El Debate de las Ideas
Hugo Wast. Retorno a la fe, rescate de la tradición y crítica a la modernidad
¿Cómo es posible que apenas pasadas seis décadas de su muerte sea hoy un completo desconocido?
Cuando a mis trece años comencé el colegio secundario, la profesora de «Castellano» –así se llamaba en Argentina a fines de los años 70 la materia que hoy se llama simplemente «Lengua»– nos indicó como primer libro a leer una novela titulada Alegre cuyo autor era Hugo Wast. «¡Qué extraño –pensé– que en Castellano debamos leer a un autor anglosajón». Enseguida supe, sin embargo, que se trataba del pseudónimo de un escritor argentino, Gustavo Martínez Zuviría. Su extensa obra marcaría mi adolescencia, siendo él uno de los maestros que me enseñaron no solamente la belleza de la literatura, sino también a pensar y a valorar la herencia argentina e hispánica que he recibido.
Hugo Wast nació en 1883 en Córdoba, Argentina; fue abogado aunque nunca ejerció su profesión pues se dedicó a escribir y a participar, mientras pudo, de la vida pública del país ejerciendo como Ministro de Justicia e Instrucción Pública, y desde este cargo restituyó la enseñanza religiosa en las escuelas argentinas, y director de la Biblioteca Nacional, puesto del que fue exonerado por el presidente Juan Perón. Viajero incansable por Europa y América junto a toda su numerosa familia, tuvo una particular y estrecha relación con España. Murió en 1962.
Fue un autor prolífico. En 1957, la editorial Fax-Madrid publicó sus obras completas en dos muy gruesos volúmenes (que aún se consiguen fácilmente en librerías de viejo): eran cuarenta libros escritos hasta esa fecha, a los que se agregaron varios más los años siguientes. Sus novelas fueron traducidas a la mayor parte de las lenguas cultas del mundo e incluso tomadas como medio de enseñanza del español en escuelas norteamericanas. Fue galardonado por todas las academias de la lengua del mundo hispano y por muchos gobiernos: desde el español hasta la Santa Sede. ¿Cómo es posible, entonces, que Hugo Wast, apenas pasadas seis décadas de su muerte, sea hoy un completo desconocido? La respuesta es bastante sencilla, pues ha corrido la misma suerte de tantos otros de sus colegas, como José María de Pereda o José María Pemán, a quienes la hegemónica cultura progresista ha cancelado por los valores cristianos e hispánicos que afloran en sus obras.
Alegre, el primer libro que leí de Hugo Wast y uno de los primeros que él escribió, es una novela de aventuras muy apropiada para un adolescente. Pero la mayor parte de su obra, aunque igualmente pueda ser leída por jóvenes, posee un calado que los adultos sabrán apreciar con otra profundidad. Flor de durazno, por ejemplo, desarrolla un drama humano que transmite una melancolía que aún hoy, cuarenta años después de leerla por primera vez, recuerdo la nostalgia que me produjo el prólogo en el que describe a un anciano y a su nieta rezando frente a una tumba, en un cementerio de pueblo, «cerrado por una sencilla pilca de piedra». O La casa de los cuervos, un drama histórico ubicado durante una de las revoluciones provincianas de Argentina, que antecederá a otras novelas históricas como Lucía Miranda, que se desarrolla en la época de la conquista española del Río de la Plata, o La corbata celeste durante el gobierno del restaurador Juan Manuel de Rosas. O una trilogía cuyo argumento sigue los avatares de una de las conspiraciones que rodearon a la revolución de mayo de 1810. O bien Ciudad turbulenta, ciudad alegre, que narra las virtudes y, sobre todo, la decadencia de la alta burguesía de Buenos Aires, y que suscitó polémicas y agrias controversias.
Incursionó también Hugo Wast en las biografías noveladas, y en tiempos en que los salesianos recién fundados se lanzaban a la evangelización de la Patagonia argentina, publicó Las aventuras de Don Bosco y, poco después, Las aventuras del padre Vespignani. Escribió también numerosos cuentos y libros de viaje, como 15 días sacristán, en el que narra un viaje a Europa acompañando a un obispo argentino. Y escritos breves, como Páginas católicas, integrado entre otros por «La misa de la seis» y «La oración en altamar».
En opinión de muchos —la mía entre ellos—, la mejor novela de Hugo Wast es Desierto de piedra. Las gráficas descripciones de las sierras cordobesas y de la pampa de Achala se combinan con un profundo análisis de los personajes. Marcela, cuyos ojos «eran verdes como los renuevos de los guindos», es una joven educada en la ciudad y obligada por la pobreza a vivir en una estancia desértica, estilo de vida al que se aviene y por el que toma afecto, hasta encontrar en él su razón de vida y su dicha verdadera. Y, merodeándola, el torvo Roque Carpio, en el que aflora la lascivia y el odio. Hugo Wast expresa la profunda convulsión del alma de este lujurioso personaje, capaz incluso del asesinato, sin caer jamás en ninguna expresión o relato en el que asome el malsano erotismo que tanto complace a otros escritores, y a muchos lectores.
