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Pedro Almodóvar en la presentación de LA habitación de al lado en el Festival de San Sebastián

Pedro Almodóvar en la presentación de La habitación de al lado en el Festival de San SebastiánGTRES

¿Es Almodóvar un mediocre cuya obra se olvidará en 20 años? Los críticos de El Debate responden

La exposición ideológica del director manchego y las divididas opiniones sobre su última película, La habitación de al lado, han generado una polémica tumultuosa que contrasta con el fracaso en taquilla de su filme

Hay críticos y espectadores que consideran el cine de Almodóvar como algo delicado y superior. Hay otros críticos y espectadores que, sin embargo, consideran que es todo lo contrario. El cine almodovariano puede ser tosco y bajo para muchos.

No, desde luego, para el mundillo festivalero que celebra con largos minutos de aplausos el nombre y la estética no solo de Almodóvar, sino también de muchos otros cineastas que solo por «epatar» (hoy epatar es seguir los dictados de lo políticamente correcto) ya merecen ese sonoro reconocimiento casi protocolario y sinónimo de nada: igualmente puede ser un bodrio que una obra maestra.

La ideología devorando al arte

Mario de las Heras

Almodóvar es el ejemplo de cómo la ideología se ha comido al arte: la estética moderna y vistosa a un lado de la balanza, y al otro, oscuros postulados (oscuros y soeces y sectarios) que causan una confusión que en el batiburrillo sus adoradores y los que no saben qué pensar resuelven con el elogio desmedido.

El director manchego cuenta con un equipo publicitario (la «presentación», como le decía Schindler a Stern en la película de Spielberg) inmejorable que le ha instalado en el mundo lejano (no así en la España cercana, donde se le conoce) como un referente. A saber, el «incomprendido» en su país, cuando, más bien «incomprendido» lo es en el extranjero, pero en este caso a su favor. Dos, tres o cuatro películas de juventud con duende no sostienen el mamotreto ideológico de una madurez sin inspiración que las sepulta.

Sí será recordado

Jorge Aznal

Soy crítico con Almodóvar, con su adoctrinamiento y su forma de utilizar el cine como herramienta ideológica y a veces panfletaria, como en Madres paralelas. Pero es evidente que sí será recordado dentro de 20 años y que no se le puede considerar mediocre. Madres paralelas, Los amantes pasajeros y unas cuantas más son películas mediocres, pero Dolor y gloria, Volver, Mujeres al borde... representan todo lo contrario.

La importancia de llamarse Almodóvar

Cristina Blanco

Pedro Almodóvar es una especie de paradoja. Ha sido tan celebrado como denigrado por serio y superficial, político y apolítico, moral e inmoral, feminista y misógino, experimental y sentimental, universal y provinciano, pero lo que es indudable es que ha trazado un camino desde los márgenes contraculturales sin el que no podría entenderse el cine español actual.

En su día ya expresó su pasión por la narrativa en Todo sobre mi madre, cuando uno de sus personajes menciona que se había encadenado de por vida a un amo noble y despiadado… El suyo, de existir en el ámbito cinematográfico, estaría obsesionado con los colores ácidos, la exploración personal, un gusto estético exquisito y la combinación del melodrama clásico con la cultura popular más kitsch. Ahí están, por citar algunas, Tacones lejanos, ¿Qué he hecho para merecer esto? o Mujeres al borde de un ataque de nervios para demostrar que lo suyo va más allá de un par de décadas.

Almodóvar tuvo su chispa y la perdió

Luis Ventoso

Pedro Almodóvar tuvo sus méritos en su debut en los años ochenta. Un gran oído para reproducir el lenguaje coloquial de la calle, en especial el de las mujeres. Un sentido del humor rompedor. Una estética colorista pop bastante novedosa. Una buena dirección de actrices… Con esos mimbres rodó alguna buena película, como ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984). Pero con el éxito perdió su olfato callejero.

Su estilo se fue amanerando. Sus películas perdieron la frescura y ha ido cayendo en el sermón izquierdista. El resultado es que el público le ha dado la espalda en taquilla en los últimos años. Políticamente, siempre ha sido una máquina de soltar insensateces sectarias en sus declaraciones. En resumen, tuvo su momento y ha rodado dos o tres películas que se seguirán viendo en un futuro. Pero el grueso de su filmografía es gaseosa y envejecerá muy mal, si es que no está caducada ya.

No es un problema de talento

Miguel Pérez Pichel

Pedro Almodóvar demostró disponer de talento en los inicios de su filmografía. Sin llegar a ser obras maestras, como las películas de Berlanga o Buñuel, títulos como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, o Mujeres al borde de un ataque de nervios son de una calidad que hoy no se encuentra en el cine español. Tampoco en el cine de hoy de Almodóvar.

El problema es que el cine de Almodóvar de hoy es sectario y está encadenado de pies y manos por la ideología socialista y, por lo tanto, no hay espacio para un mínimo de creatividad y calidad. Sin embargo, haga lo que haga Almodóvar se etiqueta automáticamente de obra maestra.

Dotado de esa aura cuasi mesiánica, Almodóvar se erige en sacerdote de esa nueva religión laica que es la ideología «woke», y tiene la desfachatez de impartir lecciones de moral. Así, todo el mundo lo recuerda, recientemente tuvo la sinvergüencería de afirmar, con toda la desfachatez del mundo, que tener hijos es «un acto egoísta». Y toda la izquierda a aplaudir.

Lo que pudo ser y no ha sido

César Wonenburger

Sus vigorosos, desenfadados inicios, a pesar de su escasa formación, ni académica, ni técnica ni mucho menos intelectual, hicieron albergar la ilusión de una voz nueva, singular y desprejuiciada que sirviera como retrato multicolor de un tiempo diferente, pleno de esperanza e ilusiones. En buena medida, aquel cine algo chapucero, pero vistoso, sugerente y apasionado fue la traslación en imágenes rupturistas de los burbujeantes tiempos de la Movida, de la transformación de la sociedad española.

Pero una vez agotada esa primitiva efervescencia, Almodóvar quiso convertirse en autor con mayúsculas, cultivando otros géneros más allá de la comedia disparatada, fijándose en grandes maestros del melodrama, como Douglas Sirk. Y ahí ya patinó, se le vieron rápidamente las costuras, y en estos últimos tiempos, a medida que perdía la conexión con su público español, se embarcaba en un cine postizo, empalagoso, frío, aburrido y, lo que aún resulta peor, como ahora en la última, doctrinario. Al desentenderse del pulso de la calle, en lugar de reflejar la España real, diversa, a través de su obra, se ha estado ocupando de intentar conformar el país que él desea para él mismo y los demás, con una visión sesgada, parcial y, en el fondo, elitista, que divide más en lugar de unir.

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