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Fernando Bonete Vizcaino
Fernando Bonete VizcainoAnecdotario de escritores

La barba de Cortázar

Tan memorada barba fue resultado del tratamiento para su acromegalia –gigantismo, demasiada hormona del crecimiento–, y una vez la obtuvo nunca quiso prescindir de ella.

Actualizada 08:51

CORTAZAR , JULIO
ESCRITOR ARGENTINO . BRUSELAS 1914 - 
FOTO MADRID 1980

El escritor argentino Julio Cortázar en Madrid en 1980GTRES

Es de todos sabido que solo los hombres verdaderamente guapos pueden prescindir de la barba –no la llevan porque no la necesitan–. Un hombre atractivo con barba puede resultar en nefasta sorpresa sin ella.

De lo que se deduce que, desprovista como está de cualesquiera otros significados o estatus de tiempos pretéritos, la barba es en nuestros días un instrumento de disimulo nada fortuito.

La de Julio Cortázar también fue para «tapar». Tan memorada barba fue resultado del tratamiento para su acromegalia –gigantismo, demasiada hormona del crecimiento–, y una vez la obtuvo nunca quiso prescindir de ella.

Un muchacho muy, pero muy altoBorges sobre Cortázar

Borges, que ya no veía bien, le recordó como «un muchacho muy, pero muy alto» –1,93 metros, para ser más exactos, aunque se ha dicho que nunca dejó de crecer–. Galeano decía que con un solo brazo «nos abrazaba a los dos». El mexicano Carlos Fuentes –otro del boom latinoamericano– exclamó la primera vez que le vio: «¡Che, pibe! ¿Podés avisar a tu papá?».

El argentino le respondió: «Pasá, Carlos, mi papá soy yo». Era lampiño, parecía un niño grande. A finales de los sesenta, Cortázar recibirá un tratamiento de testosterona para mitigar las disfunciones de la acromegalia.

El escritor argentino Julio Cortázar

El escritor argentino Julio CortázarGTRES

Además de todo el bien que le hiciera, experimentó un considerable aumento de la libido –desencadenando una promiscuidad que se hizo notar en su biografía, pero también en su obra, el «si te caes, te levanto y si no me acuesto contigo» que todo el mundo quiere compartir en sus feed de redes sociales, por ejemplo–, y llegó la barba hasta alcanzar los portes castristas tan de moda entonces, con la que tapó una mandíbula donde, como en manos y pies, se hacía notar su trastorno hormonal.

No murió de acromegalia, sin embargo. Tampoco de leucemia, como tanto tiempo se pensó. Fue el sida, que contrajo en una transfusión de sangre, y que contagió a su mujer. Como se suele decir, por entonces se conocía poco de esta enfermedad. Se fue, eso sí, con la barba puesta.

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