Meritorias actuaciones de Juan de Castilla y Colombo con muy serios Miuras
El quinto saltó dos veces al callejón, provocando el lógico susto
Pasar de los pitones despuntados (reglamentariamente) de los rejones a los Miuras es un buen salto. Hace poco, al Ministro Urtasun le tocó el amargo trago de entregar la Medalla de Bellas Artes a Eduardo y Antonio Miura: ¡cómo se sacrifican por nosotros los políticos, contrariando todas sus creencias! Pedro Sánchez o Yolanda Díaz se lo pagarán.
Pepe Luis Vázquez lidiaba siempre en la Feria de Abril la corrida de su íntimo amigo Eduardo Miura. Le preguntaron cómo se dormía la noche antes de torear Miuras. Matizó el sabio maestro: «¿La noche antes? Di mejor tres meses antes». Y era Pepe Luis…
Estos toros «piensan», dijo don Gregorio Corrochano. Me decía don Eduardo Miura: «El toro nuestro no es que sea más difícil, es que es diferente, mantiene su personalidad propia». Así es, en el tipo: altos, variados de capa, abiertos de pitones, largos «como un día sin pan». Y en el juego que dan: tienen fama de listos, de que aprenden pronto, no suelen perdonar errores. Por eso ofrecen un espectáculo tan singular. Y por eso suelen torearlos diestros especializados en estos toros.
De nuevo se llena Las Ventas (¡gracias, señores Urtasun y Puente!). Los toros de Miura, de gran presencia y juego variado, sacan las complicaciones propias de su encaste. Con un lote de muy pocas opciones, Rafaelillo muestra su veteranía y habilidad. Los dos mejores le tocan a Juan de Castilla, que deja una excelente impresión: si no fuera por la espada, podría haber cortado trofeos. También merece aplauso la pelea de Colombo con dos Miuras difíciles.
El murciano Rafaelillo es un pequeño (sólo por la talla) héroe. Con 44 años, se ha enfrentado cien veces a divisas duras. En 2019, en Pamplona, cometió una imprudencia y el Miura lo estrelló contra los tablas, causándole graves fracturas. Pero tiene experiencia, sabe cómo lidiarlos y, a pesar de su estatura, hasta sabe cómo meter la mano, con la espada.
El primero, de salida, le hace jirones el capote; cumple en varas pero espera en banderillas: se suceden las pasadas. A la muleta llega muy parado, sin opción alguna para el lucimiento. Tarda en matar.
El nombre del cuarto, Gorronsito, me recuerda a alguien… Sale suelto, barbea en tablas, flaquea. Rafael conduce con habilidad y gusto las pocas embestidas que el animal ofrece porque en seguida se para. Mete la mano con habilidad. El toro se resiste a caer, en una bella estampa, y el murciano saluda.
La historia del colombiano Juan de Castilla parece sacada de un melodrama de Dickens. Su nombre auténtico es Juan Pablo Correa; el artístico no lo ha tomado de una película del estilo de las que protagonizaban Tyrone Power (El capitán de Castilla) o Amparo Rivelles (La leona de Castilla), sino que es una reivindicación de su barrio, en Medellín, considerado un lugar difícil. Procede de una familia humilde. El pintor Fernando Botero, su compatriota, le dio una beca para que viniera a España a aprender el oficio de torero. Para sobrevivir, compagina el oficio de torero con el trabajo en una empresa de paquetería, algo realmente duro. Con magnífico humor, comenta que, antes que torero, ha sido «todero»: ha hecho trabajos de todas clases. Ha entrado en este cartel porque dejó buena impresión la tarde de su confirmación de alternativa. Para rizar el rizo de las dificultades, este 19 de mayo va a torear dos corridas (no quiere desperdiciar un contrato): esta misma mañana ha toreado en Vic Fezensac, una de las Plazas francesas más toristas, y ha cortado una oreja; al acabar el festejo, ha cogido una avioneta y, con el tiempo justo, se ha plantado en Las Ventas.