El género apocalíptico también está presente en la obra de Hugo Wast, a través de tres libros: El sexto sello, un ensayo sobre el Apocalipsis y Juana Tabor y 666, saga situada en los tiempos del Anticristo. En ellos se encuentra no solamente un notable conocimiento de la exégesis bíblica y del comentario de los Padres de la Iglesia, sino lo que a estas alturas de la historia se revelan como curiosas anticipaciones. Escritas en el segundo lustro de la década del ’30, y al estilo de El señor del mundo de Robert Hugh Benson, aparece el helicóptero, la proliferación de supermercados, la multitud de mujeres que fuman y usan pantalones, la confusión de los sexos, y la apostasía y laicización por parte del clero. Pero, además, la novela narra que es elegido un Papa argentino —fray Simón de Samaria— que anuncia que su intención no es que el mundo se convierta a Cristo sino la Iglesia al mundo; que no debe llamarse a los no-cristianos a la conversión sino a la inversa, y que a musulmanes y judíos hay que decirles: «Conservad vuestra fe en el Dios único» (Juana Tabor). En fin, el Papa Simón busca cambiar la Iglesia católica de raíz, pues encuentra que «es un edificio demasiado estrecho para hacer entrar en ella a la humanidad». Algunos creen ver en estos episodios de la novelística de Hugo Wast destellos proféticos; otros consideran que es solamente una fantasía.
Una presentación de Hugo Wast no puede obviar las dos novelas que despertaron más polémica y que aún hoy son usadas para descalificar al autor. Me refiero a El Kahal y Oro, aparecidas en 1935, y que tuvieron un éxito de ventas inusitado. El ABC de Madrid las publicó en folletín y las presentaba como «una de las novelas más intensas, más alucinantes y de más agudo efecto de sensaciones que se han escrito en los últimos cuarenta años». En ellas, el autor se adentra en lo que en ese momento se denominaba «el misterio judío», tema sobre el cual pocos años antes habían escrito, entre otros, Henry Ford o Hilaire Belloc. Los estándares culturales contemporáneos las consideran antisemitas y se aprovechan de ellas para denostar al autor —su nombre ha sido retirado de muchos sitios culturales de Argentina— y para arrumbar su prolífica obra en el olvido.
Hugo Wast es un autor al que, quienes hablamos la lengua de España, haríamos bien en regresar. Sus libros son de lectura ágil, su prosa es diáfana pues no se entretiene en piruetas o en efectistas contorsiones literarias, y los lectores encuentran en ella el placer que proporcionan los buenos libros. Pero, sobre todo, la obra de Hugo Wast transmite a través de la ficción, los principios fundamentales de la fe cristiana, de la tradición hispánica y de la riqueza de la cultura criolla que creció en las pampas argentinas.
Dejo aquí breves párrafos de algunas de sus novelas que ayudarán a pregustar su estilo:
* “Por la carretera, que ascendía suavemente, marchaba al paso tardo de dos bueyes un carro con un muerto en un cajón de pino.
Guiábale a pie un paisano emponchado en una manta de lana, que la llovizna iba cubriendo de gotitas” (Flor de durazno).
* «Y eso ocurrió en la pasada primavera, cuando en la plaza se vestían las acacias de racimos blancos, cuyo perfume penetrante trastornaba el corazón y la cabeza». (La casa de los cuervos).
* «Humearon los montes con los vellones que las nubes dejaban enredados en las copas de los árboles, cesaron las gruesas gotas de lluvia y en su lugar empezó a caer un aguacero sesgado y tupido, como un telón gris que escondió totalmente el paisaje». (Desierto de piedra).
* «En la calle misma se acomodaron los músicos, que encabezarían la procesión: eran tres, nada más, pues no abundaban los artistas en la región: don Tertulio con un violín, don Difunto con un triángulo de hierro y Marcos Brizuela con un acordeón. El repertorio no era abundante ni escogido, pero sí pintoresco, y la procesión marchaba lo mismo a los solemnes acordes del Tantum ergo que a los compases nerviosos de la marcha de Ituzaingó, y hasta de las profanas ondulaciones de un tango» (Desierto de piedra).
* «Ni un momento pudo Sánchez encontrarse con María Helena. Se había ido ella al salón, y bailaba con los elegantes, que a él lo desconocían, y que él desdeñaba. Aunque ahora no; ahora sentía una rabiosa envidia de no ser como ellos» (Ciudad turbulenta, ciudad alegre).
* «Fray Simón de Samaria se acordó de que al futuro Papa le correspondía el lema «Pastor y Navegante», es decir, que llegaría a Roma del otro lado del océano. Vio las circunstancias en que iba a realizarse su elección. Un viento de rebeldía contra la Iglesia azotaba fieramente al mundo. La barca de Pedro el pescador parecía a punto de hundirse. Una gran esperanza había en ciertas naciones católicas. En otras se alentaba la ilusión de que para salvarse era necesario aliar el espíritu del Vaticano con el de la democracia» (Juana Tabor).
* «¿Por qué no? —repitió él aturdido—. Esa es la Iglesia que yo siempre he soñado; la Iglesia sin fórmulas, en que no se excluya ni al mismo Satanás y todos se alimenten de la carne de Cristo» (666).
* “Antes, el día corría como un arroyo libre y unido.
Ahora, 10.000 relojes públicos lo cortan en pedacitos en todos los rincones de la ciudad; y hay algunos que tienen la crueldad de pregonar con sonoras campanadas el trozo de carne luminosa que se ha quedado entre los dientes de sus ruedas.
¿Dónde habrá un país en que podamos gozar de un día entero? (Navega hacia alta mar)