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Fotograma de la película Don Quijote, de Orson Wells

Fotograma de la película Don Quijote, de Orson Wells

El retrato más cómico de Dulcinea del Toboso en 'El Quijote' para terminar la semana cervantina

El fragmento está insuflado de una poderosa fuerza cómica, que reside, precisamente, en el contraste entre el clima heroico de las novelas de caballerías y el ambiente vulgar en que se enmarca la situación grotesca en que don Quijote y su fiel escudero se ven envueltos

"Y, habiendo andado como dos millas, descubrió don Quijote un gran tropel de gente, que, como después se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie.

Apenas los divisó don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura; y por imitar en todo cuanto a él le parecía posible los pasos que había leído en sus libros, le pareció venir allí de molde uno que pensaba hacer. Y, así, con gentil continente y denuedo, se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen, que ya él por tales los tenía y juzgaba; y, cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, levantó don Quijote la voz y con ademán arrogante dijo:

—Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay, en el mundo todo, doncella más hermosa que la emperatriz de La Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.

Paráronse los mercaderes al son de estas razones, y a ver la extraña figura del que las decía; y por la figura y por las razones, enseguida echaron de ver la locura de su dueño, mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella confesión que se les pedía, y uno de ellos, que era un poco burlón y muy mucho discreto, le dijo:

—Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena señora que decís; mostrádnosla: que si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida. [1]

—Si os la mostrara –replicó don Quijote–, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia. Que, ahora vengáis uno a uno, como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo.

—Señor caballero –replicó el mercader–, suplico a vuestra merced, en nombre de todos estos príncipes que aquí estamos, que, porque no encarguemos nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída, y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas de la Alcarria y Extremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo; que por el hilo se sacará el ovillo, y quedaremos con esto

satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan de su parte que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.

—No le mana, canalla infame –respondió don Quijote encendido en cólera–; no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones; y no es tuerta ni corcovada, sino más derecha que un huso de Guadarrama. Pero ¡vosotros pagaréis la gran blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad como es la de mi señora!

Y, en diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante y fue rodando su amo una buena pieza por el campo; y, queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas. Y, entretanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo:

—Non fuyáis, gente cobarde; gente cautiva, atended; que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido.

Un mozo de mulas de los que allí venían, que no debía de ser muy bien intencionado, oyendo decir al pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas. Y, llegándose a él, tomó la lanza y, después de haberla hecho pedazos, con uno de ellos comenzó a dar a nuestro don Quijote tantos palos, que, a despecho y pesar de sus armas, le molió como cibera. Dábanle voces sus amos que no le diese tanto y que le dejase; pero estaba ya el mozo picado y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cólera, y acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que, con toda aquella tempestad de palos que sobre él llovía, no cerraba la boca, amenazando al cielo y a la tierra, y a los malandrines, que tal le parecían". [2]

Dulcinea del Toboso supera en belleza a cualquier otra doncella

Don Quijote y los mercaderes

Don Quijote –todavía sin su escudero Sancho Panza– se encuentra con un grupo de seis mercaderes toledanos que se dirigen a Murcia a comprar seda, y que van acompañados por cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie; y les impide el paso, provisto de sus arreos bélicos –lanza, adarga, espuelas y celada–, en tanto no reconozcan, aun sin haberla visto antes, que Dulcinea del Toboso supera en belleza a cualquier otra doncella; es decir, pretende convertir en una verdad de fe la hermosura de Dulcinea; y por ello exige a los mercaderes que confiesen algo que deben creer sin haberlo visto, condición que les pone para dejarles el paso franco; porque, de no ser así, les retará en combate. Y no satisfecho con la socarrona respuesta que le da uno de los mercaderes –que juzga blasfema, ya que la ha convertido en diosa Dulcinea y, por tanto, decir algo contra ella tiene la consideración de blasfemia–, arremete contra él, tan furioso como enojado. Pero en este lance tropezó Rocinante, y don Quijote terminó rodando por el suelo y trasladando a su caballo la responsabilidad del fracaso de su acometida. Uno de los acemileros, aprovechándose de que don Quijote no se podía mover, le rompió la lanza y con uno de sus trozos lo molió a palos, aunque don Quijote no cesó de amenazar a la que él consideraba una panda de bellacos.

La fuerza cómica

El fragmento está insuflado de una poderosa fuerza cómica, que reside, precisamente, en el contraste entre el clima heroico de las novelas de caballerías y el ambiente vulgar en que se enmarca la situación grotesca en que don Quijote y su fiel escudero se ven envueltos. (Don Quijote había leído en los libros de caballerías que para defender el acceso a un determinado lugar, los caballeros retaban en combate a quienes quisieran pasar -son los llamados «pasos [de armas]»; y trata de imitarlos. Y, como en las novelas de caballerías, don Quijote encuentra una dama que inspire sus esforzadas acciones, una rústica aldeana a la que llama Dulcinea del Toboso, que encarna el ideal más acabado de mujer).

