La larga duración de las ‘revoluciones atlánticas’
Un interesante acercamiento, con tintes anglosajones, al periodo de las revoluciones a lo largo de dos generaciones
Desde el año 1989, doscientos años después de la Revolución en Francia, la historiografía sobre el tema se ha venido renovando constantemente. Títulos como el reciente El nacimiento de un mundo nuevo. Historia de la Revolución francesa, de Jeremy D. Popkin (2019), que presentaba un panorama general y muy equilibrado de la Revolución francesa, o la gran obra de síntesis del especialista David Andress, The French Revolution: A Peasants’ Revolt (2022), ponen de manifiesto lo vivo que sigue, por fortuna, el interés historiográfico en esta cuestión. Ahora, con el libro de Nathan Perl-Rosenthal, esta dinámica se afianza.
Traducido por David León Gómez. Pasado y Presente (2024). 656 páginas
La era de las revoluciones. Historia de dos generaciones
La era de las revoluciones. Historia de dos generaciones, título recién publicado por Pasado y Presente, es un ensayo que viene a dar no una nueva perspectiva de los acontecimientos del periodo de las revoluciones, sino más bien a completar o a matizar la que ya dieron otros insignes estudiosos como R. R. Palmer y Eric Hobsbawm en los años sesenta. Pese a que la interpretación de estos especialistas no ha perdido un ápice de vigencia, y se puede seguir encontrando la Trilogía de las Eras de Hobsbawm, por ejemplo, entre la bibliografía recomendada de los programas de Historia de muchas universidades, sí es cierto que la sensibilidad de la historiografía actual por la importancia de las personas individuales, además del gran aumento de la disposición de información sobre individuos concretos, ha hecho necesario llevar a cabo obras como la presente. Por esto afirma el autor: «En estas páginas, sigo la senda que trazaron Palmer y Hobsbawm pero que ellos mismos no llegaron a recorrer: una historia que atraviesa los sesenta años del aquel periodo sin dejar atrás ninguna de las orillas del Atlántico ni de las clases sociales que las habitaban». Al fin y al cabo, como recogía Juan de Salisbury acerca de las palabras de su maestro, Bernardo de Chartres, no somos más que enanos subidos a hombros de gigantes. Nathan Perl-Rosenthal tiene la honestidad y la honradez de reconocer de quién parte para entretejer su argumentación.
En otro orden de temas, el periodo abordado por Perl-Rosenthal, doctor por la Universidad de Columbia y en la actualidad profesor en la Universidad de Southern California, es amplio, y su marco geográfico tampoco es pequeño: su investigación se centra en el mundo atlántico en los siglos XVIII y XIX. En otras palabras, en la época que tradicionalmente se ha denominado «de las revoluciones atlánticas» o también «revoluciones burguesas». La principal hipótesis de Perl-Rosenthal, y que hace especialmente interesante el volumen, es que para que las demandas políticas liberales tuvieran la fuerza suficiente para implantarse de manera sólida, no valía con llevar a cabo los rápidos procesos que consideramos como «revoluciones», sino que tuvieron que vivir dos generaciones para que esos cambios terminaran permeando realmente en la sociedad, y no sólo en la estrecha franja de élite culta (noble y altoburguesa) de finales del siglo XVIII.
La teoría de Perl-Rosenthal «es que en la era de las revoluciones atlánticas hicieron falta dos generaciones para que emergieran movimientos políticos multitudinarios duraderos. La primera de ellas, que dominó las revoluciones previa a 1800, fracasó en gran medida a la hora de engendrar tales movimientos, mientras que la segunda, surgida a principios del siglo XIX, fue la que lo logró»
Así, pone en paralelo tres procesos que, dicho sea de paso, resulta iluminador tratar conjuntamente la situación en las colonias británicas en Norteamérica, la situación en los virreinatos españoles de Sudamérica y la continental europea propiamente dicha. Muestra, así, las íntimas conexiones, por no decir ramificaciones, del mundo atlántico, tan complejo y determinado. Para resumir, tomando las mismas palabras del autor: «En torno a la transformación del mundo político que propiciaron estos y otros revolucionarios gira el presente libro, la primera historia de la era de las revoluciones que abarca todo el periodo que va de la década de 1760 a la de 1820 a uno y otro lado del océano Atlántico».
Y lo hace, como ya hemos señalado, poniendo el foco en los hechos y vivencias que acontecieron a los protagonistas. Pero no a reyes, primeros ministros y jefes de clubes, sino a todos esos personajes anónimos más allá de las obras de los especialistas sin cuya participación no podría entenderse de manera integral esta serie de procesos: «Uno de los enfoques es el biográfico. He elegido a un grupo reducido de individuos cuyo mundo y vida política estudio con detalle», entre los que se encuentran John Adams, Louis-Augustin Bosc, Marie Bunel y María Ribadeneyra, además de otros como John Quincy Adams, el hijo del primero, Eudora Roland y Joseph Bunel. «Estas siete vidas, que no resultan representativas en un sentido estricto, permiten, sin embargo, hacerse una idea de la política de la era revolucionaria desde el punto de vista del amplio sector central del espectro social».
Así, como señalaba el propio Perl-Rosenthal, no hay estudio tan exhaustivo que abarque todo. En este caso, al tratar las ideas políticas en el caso de las revoluciones andinas, a Perl-Rosenthal –que conoce bien el pensamiento anglosajón y protestante– carece por contrapartida de ejemplos del pensamiento político de raigambre católica y, más concretamente, hispánica, obviando totalmente la existencia de la Escuela de Salamanca –mientras que controla bien a los primeros liberales ingleses, como Locke– obviando a pilares del pensamiento como Francisco de Vitoria o Francisco Suárez y las bases del pensamiento político que los jesuitas (expulsados de prácticamente todas las potencias absolutistas europeas) llevaron a los virreinatos. No hace demasiado hincapié, además, (posiblemente por su condición de americano) en la gran diferencia de participación de las poblaciones nativas en la Revolución de las Trece Colonias británicas, por una parte, y en las revoluciones de los virreinatos españoles, donde la presencia era significativa. Tampoco en el porqué de que exista una nobleza indígena en los territorios hispánicos, que jugaron un papel fundamental en las revoluciones, y no exista nada parecido en la Revolución americana. Bueno, para otra ocasión. Ya se sabe que «quien mucho abarca, poco aprieta». Por lo demás, un libro de grata lectura. Y un punto a favor del traductor, David León Gómez, cuyo trabajo siempre facilita la comprensión del lector.