su mundo) y que ahora dice que si hemos perdido el oremus al ver como una vicepresidenta se va a Bélgica a hablar con Puigdemont o como un presidente negocia con Otegi como si nada.
Bódalo, el 'Canon' y 'Volver a empezar'
Como si nada o como si todo ha llegado a los 80 el Garci al que se le han muerto los amigos, los viejos como Manuel Alcántara y los jóvenes como David Gistau, y hasta un nieto a los 15 años y el padre, su yerno, después de pena. De ellos siempre habla con la melancolía hermosa de sus películas, aunque no parezca que en su vida real halla melancolía. Solo en el cine. La melancolía hermosa de Volver a empezar que apunta a una vida intensa, el Oscar y la vida de Garci, un hombre de otra época, mientras suena el Canon de Pachelbel: la escena prodigiosa por la que Robert Wise (el director de, entre otras, Sonrisas y lágrimas) le dijo que si en aquel 1983 hubiese habido nominaciones también para los intérpretes de habla no inglesa, ese año el Oscar lo hubiera ganado el grandioso José Bódalo.