Reciben con una ovación al segundo, un precioso castaño (lo mismo harán con varios de sus hermanos) pero el toro flojea mucho. Brinda Juan de Castilla a la afición colombiana, con una hermosa frase: «Como hombre libre, he venido a jugarme la vida hoy». Se muestra firme y despierto, le da distancia, adelanta la muleta. No lo aprecian del todo por la flojedad del toro pero el diestro corre la mano con limpieza; al final, logra unos derechazos de mano baja excelentes. Si hubiera matado bien, le hubieran pedido la oreja. Teniendo en cuenta las condiciones del toro –como siempre debe hacerse– ha estado francamente bien.
El quinto, sin tomar impulso, salta dos veces al callejón, provocando el pánico; empuja bien en el caballo. Juan brinda al público, lo llama desde el centro y el toro humilla, va a mejor. Le da la lidia que el toro requiere, cruzándose al pitón contrario, y con mucha entrega. Entra a matar con decisión pero la espada queda desprendida: vemos otra hermosa muerte. A sus dos toros, que no han sido malos, Juan de Castilla los ha toreado con clasicismo, sin tomar precauciones.
Más conocido en los cosos españoles es el venezolano de San Cristóbal Jesús Enrique Colombo. Lo apodera el francés Roberto Piles (hace poco, nos contaba en El Debate cómo alternó con Luis Miguel, en la corrida de Belgrado). Tampoco la carrera de Colombo ha sido fácil: en vísperas de tomar la alternativa, sufrió una fuerte cornada y tuvo que aplazarla. Ya ha triunfado con Miuras en Pamplona. Es diestro vistoso y entusiasta, que conecta fácilmente con el público.
En el tercero, alto y largo, maneja con facilidad el capote. Va bien al caballo pero le pican trasero. Con un toro que tardea pero embiste fuerte, banderillea Colombo con emoción, asomándose al balcón y recibiendo un pitonazo. El toro acude con la cara alta: citándole de lejos, logra buenos muletazos; en corto, es más complicado. Entra a matar con decisión pero la espada cae baja.
Lidia bien al sexto, que sale echando las manos por delante. Toma de nuevo las banderillas: el toro viene muy fuerte y se frena, con peligro. El resultado no es feliz pero, con este toro, el diestro merece respeto. Después de unos doblones, logra algunos muletazos, tragando mucho, en una pelea digna. Tiene mérito que este toro no le haya desbordado. Con un lote áspero, ha estado listo y capaz, más reposado que antes.
Con estos Miuras, no ha habido ni un momento de aburrimiento. El veterano Rafaelillo mantiene su cartel. Los dos jóvenes hispanoamericanos han solventado la papeleta mejor de lo que podíamos temer. Los dos merecen respeto y nuevas oportunidades.
POSTDATA. Me contaba don Eduardo Miura anécdotas de sus toros: «Hubo uno que, una vez desencajonado, en la Plaza, no hubo forma de devolverlo a los corrales. Se quedó allí toda la noche, la mañana siguiente y, a la hora de la corrida, seguía en el mismo sitio. Los toreros tuvieron que hacer el paseíllo por el callejón, mientras el toro los esperaba en el centro del ruedo, arrogante, pidiendo guerra…» Al recordarlo, sonreía don Eduardo, moviendo un poco la cabeza: «¡Esta gente!...» Así llamaba él a sus toros.
FICHA
- Madrid. Feria de San Isidro. Domingo 19 de mayo. Lleno. Toros de Miura, de gran presencia y juego variado.
- RAFAELILLO, de negro y oro, tres pinchazos, estocada y descabello (silencio). En el cuarto, estocada desprendida (saludos).
- JUAN DE CASTILLA, de verde y oro, dos pinchazos, estocada caída y descabello (aviso, saludos). En el quinto, estocada desprendida (saludos).
- JESÚS ENRIQUE COLOMBO, de nazareno y oro, estocada baja y tres descabellos (silencio). En el sexto, pinchazo y estocada (palmas de despedida).