Julia Navarro: «Me preocupa muchísimo el movimiento woke. Es una ideología totalitaria y reaccionaria»
La periodista presenta su última novela, El niño que perdió la guerra
Testigo privilegiado de la Transición, periodista de referencia de las últimas décadas del siglo XX y escritora superventas.
El Debate recibe en su redacción a Julia Navarro, que llega con su última novela, El niño que perdió la guerra (Plaza & Janés) bajo el brazo.
El libro es la historia de Pablo, un niño cuya familia, republicana, manda a Rusia en los últimos meses de la Guerra Civil ante la inminencia de la victoria de las tropas de Franco.
La familia de Pablo tiene intención de reunirse en cuanto pueda con su hijo en Rusia, pero en tiempos de guerra los planes son papel mojado, y el niño queda atrapado en la Unión Soviética.
Julia Navarro es una escritora práctica, que esgrime una prosa eficaz, sin florituras, pero muy precisa. En su estilo se nota su buen hacer como periodista, y ese sea, seguramente, el secreto que se encuentra detrás de su éxito entre crítica y público.
–El tema de la novela es el totalitarismo como enemigo del individuo. Los protagonistas viven atrapados entre dos dictaduras, la soviética y la franquista. Comunismo y fascismo, dos ideologías totalitarias que, sin embargo, la historia parece tratar de un modo muy diferente. ¿Existe alguna delgada línea que haga más aceptable una que otra?
–Para mí, no. Para mí todas las dictaduras son dictaduras, se pinten de rojo o se pinten de azul. Yo creo que hace ya muchas décadas que tanto el estalinismo como el franquismo son tratados como lo que han sido: regímenes totalitarios, regímenes que cercenaron la libertad de los ciudadanos y regímenes absolutamente terribles. Cada uno con sus características, evidentemente. Pero una dictadura es una dictadura, independientemente del color con que se pinte.
–El protagonista de la novela es Pablo, un niño al que la guerra en España separa de su familia y que termina exiliado en la Rusia comunista. ¿Es el trauma de los niños de la guerra el mayor mal de los conflictos bélicos?
–Los niños siempre pierden las guerras de sus padres y en aquel momento histórico a muchos niños españoles, para salvarles del horror de la guerra, sus familias decidieron enviarles a distintos países que se abrían a acogerlos. Como estamos viendo hoy en día: cuando hay un conflicto bélico hay países que dicen que pueden acoger a los niños.
El problema es que los niños que fueron enviados a la Unión Soviética no tuvieron retorno porque la Guerra Civil la gana Franco y no hay relaciones entre la España de Franco y la Rusia de Stalin. Aquellos niños que fueron enviados a Rusia se quedan atrapados allí y no pudieron volver.
–En la novela denuncia los grandes totalitarismos del siglo XX. En el XXI encontramos nuevas crueles dictaduras: la Rusia de Putin, la China de Xi Jinping, la Venezuela de Maduro… Irán, Corea del Norte, Cuba… ¿Vivimos un nuevo auge de los totalitarismos?
–Quizá lo que vivimos es una mayor toma de conciencia sobre lo que significan los totalitarismos, porque los medios de comunicación y las redes ponen más en evidencia estas situaciones y quizás los ciudadanos tenemos la oportunidad de ser como más conscientes de lo que de lo que significan y del efecto de estos totalitarismos.
También hay cada vez más autocracias, que es la antesala de los totalitarismos. Las autocracias mantienen una apariencia semidemócrata, de decir: «Aquí se celebran elecciones». Bueno, ya, pero usted ha dado un pucherazo, con lo cual que se celebren elecciones o no se celebren, al final el resultado es el mismo, el resultado es que usted va a seguir teniendo bajo su bota a sus conciudadanos.
Yo creo que los totalitarismos del siglo XX han ido cambiando de modos y de apariencia. No es lo mismo la sociedad de los años 40 que la sociedad de 2020 o de 2024. Cambian las formas, cambian las maneras, pero el fondo sigue siendo el mismo, que es el cercenar la libertad de los individuos.
