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19 de septiembre de 2024

Jimmy Giménez-Arnau y su segunda esposa, María Teresa Fernández Peral, en 1987

Jimmy Giménez-Arnau y su segunda esposa, María Teresa Fernández Peral, en 1987EFE

Jimmy Giménez-Arnau, el Proust salvaje que no fue en busca del mundo perdido, sino del papel cuché

Dejó una obra literaria prometedora, absolutamente incompleta, a la que frenó su vida social por decisión vital

A Marcel Proust se le conocía al principio por ser un gacetillero, un cronista mundano de los cogollos de la alta sociedad parisina, y terminó siendo un genio universal de la literatura.

Podría decirse que a Jimmy Giménez-Arnau le sucedió lo contrario. Fue un poeta y un novelista vocacional que terminó siendo un personaje de las novelas madrileñas que pudo escribir, pero no escribió.

Se entregó a aquella ficción en la vida, en lugar de en el escritorio. Casarse con una nieta de Franco le apartó de la intimidad del poeta. Fue como si él mismo se viera, no en las novelas, sino en las fotografías y los relatos baratos de su vida contada a medias, sobre y minusvalorada y decidiera que aquel era su lugar.

'Cuya selva'

Porque en realidad ya no había otro. Como si no tuviera escapatoria. A Jimmy le recuerda uno de toda la vida en la televisión con una acidez como la del líquido que soltaba el Alien de Ridley Scott. Era un extraterrestre porque era un poeta oculto, un poeta retirado, pero poeta, echado al monte.

Era un maquis (yerno de Franco, la gran paradoja) de la literatura. Todo el mundo sabe de sus polémicas radiofónicas y televisivas y mundanas, un poco menos de su talento innato mostrado ante los micrófonos, y mucho menos de su notable poesía y prosa. Cuya selva fue su estreno en verso, un libro de amor y desamor, tan lejos de las cámaras y de las fotos. Tenía veintipocos años, una licenciatura en Derecho e inevitables pulsiones, mayormente artísticas.

'Las islas transparentes'

Insistió con la poesía en La soledad distinta y más allá de los 30 publicó su primera novela, antes había sido fundador de la revista satírica Hermano lobo, allí se codeó con Umbral, Forges, Gila o Manuel Vicent. También fue corresponsal de guerra, casi un portento, o no, un hombre de acción y de letras de la Transición casado con una Franco: un cóctel Molotov.

Pero antes de prenderse del todo y de lanzarse rompiendo todas las ventanas y quemándolo todo a su paso escribió esa primera novela, Las islas transparentes, de prometedora calidad, una segunda, Los insatisfechos, y una tercera, Zelos, en el ínterín de títulos, ya metidos en la harina en la que hozaría durante décadas como Cómo forrarse y flipar con la gente guapa, Camaleones y lagartas o Yo, Jimmy, mi vida entre los Franco, a lo que se entregó olvidando sus primeros tiempos, casi como Rimbaud se olvidó para siempre de sus Iluminaciones adolescentes para hacerse contrabandista.

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