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Él escritor argentino Julio Cortázar

El escritor argentino Julio Cortázar

Tres poemas y cuarenta años sin Julio Cortázar, el niño triste que primero fue franquista y luego comunista

El maestro de la narrativa breve murió el 12 de febrero de 1984. Su novela inimitable Rayuela le convirtió en un innovador del género y en la mecha que prendió el «boom» latinoamericano

Julio Cortázar llamó a su segunda novela, tras Los premios, «contranovela». Después de aquel juego de cuentos, Rayuela, llegaron cuatro más, cuatro novelas, pero sobre todo, aparte de por la historia de amor metafísico entre Horacio y La Maga, lo que caracterizó la obra del argentino exiliado fueron el surrealismo y lo fantástico de sus cuentos.

Hace 40 años que murió en París, dicen que de leucemia, después de caer postrado en un estado de depresión sin arreglo tras el fallecimiento de su esposa un bienio antes. Cortázar leyó de niño porque siempre estuvo enfermo y sin padre desde los 9 años. El padre que se marchó y en su lugar vino la lectura y la melancolía en medio de una convalecencia general.

El restablecimiento habitual del niño triste al que los médicos dijeron que abandonara la lectura compulsiva y saliera al aire libre para mejorar su salud, también la íntima que nunca se recuperó del todo. Estudió Filosofía y Literatura de la que fue maestro remoto (en La Pampa) en su juventud. Empezó a escribir «tarde». Su primer cuento lo publicó a los 30 y a partir de entonces ya no lo dejó.

tres poemas de julio cortázar:

  • Los amigos

    En el tabaco, en el café, en el vino, al borde de la noche se levantan como esas voces que a lo lejos cantan sin que se sepa qué, por el camino.

    Livianamente hermanos del destino, dióscuros, sombras pálidas, me espantan las moscas de los hábitos, me aguantan que siga a flote entre tanto remolino.

    Los muertos hablan más pero al oído, y los vivos son mano tibia y techo, suma de lo ganado y lo perdido.

    Así un día en la barca de la sombra, de tanta ausencia abrigará mi pecho esta antigua ternura que los nombra.
  • Resumen de otoño

    En la bóveda de la tarde cada pájaro es un punto del recuerdo. Asombra a veces que el fervor del tiempo vuelva, sin cuerpo vuelva, ya sin motivo vuelva; que la belleza, tan breve en su violento amor nos guarde un eco en el descenso de la noche.

    Y así, qué más que estarse con los brazos caídos, el corazón amontonado y ese sabor de polvo que fue rosa o camino. El vuelo excede el ala. Sin humildad, saber que esto que resta fue ganado a la sombra por obra de silencio; que la rama en la mano, que la lágrima oscura son heredad, el hombre con su historia, la lámpara que alumbra.
  • Después de las fiestas

    Y cuando todo el mundo se iba y nos quedábamos los dos entre vasos vacíos y ceniceros sucios, qué hermoso era saber que estabas ahí como un remanso, sola conmigo al borde de la noche, y que durabas, eras más que el tiempo, eras la que no se iba porque una misma almohada y una misma tibieza iba a llamarnos otra vez a despertar al nuevo día, juntos, riendo, despeinados.

Entre relatos fantásticos pudo mostrar su desacuerdo con su anteriormente admirado Perón. Y entonces se marchó de Argentina. A París, de donde ya apenas regresó. Francisco Ayala dijo que no tenía ningún sentido político, a pesar de sus decisiones y militancias: «Si primero fue franquista, luego fue comunista con el mismo despiste».

La cuestión es que dicen que de joven y desde Argentina alabó a Franco y fue simpatizante de Falange, algo contradictorio (o quizá no tanto) de quien luego fue un socialista de los de pana, cuyo marxismo le nubló los sentimientos humanos para con sus colegas, como una especie de emisario por los derechos humanos, esa atmósfera tan ideológica y nubosa.

Ese hemisferio de Cortázar fue, como dijo Ayala, patoso, en contraste con la claridad de su rumbo literario, paralelo incluso a la neurosis que le produjo sacarse el título de traductor de francés e inglés en unos meses, en lugar de los tres años preceptivos. La literatura que le curó incluso de aquello cuando dejó de ver cucarachas en la comida después de escribir su relato Circe.

Una literatura que no fue suficiente para someterle en sus inclinaciones ideológicas, el curioso «despiste» de ser afín al Che y su revolución, además de la sandinista en Nicaragua, adonde viajó con frecuencia. Un recorrido político esta vez sí, tan surrealista como su obra (donde no necesitaba un destino), como la Argentina (más bien los poderes, desde la dictadura hasta Alfonsín) que en vida le negó durante sus visitas y hoy le homenajea con una plaza en Buenos Aires.

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