–Incluso en las democracias liberales hay tentaciones autoritarias, con propuestas para controlar la prensa, campañas de cancelación…, la ideología woke que se presenta como democrática, pero vemos que encierra un peligro autoritario. ¿Estamos ante una regresión ideológica en las democracias?
–A mí me preocupa muchísimo el movimiento woke. Es un movimiento que sin duda nació con buenas intenciones, de dar voz y dignidad a determinadas minorías, pero se ha terminado convirtiendo en una ideología totalitaria y reaccionaria, profundamente reaccionaria.
Ojo con el movimiento despertó. Yo estoy totalmente enfrente de ese movimiento.
El que nos quieran decir cómo tenemos que pensar, qué libros podemos leer, qué obras de arte son aceptables o no lo son, eso es el germen de una dictadura, la dictadura de lo políticamente correcto, que está en estos momentos engendrando el huevo de la serpiente.
Por tanto, ojo con el movimiento woke. Yo estoy totalmente enfrente de ese movimiento. Me pone los pelos de punta pensar en lo que está pasando en algunas universidades norteamericanas y también europeas, donde se decide sacar de los currículos académicos a autores porque se consideran políticamente incorrectos. O no se puede hablar de determinados pasajes de la historia porque pueden herir la sensibilidad de un colectivo. Bueno, esto que está pasando es realmente muy preocupante, porque es cercenar la libertad.
Está sucediendo con una enorme naturalidad y en nombre de valores muy loables, pero que se tergiversan de tal manera que se está instalando una gran censura mundial. Vamos a terminar en esas utopías orwelliana, ese Gran Hermano que todo lo va a vigilar y que va a decidir qué es lo que podemos pensar, qué es lo que podemos opinar, qué es lo que podemos decir. Es absolutamente peligroso.
–¿Tiene el actual gobierno de Pedro Sánchez algún tic autoritario?
–A nadie le gusta que le critiquen, ni a los gobiernos, ni a los particulares. Es decir, encajar las críticas siempre es difícil. A todo ser humano, cuando le critican, puede caer en la tentación de decir «qué injusto», o «no me gusta», pero bueno, una democracia es tener la oportunidad de poder manifestar en voz alta la discrepancia.
Cuando tú quieres hacer una ley de prensa, lo que estás intentando es cortar la libertad
El hecho de que a nuestro gobierno se le haya ocurrido que tiene que hacer una legislación para ordenar los comportamientos de los medios de comunicación, a mí me parece peligroso, me parece que es una regresión.
En definitiva, cuando tú quieres hacer una ley de prensa, lo que estás intentando es cortar la libertad. Es verdad que hay un problema. Un problema es que si yo mañana en un periódico de papel o en una radio, en una televisión, calumnio a alguien, ese alguien puede ir a los tribunales. Pero las nuevas tecnologías han hecho que en estos momentos las noticias falsas corran como el agua.
Claro, quién le pone puertas al campo. Hay muchas personas que se quejan: «Si a mí me calumnian en las redes no tengo instrumentos para defenderme». Ese es un debate que debería de producirse entre los propios medios, entre los propios periodistas y en el que cuanto más lejos estén las manos de los gobiernos y de los políticos, mejor.
Pero es una realidad. Se ha construido una nueva realidad a través de las nuevas tecnologías y las nuevas tecnologías tienen su parte evidentemente positiva, pero todavía hay algunas disfunciones.
O sea, si tú me calumnias a mí en la red, yo tengo menos defensa que si me calumnias en la televisión pública. Entonces, ¿cómo arreglamos eso? Ese es un debate interesante que debería de producirse entre los periodistas y no a instancias del gobierno y no metiendo el gobierno las manos o la voz o los instrumentos en ese debate.
En cualquier caso, para mí la mejor ley de prensa es la que no existe. Es decir, yo creo en la libertad y entiendo que cuando alguien calumnia o dice una noticia falsa de alguien, pues para eso está la legislación, para eso está el Código Penal.