Don Quijote, con Fernando Fernán Gómez y Cantinflas

Don Quijote, con Fernando Fernán Gómez y Cantinflas

La sensibilidad de Cervantes

Porque la influencia de los libros de caballerías sobre la conducta de don Quijote es evidente. Cuando conviene a la situación, don Quijote utiliza repeticiones para conferir a su lenguaje la necesaria dosis de arrogancia y fanfarronería («Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa...») que adornan estilo. Y la poca consideración que le merecen los mercaderes y quienes les acompañan se pone en evidencia cuando se refiere a ellos llamándolos primero «gente descomunal y soberbia»; después, «canalla infame»; más adelante, gente de «mala ralea» y «gente cobarde y cautiva»; y, finalmente, «malandrines»; aunque inicialmente pensaba que eran caballeros. Y también emplea don Quijote el lenguaje arcaizante, propio de las novelas de caballerías, salpicado de vocablos en desuso, pero que eran propios de la época en que tales libros se escribieron («Non fuyáis [fuyades], gente cobarde; gente cautiva; atended; que no por culpa mía sino de mi caballo, estoy aquí tendido»). [3]

Aunque, sin duda, uno de los momentos de mayor interés lingüístico del texto es esta extraordinaria gradación conceptual con la que don Quijote expresa lo que pretende lograr de los mercaderes, y en la que los verbos han sido seleccionados y ordenados con todo cuidado por su significado, para lograr crear un clímax ascendente de gran eficacia expresiva: «La importancia está en que sin verla [a Dulcinea] lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender [que es la doncella más bella del mundo]». También resulta significativo el empleo que hace Cervantes de expresiones tomadas de los juegos de cartas: «Pero estaba ya el mozo picado y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cólera» («estar picado» significa estar metido de lleno en la partida; y «envidar el resto», apostarlo todo, es decir, vaciar toda su cólera, en sentido metafórico).

Notas

Glosario. De molde. Muy oportunamente. A trecho. A distancia suficiente. Donde no. De lo contrario. No le mana [a Dulcinea de un ojo] bermellón y piedra azufre. No le supura pus rojizo (bermellón: cinabrio reducido a polvo) y amarillo (piedra azufre), que son sustancias venenosas. [Le mana a Dulcinea de un ojo] ámbar y algalia. [Le manan] sustancias aromáticas muy preciadas que se utilizaban para la confección de ungüentos y perfumes. No es tuerta ni corcovada. Ni está torcida ni tiene corvaduras anómalas. Más derecha que un huso de Guadarrama. Esta locución verbal coloquial («ser alguien más derecho que un huso») significa «ser muy derecho o recto», ya sea en el aspecto físico –como es el caso– o moral. La referencia a Guadarrama se justifica por el hecho de que los husos se fabricaban con madera procedente de los hayedos de la Sierra de Guadarrama. Gente cautiva. Personas mezquinas y miserables. Le molió como cibera. Lo dejó hecho harina.


[1] En El Caballero de la Cruz (1521) -libro de caballerías del que es autor Alonso de Salazar– leemos: vaya al fuego». 2 Esta es la cita completa, tomada de El Caballero de la Cruz (libro I, capítulo 115): «El Caballero de la Cruz, habiendo llegado desde Egipto a Calés, al ir a pasar por una puente que había en el camino real, se encontró con un caballero bien armado, su nombre el Fuerte Borgoñón, que le dijo: caballero, tornaos por donde vinisteis, si no otorgáis que la más hermosa dama del mundo es la que yo sirvo. Dijo el Caballero de la Cruz: no lo puedo yo otorgar eso, porque no la conozco; y puesto que la hubiese visto, yo no he visto todas las otras del mundo para juzgar que ella sea la más hermosa. Basta, dijo el Caballero de la puente, que os conviene de otorgarlo así, o dejar una señal vuestra por vencido; o sois en la batalla»; un texto muy similar al de Cervantes, cuando el mercader discute con don Quijote sobre la necesidad de declarar algo que no ha podido comprobar: que Dulcinea es la doncella más bella de todo el mundo.

[2] CERVANTES SAAVEDRA, Miguel: Don Quijote de la Mancha. Primera parte, capítulo IV.

[3] En el Doctrinal de los Caballeros, publicado en 1497 (libro 3, título 5) puede leerse: «Si un caballero derribase a otro e a su caballo, si este que cayó derribare al otro sin su caballo, decimos que haya mejoría el caballero que cayó el caballo con él; porque parece que fue la culpa del caballo e non del caballero».
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