Íñigo Méndez de Vigo: «El Parlamento Europeo vota muchas tonterías sin valor jurídico»
Romano Prodi asegura en la Fundación Pablo VI: «Tras el Brexit nadie abandonará la Unión Europea». Van Rompuy comenta: «El mundo de mis padres y abuelos tiene poco que ver con el mundo actual; la ciudadanía ha cambiado».
La Fundación Pablo VI, creada por el cardenal Ángel Herrera Oria en 1968, ha celebrado una jornada internacional acerca de la «Construcción nacional e internacionalismo en el pensamiento socialcristiano». En ella, y con la intervención de ponentes que provienen de Italia, Bélgica o Austria, se ha debatido sobre una «ciudadanía europea participativa». Jesús Avezuela, director general de la Fundación, y Domingo Sugranyes —director del seminario permanente «¿Cómo responde Europa? Revolución digital y transformación del trabajo»— han presentación esta jornada, con conferencias y mesas redondas en que se ha escuchado a especialistas como Leopoldo Calvo–Sotelo, letrado mayor del Consejo de Estado; Belén Becerril, profesora de Derecho de la Unión Europea de la Universidad CEU San Pablo; o Tomas Halik, de la Universidad Carolina de Praga.
Ciudadanía europea
Con el título «¿Hacia una conciencia de ciudadano europeo?», la periodista Paloma García Ovejero ha moderado un coloquio en el que han participado Herman van Rompuy, expresidente del Consejo Europeo; Romano Prodi, expresidente de la Comisión Europe; Adrian Pabst, subdirector del National Institute of Economic and Social Research (Reino Unido); Victoria Martín de la Torre, asesora de comunicación del Grupo de Socialistas y Demócratas en el Parlamento Europeo desde 2008 hasta el mes pasado; Julio Martínez, catedrático de Teología Moral en la Universidad Pontificia Comillas; e Íñigo Méndez de Vigo, exministro de Educación, Cultura y Deporte.
El señor Van Rompuy ha comenzado destacando que «ha emergido un nuevo tipo de ser humano», en referencia al cambio antropológico de nuestro tiempo. «El mundo de mis padres y abuelos tiene poco que ver con el mundo actual; la ciudadanía ha cambiado», explica. De este modo, los estados, instituciones y estructuras «se ven afectados por el individualismo, causa principal de que los lazos sean más laxos entre personas». Prosigue: «con frecuencia se ve ahora la unión como obligación; cada vez pertenecemos menos a algo o alguien, y eso concierne a la Unión Europea». En su opinión, en estos momentos no procede tanto modificar la democracia, sino reformar su legitimidad, para incorporar a los ciudadanos en la legislación y la vida política. Porque «el individualismo y la fragmentación provocan que cada vez sea mayor el número de personas que se centran menos en el bien común». Se trata de algo relacionado con la importancia de la familia y de los vínculos de vecindad, ámbitos donde surge la caridad, pero que hoy «se ven bajo presión».
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Diversidad
Según Herman van Rompuy, en la actualidad la convivencia, sumida en diferencias mucho mayores que hace una generación o dos, requiere más esfuerzo. A la vez que se ha desdibujado la homogeneidad de puntos de vista esenciales que fundamentaron la creación de la Comunidad Europea, ahora vivimos en «una crisis permanente desde la crisis financiera de 2008, que exacerba el miedo, la desesperación, la desconfianza». Sin embargo, él previene contra la nostalgia del «mundo de ayer», pues «no resolverá nada». Van Rompuy expone como remedio un mensaje de «compasión» y de fe en los demás, de diálogo, mentalidad cristiana y cooperación. Advierte contra la «búsqueda de una identidad negativa y opuesta a otros», en referencia al nacionalismo y la polarización ideológica. Localiza como retos de la UE la política de defensa militar y el cambio climático. Según Van Rompuy, la «crisis actual es moral» e incide en cuestiones como inmigración y el surgimiento de nuevas oligarquías digitales.
