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Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, durante el i

Santiago Muñoz Machado, director de la RAEiRAE/EFE

Presentación de 'Grupo Crónica: Testigos de la Transición'

Santiago Muñoz Machado: «La separación de poderes hace tiempo que se ha volatilizado en España»

El director de la Real Academia, prologuista de la obra, presentó la misma con un discurso que por su interés se reproduce aquí

El pasado lunes 17 de junio se presentó el libro Grupo Crónica: Testigos de la Transición. Una mirada coral sobre una de las etapas más sobresaliente de la historia de España. El Grupo Crónica fue un grupo de jóvenes periodistas que en 1979 impulsaron una serie de encuentros «off the record» con los protagonistas políticos de esa etapa desde el primero de todos: Felipe González.

Son los testimonios directos que paralelamente han hecho esta «otra historia de la Transición», la intrahistoria de un período político fundamental y en cuestión en los últimos tiempos. Un documento excepcional para entender los pilares de la existencia política de España desde sus entrañas y sus sentidos.

Cubierta de Grupo Crónica: Testigos de la Transición (Deusto, 2024)

Cubierta de Grupo Crónica: Testigos de la Transición (Deusto, 2024)

Un libro epilogado por la académica de la Lengua y directora de la Real Academia de la Historia, Carmen Iglesias, y prologado por el director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz Machado, cuyas palabras durante la presentación del libro se reproducen a continuación por su interés:

«Este libro que presentamos hoy contiene muchas enseñanzas para poder hablar de España con conocimiento de causa. Es el recuerdo de diecisiete cronistas sobre ese periodo crucial de nuestra historia reciente que hemos dado en denominar Transición. Un ejercicio de civilización, cordura y aciertos que sigue admirando al mundo y que han tratado de imitar otros países. La operación concertada de salida de una dictadura para establecer una democracia protegida por una Constitución fuerte y moderna.

Expreso en primer lugar mi agradecimiento a los autores del libro por su generoso ofrecimiento de prologarlo, que he aceptado muy honrado por venir de un grupo de profesionales tan reconocido y admirado. El ejercicio me ha permitido leer en primicia las aportaciones que se han incorporado al volumen. Todas ellas constituyen brillantes resúmenes de las experiencias de un grupo de periodistas excepcional que siguió a pie de obra la demolición del régimen franquista y el levantamiento del nuevo Estado de Derecho. En contacto con los principales actores del proceso. No diré al lado de los protagonistas porque ellos mismos, ese grupo de hombres sereno de pluma y con sentido de las necesidades del Estado, fue también protagonista de la Transición.

Enhorabuena a todos por lo que hicieron y por el recuerdo definitivo que ahora nos dejan en este libro magistral.

Cualquiera que sea el punto de inicio de la Transición, asunto sobre el que se han manifestado diversos puntos de vista, y el momento de su conclusión, que algunos alargan muchos años, el cénit del proceso fue la promulgación de la Constitución de 1978. Se podrán añadir epígonos como la victoria sobre el golpe de estado de febrero de 1981, o el triunfo del partido socialista en las elecciones de octubre de 1982, o incluso la adhesión a la Comunidad Europea en 1986, pero fue la Constitución la pieza maestra de de la Transición.

Han pasado más de 45 años desde aquella enorme fiesta democrática. Hemos aplicado la Constitución, la hemos interpretado cuando ha sido necesario; ha sido desarrollada con unos miles de disposiciones y sentencias de nuestros altos tribunales, también con miles de libros y estudios de los juristas, y la hemos traído hasta la actualidad sin variaciones importantes de contenido. La hemos bendecido y sacralizado.

En la historia del constitucionalismo hubo una época, la primera de todas, que se desarrolló desde finales del siglo XVIII a principios del XIX en el que las constituciones fueron revolucionarias. Quiero decir que cambiaron la sociedad y las instituciones de gobierno. Sobre todo, proclamaron derechos que no existieron durante el Antiguo Régimen, fijaron garantías para su efectivo ejercicio, y organizaron los poderes públicos evitando su control por un único imperante, aplicando la fórmula de separar el legislativo, ejecutivo y judicial. Las innovaciones en materia de derechos y de organización del Estado eran revolucionarios y para protegerlos frente a cualquier intento de retorno de los estamentos y clases dominantes que habían sido desplazados inventaron formas de blindaje de la Constitución para que fuera difícil o imposible modificarla: casi todas fijaron largos plazos que tenían que ser cumplidos antes de iniciar una reforma, y desde luego establecieron requisitos de casi imposible cumplimiento. Las constituciones revolucionarias de la primera hornada fueron constituciones rígidas, especialmente protegidas frente a la reforma.

