Los toros mansos también tienen su lidia
Castella muestra su gran profesionalidad con toros deslucidos de Alcurrucén
Por sexta vez, en la Feria, se coloca el cartel de «No hay billetes»; mañana será la séptima. Parece ser que las prédicas del ministro Urtasun no han tenido mucho éxito en Sevilla. ¿Quién lo hubiera podido imaginar?
Después de ocho años vuelven a esta Feria los toros de Alcurrucén, de encaste Núñez: la presentación es excelente. Son mansos encastados, que plantean dificultades pero que, para el aficionado, tienen su interés, por un doble motivo: por ver cómo evolucionan y por la lidia que saben darles. (Por desgracia, el gran público sólo ve la mansedumbre y se aburre). El diestro que sale mejor parado es Castella, que está cerca de cortar una oreja, en el segundo, y se muestra como un gran profesional en el quinto, el más claramente manso, injustamente protestado. Morante cierra su Feria sin fortuna, sólo con unos pocos lances y muletazos de categoría. Tomás Rufo logra al final justificarse.
Esta es ya la cuarta y última tarde de Morante en esta Feria. Ha apuntado detalles de un toreo artístico con el que, ahora mismo, ningún diestro puede competir pero no ha redondeado ninguna faena completa. Como tantas veces, ha tenido mala suerte en los sorteos pero también cunde la duda de si está volviendo al Morante de antes de que asumiera su responsabilidad como la primera figura.
Reciben con aplausos al primer toro, con los pitones vueltos hacia arriba. Y con aplausos, también, la belleza de cinco verónicas de Morante (esta vez, han sido cinco, no dos, como la tarde anterior): naturalidad, sencillez, belleza. El toro cumple en el primer puyazo y le pegan fuerte en el segundo.
Se para muy pronto, en una porfía premiosa que impacienta al público. Y mata sin estrecharse. Me quedo con la duda de si el toro hubiera embestido algo más en otro terreno, o metiéndose más con él.
De nuevo recibe con buenas verónicas (no buenísimas, como otras veces) al cuarto. En la primera vara, protesta y flojea. En la segunda, le pegan fuerte y sale huido. Eso contribuye a que se pare, sin duda. Se luce con capotazos suaves Curro Javier. El comienzo de faena es primoroso, con unos muletazos que poseen ritmo y cadencia. Elige el sitio adecuado, cerca de las rayas y aprovechando la querencia del toro hacia los tendidos de sol. (En contra de lo que suele creerse, no siempre conviene llevarse el toro al centro del ruedo: muchos mansos se encuentran más cómodos y, por eso, embisten mejor cerca de las rayas. Ahí solía torear Antoñete). Esta vez, parece que Morante no tiene excusa para no hacer faena porque el toro mete bien la cabeza. Después de un natural inmenso, logra dos o tres muletazos magníficos… y nada más. Y no entra a matar (no es errata) en cuatro intentos. Una voz expresa la decepción general: «¡Vaya Feria que nos has dao!» Pero es seguro que, si lo anunciaran mañana, no se lo perdería. Lo mismo pasaba con Curro Romero.
Vuelve Castella después del fiasco de los toros de García Jiménez, el Domingo de Resurrección. Él mismo ha reconocido lo bien que le vino el descanso para profundizar en su toreo. Aunque ya había tenido muchos éxitos, no me cabe la menor duda de que ahora mismo es mejor torero que antes. Recibe al segundo con verónicas lentísimas, hasta el platillo, dignas de un diestro de la línea artística. El toro acude bien al caballo, sólo se señala el puyazo y se va. Aplauden al picador Manuel José Bernal. Banderillea bien Chacón, metiéndose en su terreno. El toro tiene clara querencia al sol pero saca su casta, transmite. Después de buenos doblones, Castella logra conducir largo las encastadas embestidas. Cuando lo ataca, el toro responde, a los sones del pasodoble «Juncal». Entrando con decisión, deja una estocada desprendida. El toro se resiste a morir, en una bella estampa. No accede el Presidente a la numerosa petición: debió dar la vuelta al ruedo.
