Javier Gomá: «Hoy la vulgaridad es el discurso oficial»
El filósofo vasco habla en Abante Asesores sobre ejemplaridad y sobre una filosofía que ha de ser literaria y mundana, pero no vulgar: «No puedes vivir sin ser un ejemplo andante de civilización o de barbarie, de vulgaridad o de dignidad», dice.
«Javier Gomá es uno de los filósofos más importantes de mi generación». Así es como Santiago Satrústegui, presidente de Abante, ha presentado a Javier Gomá, el conocido intelectual que dirige la Fundación Juan March desde 2003. En la sede de Abante (consultora de asesoramiento y gestión financiera), y ante un numeroso auditorio, Satrústegui y Gomá han charlado en torno a Universal concreto (Taurus), casi el más reciente –ya en estos días es el penúltimo, aunque en solitario sigue siendo el último– libro de Gomá.
A tenor de su profusa y variada producción escrita –desde teatro hasta ensayo–, este filósofo ha comentado que, para escribir sobre estas materias, hace falta estar enamorado de la literatura, «enamorado de las ideas y de la dignidad con que uno se imagina una obra». Entrando en lo específico de Universal concreto, Gomá asegura, con ironía, que él tiene «una única idea», que es la ejemplaridad. En torno a este concepto han versado sus anteriores publicaciones. La analiza desde distintos enfoques: la ejemplaridad que dejamos a los vivos tras nuestra muerte, el fundamento de la ejemplaridad –que es la dignidad– o el método.
Existen dos tipos de personas; aquellas que tienen muy presente su infancia y las que perciben con mayor hondura su adolescencia
Al explicar su pasión por una filosofía de tono literario, indica que, grosso modo, existen dos tipos de personas; aquellas que tienen muy presente su infancia –lo que ocasiona que, en la adultez, experimenten «nostalgia y decepción»– y las que perciben con mayor hondura su adolescencia. Gomá se reconoce en este segundo grupo; aquellos que vivieron con «intensidad indecible la propia importancia, al tiempo que se daban cuenta de que eso a nadie le importaba». Si bien esto puede conducir a un una «personalidad conflictiva», también supone una oportunidad para un decidido «esfuerzo de adaptación». Gomá, en este sentido, recuerda dos momentos reveladores de su vida: la muerte de su padre –Gomá tenía cincuenta– años, y aquello le supuso observar todo con mayor distancia y un día de «otoño de 1980», cuando se le presentó la «evidencia de un nudo de ideas» que lo han acompañado hasta hoy.
Los filósofos que transforman su disciplina en ciencia resultan 'aburridos'. La gran filosofía es mundana y literaria
Su replanteamiento de ciertas cuestiones va unido de su modo literario de asumir la filosofía. «La auténtica filosofía es literatura», pues no cae en la tentación de creerse ciencia, en el sentido de «conocimiento verificable». Critica que en la filosofía hay un «prurito de creerse ciencia, de revestirse de ciencia». En su opinión, los filósofos que transforman su disciplina en ciencia resultan «aburridos» y se sirven de un lenguaje inventado —deriva en la que, según Gomá, han incurrido, en algún momento determinado, tanto Kant como Platón, entre otros. Por el contrario, él se define mundano con insistencia: habla del mundo, a la manera del mundo y dirigiéndose al mundo, a la gente.
«La gran filosofía es mundana y literaria», dice Gomá. Para defender este planteamiento, Gomá sostiene que solo contamos con la «experiencia del fragmento, vamos a tientas», y «todos somos filósofos, pues vivimos interpretando lo que vemos». Por término general, funcionamos con visiones parciales, con «quince piezas de un puzle que tiene en total cincuenta». Por eso, la labor del filósofo consiste en aportar y compartir una visión de conjunto, figurándose las treinta y cinco piezas que faltan. Esa visión supone «dignidad» para afrontar la vida, la vida de todos.
La vida privada solo existe en el Derecho; en la moral no se funciona así
Conforme a la visión de Gomá, la filosofía se ha hecho siempre dos grandes preguntas: «¿qué hay?» y «¿qué hacer con lo que hay?». De la primera cuestión se ocupan la ontología y la metafísica; de la segunda, la ética. Para Gomá, la respuesta a la primera pregunta es: ejemplos. Y, por definición, los ejemplos son concretos e incitan a la emulación. De ahí que él hable de «universal concreto». En consecuencia, «la vida privada solo existe en el Derecho; en la moral no se funciona así, pues todos constituimos una red de influencias mutuas, de ejemplos para los demás». «No puedes vivir sin ser un ejemplo andante de civilización o de barbarie, de vulgaridad o de dignidad». En este punto, Satrústegui aludió al imperativo categórico de Kant: «obra de tal modo que tu comportamiento pueda valer como norma universal». Y añadió una pregunta: «¿Por qué odiamos la virtud?».
Javier Gomá contesta del siguiente modo: antes de conocer un ejemplo de virtud, cualquiera de nosotros vive «ricamente»; sin embargo, en el momento en que aparece alguien virtuoso, su ejemplo sacude todo y todo lo pone en solfa. El ejemplo impele a la repetición, de modo que surge la exigencia de decirse: «¿Tú por qué no puedes actuar igual que el ejemplo?». Por el contario –añade con humor–, vivir «rodeado de vulgaridad miserable es una suerte, porque te rehabilita». Y, tras un intercambio jocoso de comentarios sobre los «cuñados» con Satrústegui, prosigue Gomá: «el buen ejemplo genera odio; es imposible vivir sin ser un ejemplo para otro».
La vulgaridad como discurso oficial
En su opinión, «el resentimiento es el odio que genera la virtud cuando no queremos seguirla». En este punto, evita Gomá también el moralismo rigorista. «Yo soy una señal que indica el camino, y el cometido de una señal no es recorrer ese camino». A lo cual añade que, en ocasiones, lo llaman para participar en tertulias radiofónicas, con una «invitación implícita al linchamiento» –como cuando Esperanza Aguirre aparcó en segunda fila. Porque convertir la aspiración a «la nobleza y la dignidad» en un «examen sorpresa tipo test» la hace «antipática». Por el contrario, la ejemplaridad se nutre de una «lenta gestación» que abarca toda la vida.
Lo importante para el hombre moderno es ser digno de ser feliz
Para concluir, Gomá se queja de que la filosofía de las dos últimas generaciones ha «desertado de proponer un ideal» y se ha centrado en cuestiones como el poder y la sociología. Por eso, «la filosofía actual no es gran filosofía». En todo caso, nuestro tiempo –mediante la implantación de la democracia liberal y el principio de igualdad– ha traído varias novedades: «nunca nos había generado asco la vulneración de la evidencia colectiva sentimental de que somos iguales». En este punto, la vulgaridad –«espontaneidad no educada»– es la asignatura pendiente; «hoy la vulgaridad es el discurso oficial», en el sentido de «legitimación máxima e insolente» de esa espontaneidad.
Urge, por tanto, una corrección mediante una «mayoría selecta» que reforme la vulgaridad generando costumbres de excelencia, de buenas elecciones libres al alcance de todo el mundo. Así, al tiempo que ha elogiado la tarea de la marca de ropa Zara, ha criticado que «el arte que hoy se produce insiste en un 90 % en un discurso reiterativo de liberación individual, en vez de iluminar lo común». Apostilla: «Soy enemigo del concepto de felicidad, porque pertenece a una época que no es la nuestra; lo importante para el hombre moderno es ser digno de ser feliz».