La Constitución de 1978, a pesar de haber sido aprobada cerca de dos siglos después que la Constitución de Cádiz, que fue también una constitución revolucionaria, ha incluido cláusulas de extrema rigidez que obstaculizan las reformas.

Me pregunto si este es el espíritu, el deseo de los artífices de la Transición. Es innegable que trataron de protegerla frente a un eventual retorno de las fuerzas del régimen que acaba de ser liquidado. Pero los constituyentes sabían que no hay leyes fundamentales de carácter perpetuo. Los Principios del Movimiento Nacional eran inmutables, según la Ley que los recogió, y nadie se tomó en serio ese designio. Nunca, en la historia de ningún país, ha habido leyes perpetuas.

Observo como jurista y como ciudadano que los dos pilares de la Constitución de 1978 han sufrido un formidable deterioro. Decía en artículo 16 de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, que una sociedad en la que no está establecida la separación de poderes ni determinada la garantía de los derechos, no tiene constitución. Algunos derechos gozan de hiperprotección, por las garantías de todo orden establecidas en la legislación española y en la europea. Pero otros derechos primarios, como la libertad de expresión y comunicación, que son la clave de bóveda del Estado de Derecho, sufren una fuerte corrosión activada por dos vías: las amenazas de los imperantes a su ejercicio; y su abuso desbocado en las redes sociales. Por lo que concierne a la separación de poderes habrá que decir de una vez que hace tiempo que se ha volatilizado en España: la separación entre legislativo y ejecutivo se ha sustituido por la virtual unidad de mando con el ejecutivo o, por mejor decir, por el poder omnímodo del jefe del partido imperante. La liquidación total de la separación de poderes ocurrirá si se produce una ocupación del poder judicial, que hasta hoy es el foco de la resistencia, por cualquiera de los procedimientos a los que se están refiriendo con alarma los medios de comunicación.

No se ha reformado la Constitución porque estaba protegida por cláusula de reforma muy rígidas, dispuestas para defender sus innovaciones revolucionarias en relación con el régimen franquista, pero se detectan síntomas de que, sin tocarla formalmente, se puede llegar a demoler su esencia. Hasta hace poco era yo activista intelectual a favor de la reforma. Me parece que una reforma era la mejor manera de respetarla y adaptarla a los tiempos actuales, 45 años después. Pero he perdido toda la fe en que esto sea posible porque todas las fuerzas políticas, por más que todavía algunas la invoquen, han perdido el sentido de Estado de que hizo gala la Transición. No hay ya políticos imbuidos por el espíritu de la Transición, que consistió, más que en otra cosa, en recorrer en paz y consensuadamente el camino de salida de un sistema político para instaurar otro más adecuado a los derechos y aspiraciones políticas de los ciudadanos

Este bloqueo que describo ha abierto el camino de una nueva Transición, que espero y deseo que los periodistas del Grupo Crónica, serán aún capaces de contar: se trata del tránsito de una Constitución que nació siendo rígida y castiza, para convertirse en una Constitución flexible, europeizada y cosmopolita. Nos jugamos mucho en esto.

Hay que seguir protegiendo la obra de la Transición sin empeñarse en convertirla en inamovible y perpetua. Ese bloqueo conlleva riesgos enormes, mortales, para la Constitución, como demostraría un análisis mínimo de nuestra historia política desde la Constitución de Cádiz hasta hoy. El camino a seguir con urgencia es frenar el deterioro fomentando el cosmopolitismo constitucional, la incorporación de normas universales y, sobre todo europeas, para blindar nuestro propio sistema de valores y derechos, enriquecerlo, desarrollarlo y protegerlo europeizando cada vez más nuestro constitucionalismo. Europa vuelve a ser el camino y el destino. No para que sus instituciones nos resuelvan los problemas, sino para hacer que nuestros valores y organización política se integren en la misma cultura constitucional que la de los pueblos más estables y avanzados de Europa, como hasta ahora, y disfruten de una protección que trascienda las debilidades aldeanas y las inclinaciones destructivas del una parte importante de nuestra clase política.

Bien me consta que he presentado el libro formidable que ha regalado el Grupo Crónica a la sociedad española poniendo más énfasis en las ocurrencias políticas de hoy día que en los hechos históricos de la genuina Transición. Pero estos están muy bien contados en el libro, desde puntos de vista muy diferentes. A mí me corresponde la tarea de animar a leerlo y advertir de los riesgos que todavía hoy amenazan a las conquistas democráticas del pasado reciente. No hay que perder de vista que el Estado de Derecho es una institución inestable que reclama que no se abandone nunca la lucha por defenderlo.

Les agradezco mucho la invitación y la atención que me han prestado».

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