Desastre total en Las Ventas
La absoluta falta de casta, fuerza y bravura de los toros de El Puerto de San Lorenzo arruina una tarde de figuras y «No hay billetes»
Llegan las figuras, se llena la Plaza, la gente se divierte curioseando a los famosos. No cabe comienzo más prometedor. Luego, todo se arruina por unos toros sin la fuerza, la casta y la bravura que son indispensables en un toro auténtico. La corrida se convierte en un espectáculo tedioso, que todos aprovechan para hablar de sus cosas; lo que sucede en el ruedo es un simulacro total, aunque en el primero le den una orejita benévola a Talavante, en el quinto sufra Juan Ortega dos puntazos y en el último haya petición para Rufo. Además, se ha picado mal, se ha lidiado mal y se ha matado mal. Esta vez, no sería justo echar la culpa al público que protesta: demasiado benévolos han sido, aplaudiendo cualquier conato de espectáculo digno.
La reseña debe ser breve. El primero flojea pero mete bien la cabeza en la muleta de Talavante, embiste bonancible, como un carretón. Alejandro logra algún natural lucido, alguno de pecho. Mata fácil, al encuentro y le dan una benévola orejita, protestada. Todo ha sido vistoso, ligero, sin la menor emoción: jugar al toro con demasiado poco toro.
El cuarto sale cayéndose. Surgen las lógicas palmas de tango. El público habla de sus cosas, se desentiende de lo que pasa en el ruedo. A un toro que flojea, toreándole por bajo, el diestro le quita la escasa fuerza que tenía. Embiste con un trote cochinero. Escucho un acento femenino gallego: «Da brinquiños». Bueno… No entiendo la faena que Talavante quiere hacer con esto. Mata de dos feos pinchazos.
El segundo, mal picado, flaquea, huye continuamente a chiqueros: se suceden los lances inútiles para sacarlo de su querencia. ¿Por qué no lo ha probado Juan Ortega a torearlo allí, donde el toro quería estar? Pues no. Corta la faena. Después de una estocada caída, el toro huye definitivamente a chiqueros: ha muerto donde siempre quiso estar. Resume contundente mi castizo vecino de localidad: «La 'ene' con la 'a', ná».
A la altura del quinto, la ola de aburrimiento ha crecido mucho. El toro tiene poca presencia y huye, dando vueltas al redondel. Se escucha ese triste grito que reclama «¡Toros!» Y con razón, esta vez. Pero el toro no se cae y nos quedamos con la esperanza de que lo hubieran devuelto. En el tercer muletazo, se vence y voltea a Ortega, que se gana así el respeto del personal. Luego, el diestro da algunos muletazos compuestos, que ilusionan a la gente, deseosa de aplaudir cualquier cosa. No nos engañemos: es torear sin toro. Basta un pinchazo para que el toro se eche. ¡Lamentable! El diestro pasa a la enfermería, con dos puntazos, en el gemelo de la pierna izquierda y en la región pretibial.
El tercero, mal picado, también flaquea. En banderillas, Fernando Sánchez le da la emoción que el toro no tiene. Tomás Rufo ha de gritar «¡je!» cinco veces para que el toro embista una vez. («En mi tiempo –me decía Alfredito Corrochano– era lo contrario: Decías ¡je! Una vez y te embestía cinco veces seguidas, sin que te pudieses escapar. Así ha evolucionado la Tauromaquia». Mi vecino cuenta puntualmente las veces que el toro ha perdido las manos: «Han sido cinco». Agradezco la información. Suenan palmas de tango. Se equivoca Rufo al prolongar y mata caído.
El último ya llega mortecino al caballo. Rufo brinda al público y logra ocho muletazos de rodillas. El toro huye continuamente a chiqueros. En vez de llevarlo allí desde el comienzo y torearlo en ese terreno, lo que hubiera debido hacer, Tomás lo persigue por todos los tendidos de la Plaza, aprovechando los viajes para sacarle algunos muletazos. Al final logra algunos pases lucidos, aprovechando la querencia a tablas. Estocada caída. ¿Dónde muere el toro? En chiqueros, por supuesto.
Eso es todo. Por mucho que queramos defender la Fiesta, esto no tiene defensa. Al revés, la única defensa verdadera es pedir un espectáculo emocionante y eso exige toros con fuerza, casta y bravura. Buscando el toro que «se deja» (¡horrible expresión actual!) desembocamos en esto. La conclusión es simplísima: es imposible una corrida lucida sin toros auténticos. ¿Se convencerán alguna vez de eso las figuras del toreo? En la España de Pedro Sánchez, Urtasun y Óscar Puente, así estamos.
FICHA
- Madrid. Feria de San Isidro. Jueves 23 de mayo. «No hay billetes». Toros de El Puerto de San Lorenzo sin casta, ni fuerza, ni bravura.
- ALEJANDRO TALAVANTE, de sangre de toro y oro, estocada (oreja con protestas). En el cuarto, dos feos pinchazos y descabello (silencio).
- JUAN ORTEGA, de grana y oro, estocada caída (silencio). En el quinto, pinchazo y el toro se echa (saludos con división). Pasa a la enfermería.
- ROMÁS RUFO, de lila y oro, estocada caída (silencio). En el sexto, estocada caída (petición y saludos).