En el quinto se produce, para mí, lo más interesante de toda la tarde. El toro sale frenándose en el capote, con evidente mansedumbre. El público pita y pide la devolución. Siento decirlo pero eso no está al nivel de la Maestranza: ¿cómo se va a devolver un toro sólo por ser manso? Al relance, le dan varios picotazos, sale huyendo. Muy decidido, Castella le planta cara, se queda quieto, lo llama… ¡y el toro va! ¿Qué dicen ahora los que estaban tan indignados con su mansedumbre? El diestro se pone en el sitio, muy firme, aguanta parones. Tirando de él, provoca la embestida, la alarga. Ha sido un trasteo meritorio y emocionante, que dura hasta que la res se para del todo. Después de media y descabello, saluda: para mí, un premio rácano, con ese toro.
Tomás Rufo rozó el éxito con los toros de Jandilla pero se apagaron muy pronto. Esta tarde, sigue sin regatear esfuerzos pero tampoco tiene fortuna y no le veo muy lúcido, en la elección de la lidia adecuada. El tercero es un espectacular berrendo en negro (con un gran manchón negro sobre un fondo blanco), una capa poco frecuente y espectacular. Sale suelto, con clara querencia de manso. El tercio de varas resulta premioso, con demasiados capotazos: ¿por qué, en la segunda vara, no se le coloca más cerca de su querencia? Lo lleva Rufo al centro del ruedo: no me parece la mejor decisión. Al toro le falta chispa, se apaga. Después de dos pinchazos, entrando de lejos, se echa.
El último sale echando las manos por delante, sin entregarse. Sí va al caballo pero sale suelto. Brinda Rufo al público: hace el esfuerzo, corre bien la mano en algunos muletazos templados. El toro no ha llegado a romper pero el diestro se ha justificado. Y lo mejor de toda su actuación: una buena estocada.
Me gustaría que el público actual entendiera que un toro puede ser bravo o manso: en los dos casos, tiene su lidia. Y, si es un manso encastado, esa lidia puede ser de verdad emocionante. Lo que no me parece aceptable es el toro descastado, por bondadoso que sea. Muchas figuras se han consagrado justamente al dominar a un toro muy manso. Pero el público actual no parece entenderlo, ni siquiera en la Maestranza.
POSTDATA. Veo en la Fundación Cajasol la exposición «Toda una vida», de Tony Benítez, que diseñó trajes para Concha Piquer, Lola Flores, Manuela Vargas, Merche Esmeralda, La Chunga… El vestido flamenco posee una sencilla elegancia bellísima. Igual, por ejemplo, que las pocas verónicas de Morante que hemos visto esta tarde. Los dos artes, el toreo y el flamenco, tienen profundos vínculos. Incluso en lo personal, con parejas de toreros y artistas: Fernando el Gallo y Gabriela Ortega; Rafael el Gallo y Pastora Imperio; Ignacio Sánchez Mejías y la Argentinita; Chicuelo y Dora la Cordobesita; El Niño de la Palma y Consuelo Reyes; Antonio Márquez y Concha Piquer; Joaquín Bernadó y María Albaicín; Julio Aparicio y Maleni Loreto; Juan de la Palma y Paquita Rico; Curro Romero y Concha Márquez Piquer; Óscar Cruz y María Rosa; Paquirri e Isabel Pantoja; Ortega Cano y Rocío Jurado… Lo definió el gran Vicente Escudero: «Al toreo lo catalogo yo dentro del arte jondo». Completo yo: con la emoción añadida de crear belleza jugándose la vida para dominar a un peligroso y hermosísimo animal, el toro bravo.
FICHA
- SEVILLA, viernes 19 de abril . «No hay billetes». Toros de Alcurrucén, bien presentados, mansos, encastados.
- MORANTE DE LA PUEBLA, de caldera y oro, pinchazo hondo (silencio). En el cuarto, tres pinchazos, pinchazo hondo y tres descabellos (silencio).
- SEBASTIÁN CASTELLA, de grana y plata, estocada desprendida (petición y saludos). En el quinto, media estocada y descabello (aviso, saludos).
- TOMÁS RUFO, de lila y oro, dos pinchazos (silencio). En el sexto, buena estocada (ovación de despedida).