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Akira Kurosawa durante el rodaje de 'Nadare' en 1937

Akira Kurosawa durante el rodaje de 'Nadare' en 1937

25 años sin Kurosawa, «El Emperador» del cine que adaptó a su cultura lo mejor de la literatura occidental

Fue y es inagotable fuente de inspiración para los grandes directores del XX y XXI, desde Fellini o Bergman, hasta Spielberg o Tarantino

A Akira Kurosawa le llamaban en el mundo del cine «El Emperador», del mismo modo que a John Wayne le llamaron «Duke» (Duque) o a Clark Gable «El Rey» (de Hollywood). Un título popular que atesora en una palabra la enorme ascendencia del milimétrico autor de Rashomon, película donde llegó a teñir el agua con tinta negra para conseguir el efecto de profundidad. Kurosawa amó lo occidental, como Murakami, y siempre consideró que era un complemento perfecto a su propia cultura japonesa.

Descendiente de samuráis, vivió el paso del cine mudo (que adoraba) al sonoro. Escritor en periódicos y pintor en su juventud, su hermano, narrador de películas sin sonido, se suicidó cuando Akira era una adolescente. Quizá esta desgracia le empujó a la superación de esa transición que costó tantas carreras y vidas. Empezó dirigiendo películas de propaganda japonesa durante la II Guerra Mundial, ocultando un occidentalismo bullente que salió a la superficie al final de la contienda con Los Hombres que Caminan sobre la Cola del Tigre, que sus compatriotas consideraron democrática y los vencedores todo lo contrario.

Shakespeare y Dostoievski

Y después de la propaganda vino la crítica al sistema y la exposición de las realidades sociales de la posguerra hasta el reconocimiento internacional con Rashomon, en 1950, basada en el relato de Ryunosuke Akutagawa. La película se rodó sin apenas dinero, pues nadie creyó en unas posibilidades que significaron el León de Oro en el Festival de Venecia y el Oscar a la Mejor película extranjera. Una historia similar (la original), por dentro y por fuera a Reservoir Dogs de Quentin Tarantino.

Sus posteriores visiones de Dostoievski o Shakespeare crearon imágenes inmortales a los que no solo no pudieron sustraerse los directores del futuro, sino que las reflejaron en sus propias y heterogéneas obras sin solución. Desde el citado Tarantino, a los Bichos de Pixar, La Guerra de las Galaxias o Por un Puñado de Dólares de Sergio Leone, quien incluso recibió una demanda por plagio. Kurosawa se metió en el alma de todos los cineastas, quizá como el más grande de todos ellos, capaz de convertir El Rey Lear o Macbeth en historias puramente japonesas con la delicadeza y el respeto que desconocen los adaptadores vándalos de obras clásicas del presente.

Casting de 'Rashomon' (1950)

Casting de 'Rashomon' (1950)

Escritores japoneses y europeos. Los samuráis y la condición humana. En la cúspide de su fama fue contratado para dirigir Tora, Tora, Tora, la versión del ataque a Pearl Harbor desde la perspectiva de los atacantes, dirigida por él, y desde la perspectiva de los estadounidenses, dirigida por David Lean. Pero el proyecto no funcionó porque «El Emperador» no estaba en su elemento de introspección y libertad creativa con la que creó Los Siete Samuráis. El Hollywood más destructor le diagnosticó de neurastenia ante su parálisis irresoluble. Una suerte de cámara en blanco en lugar de la página en blanco que fue más allá.

'Los Siete Samuráis'

'Los Siete Samuráis' (1954)

Kurosawa fracasó en posteriores intentos e intentó suicidarse. Tenía 63 años cuando le ofrecieron rodar en Rusia Dersu Uzala, el clásico maravilloso sobre el cazador siberiano que devolvió a la cumbre al director sin que se notara demasiado, pues siguió teniendo dificultades para rodar sus filmes. George Lucas, creador de La Guerra de las Galaxias, un tributo a Kurosawa, y Francis Ford Coppola le ayudaron a financiar en 1980 La Sombra del Guerrero, que esta vez sí obtuvo el favor del público, de la crítica y de los premios, siendo nominada a los Oscar y consiguiendo la Palma de Oro en Cannes.

Fue el preámbulo de Ran, la impresionante y famosísima adaptación de El Rey Lear por la que «El Emperador» se sentó definitivamente en el trono que siempre le había pertenecido, el genio que supo aunar lo mejor de la cultura occidental con la japonesa, la belleza, el intimismo y hasta el color, como el de la tinta negra con la que tiñó el agua de Rashomon, esa película muda y al mismo tiempo sonora con la que consiguió alcanzar lo mejor de dos mundos.

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