Por su parte, el señor Prodi señala que hoy «el escenario es más complejo que aquel al que se enfrentaron los padres fundadores de la Unión Europea», pues los códigos esenciales, mentales y morales entonces eran compartidos, así como su experiencia vital. La suya fue una tarea «más fácil». Sin embargo, aplicar ahora el «pensamiento socialcristiano es más difícil, porque hoy su influencia es mucho menor, y la religión, en general, hoy influye menos». Prodi coincide con Van Rompuy al señalar que hoy la sociedad es distinta, pero igualmente tampoco invita a añorar el pasado. En su opinión, «Europa fue producto de la historia, pero es un pan a media cocción y hemos de terminar de hornearlo, mediante la solidaridad». De lo contrario, «habrá algún grupo social que explote para perjudicar a otro grupo». Se ha mostrado contrario al derecho de veto de los gobiernos nacionales y asevera: «Tras el Brexit nadie abandonará la Unión Europea».
Cristianismo y Europa
Durante su uso de la palabra, Adrian Pabst ha insistido en constatar que hoy «Europa es laica», pero «no es sostenible un mundo laico», e incluso afirma que hay «un resurgimiento del cristianismo, más presente que hace cuarenta años en el discurso público». Según Pabst, «el individualismo destruye lo que nos hace humanos» y por eso critica que los mercados y los estados sean hoy agentes con excesivo protagonismo. Defiende el universalismo cristiano, pues aporta «valor a la dignidad de las personas». En su opinión, este punto es cimiento de esperanza. Aboga por reformas profundas: «No es suficiente con sólo elegir representantes». Asimismo, observa que existe «diferencia entre bien común e interés general; diferencia entre el mundo agrícola y el mundo urbano», y que la UE en sus inicios sí conciliaba estas realidades que hoy parecen contrapuestas. Pabst dice que la UE debiera ser más cercana a los ciudadanos, puesto que la «tecnocracia está alejada del ciudadano, y los ciudadanos encerrados en su esfera privada».
Victoria Martín de la Torre comenta que hoy la UE se enfrenta a un «salto a lo desconocido». Aludiendo a Robert Schuman y la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, recuerda que los padres fundadores de la UE realizaban propuestas a largo plazo de federación. Es decir: se abría un largo camino, se trataba de construir comunidad y sentido de pertenencia. Dice que hay muchas visiones diferentes de Europa, como ya sucedió en los albores, y lo que cuajó era «el proyecto de las comunidades». «Me gustaría, como ciudadana cristiana, contribuir a definir qué es Europa y el rumbo que queremos que tome», añade. «Sentirnos responsables del proyecto europeo, porque Europa no se hace sola, no se construye sólo en los gobiernos», recalca. «No se pretendía hacer desaparecer fronteras, sino convertirlas en puntos de encuentro», explica. Y, en consonancia con Adrian Pabst, declara: «Europa no consiste sólo en votar cada cinco años».
El aire que respiramos
Por su parte, Julio Martínez ha continuado con el hilo de Van Rompuy sobre la importancia de la persona frente al individualismo; «la persona es ser en relación». Y ahonda: «ser persona no se entiende filosóficamente y ni teológicamente desde la autosuficiencia». De ahí que invite a un «proyecto común que nos movilice, aunque nos equivoquemos». En opinión de Martínez, «Europa se pone en crisis ante las crisis», porque renuncia a los fundamentos de sus valores. Uno de los problemas que definen la Europa actual es la senda que se pavimenta con esta actitud de renuncia a los valores fundacionales. Por eso, lo que está sucediendo con el «aborto es de una gravedad enorme; no somos capaces poner en la dignidad humana el cimiento de los derechos, y convertimos los derechos en armas subjetivas» que rompen los vínculos y que dejan «en segundo plano el valor de la vida», dice.
Ante este tema –la reciente votación en el Parlamento Europeo a favor del aborto como «derecho»–, el señor Méndez de Vigo ha respondido: «El Parlamento Europeo vota muchas tonterías sin valor jurídico». En su opinión, se ha idealizado la imagen que se tiene de los primeros tiempos de la Comunidad Europea, e incluso sostiene: «Europa se caracteriza por dar respuesta a crisis; tenemos que pensar cómo sería nuestra vida sin Europa». Y sentencia: «Europa es como el aire que respiramos».