–Usted fue testigo privilegiado de la Transición. ¿La España de hoy ha renegado de los logros de la Transición?
–La España de hoy, no ha renegado. Hay un grupo político que ha renegado de los logros de la Transición y que quiere volver a la casilla de salida.
Yo era una jovencísima periodista al que la Transición dio la oportunidad de hacer un tipo de periodismo al que hasta ese momento no tenían acceso a las mujeres, que era la información política.
Eso abrió las puertas a toda una generación de mujeres que pudimos dar ese salto, salir de las páginas de sociedad. Había excepciones, claro: Pepita Carabias, Pilar Narvión, Elvira Daudet…, pero no había muchas más. Había muy pocas mujeres corresponsales o que hacían información política, entre otras cosas porque Franco se acababa de morir y todavía no había habido ese cambio en la sociedad española.
Para mí, la Transición fue un momento importante. Creo que la Transición fue un «nosotros». La Transición no fue algo de los de los políticos, fue una decisión de los ciudadanos que fueron los que empujaron a la clase política de ese momento, la clase política emergente a que fuera en una dirección. Y la dirección fue que «ahora se va a acabar esa España de ellos, estos, los otros, y vamos a ser todos». Eso es lo que engloba la Transición.
Es una obra razonablemente bien hecha, porque fue una obra común y una decisión común de la sociedad española en ese momento, no solo de los de los políticos.
El PSOE se podemizó y sigue bastante podemizado, compró parte del discurso de Podemos
Cuando nace ese grupo, Podemos a través de esos grupos del 15 M, se empieza a hacer como una enmienda a la totalidad, de decir que nada de lo que se ha hecho sirve. Como si estos 40 años de libertad no hubiesen sucedido. «No nos representan», decían del Parlamento, cosa que es muy peligroso. Eso cambió la conversación pública y metió ese concepto en la conversación pública.
De alguna manera, el PSOE compró parte de ese discurso, quizá porque Pedro Sánchez pactó con Podemos y de alguna manera el PSOE se podemizó y sigue bastante podemizado, compró parte de ese discurso.
Discurso que consiste en decir que la Transición no sirve, hay que hacer una enmienda a la totalidad de todo lo que hicieron los líderes de la Transición e incluso si podemos desprestigiarles, pues muchísimo mejor. La historia empieza con nosotros. La historia de verdad, la historia fetén, empieza con nosotros.
Ese adanismo ya se debería de haber pasado, pero me parece que no se ha pasado del todo. Yo sí soy una defensora de la Transición porque yo sí estaba allí y vi cómo se hicieron las cosas, y no solamente las vi, sino que tuve la oportunidad de contarlas. Y puedo contar que fue una obra colectiva. ¿Se podían haber hecho algunas cosas mejor? Sin duda, todos los días podríamos hacer las cosas mejor que. Pero insisto, se hicieron razonablemente bien.
–Volviendo a su faceta como escritora. ¿Cómo surge y se desarrolla el proceso que va de la Julia Navarro periodista a la Julia Navarro novelista?
–La Julia Navarro novelista no existiría sin la Julia Navarro periodista. El periodismo a mí me ha dado las herramientas para poder construir mis historias. Los periodistas acumulamos experiencias diferentes de las que puede acumular una persona que se dedica a otra cosa.
Un periodista siempre tiene que estar detrás del escenario. El público ve lo que otros quieren que vea, pero detrás del escenario es donde nosotros estamos y sabemos cómo se manejan las tramoyas.
Por tanto, el periodismo te da la oportunidad de conocer a mucha gente que de otra manera no habrías conocido, de estar en escenarios a los que no habrías ido nunca… Son unas herramientas poderosas a la hora de construir historias.
Yo no me explico a mí misma sin los 40 años de ejercicio del periodismo. No soy una escritora que reniegue de ese pasado como periodista. A mí me llama la atención que hay muchos escritores que quieren borrar que antes han sido periodistas. Pero yo no, yo me siento muy orgullosa y no solamente orgullosa, sino que pienso que no me podría explicar a mí misma sin ese paso por el periodismo.