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Imagen de la cubierta de 'Paso Ligero'

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El barbero del rey de Suecia

Lo breve, si largo, paradoja

Hoy es la segunda vez que el barbero se viene arriba y, además, de como Barbero del Rey funge de Notario del Reino. Ya dimos fe pública en una entrega anterior del auge y aclimatación del haiku en España. Ahora, mientras barberizamos Paso ligero [La tradición de la brevedad en castellano (siglos XX y XXI)] (Siltolá, 2024) de José Luis Morante, aprovechamos para levantar acta del espléndido momento que pasa el aforismo en nuestro idioma.

Las razones no están todas a la vista de todos, y por eso este libro cumple una función que hay que aplaudir. Confluyen: 1) la resiliencia, con perdón, de un género imperecedero; 2) un carácter moral o un núcleo ético que hoy por hoy nos hace mucha falta; 3) su brevedad, ideal para una época sin tiempo de sobra; 4) su dispersión, que, como dice Ramón Eder, se lleva bien con nuestro momento: «Característico de una época explosiva es el fragmento» y 5) tanto talento literario que se ha consagrado al género breve.

Este volumen son dos libros y en ambos la conclusión es la misma: el esplendor del aforismo. El prólogo de casi doscientas páginas no es un paso ligero, que digamos. Se detiene en anotaciones muy pedagógicas. Quizá sea una oportunidad perdida para un prólogo de 12 páginas y haber dejado espacio para una selección más amplia de aforismos. Sin embargo, a efectos escolares, el estudio puede servir a los estudiantes. Un acierto mayúsculo de Morante son las citas iniciales. La primera, que parece tan tópica («Lo bueno, si breve, dos veces bueno»), tiene una doble ventaja: marca la clave del género, primero, y, después, es de Gracián, que es el padre español del aforismo, si no contamos a Séneca. Y luego vienen las citas de Juan Ramón, Bergamín y Vicente Núñez, que van marcando con gran tino los distintos hitos históricos del aforismo hispánico.

El segundo libro de este libro es la antología de los aforistas concretos. No caeré en el truco de señalar los autores que faltan (Ramón Gaya, Camón Aznar, José Mateos…), porque en una antología siempre faltan algunos, por exigencias del guion. Yo hubiese preferido que el estudio incluyese a los aforistas hispanoamericanos, porque creo que la unidad del lenguaje barre todas las fronteras, pero es muy legítimo circunscribirse a los aforistas peninsulares. El antólogo Morante debe ser absuelto de estas acusaciones fáciles.

Lo justo es agradecerle su trabajo. Otro estudioso del aforismo y gran cultivador, León Molina, en su espléndida antología Verdad y media decía: «Los lectores solemos coincidir en la valoración de los escritores de aforismos, pero cuando seleccionamos las piezas que más nos gustan de ellos, la coincidencia se difumina». En los aforistas que conozco mejor (Juan Ramón Jiménez, Ramón Eder, Carlos Edmundo de Ory, Vicente Núñez, el propio León Molina…) mi antología, en efecto, hubiese sido otra. Sin embargo, el repaso de autores y el hilo de la evolución, merece la pena. Y la alegría de que Morante también nos descubra nuevos aforistas, entre los que cuento la sorpresa de descubrir a Miguel Hernández aforista a estas alturas. En resumidas cuentas, un acercamiento nada resumido al aforismo, donde la extensión de páginas se compensa y se supera por la intensidad breve de tantos excelentes ejemplos aforísticos. He aquí mis preferidos:

El que quiere todo lo que sucede consigue que suceda cuanto quiera. Omnipotencia humana por resignación. Mas no comprendía que a tal resignación sólo por la gracia se llega, por la fe y la caridad. (Unamuno)
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No olvidéis que es tan fácil quitarle a un maestro la batuta como difícil dirigir con ella la quinta sinfonía de Beethoven. (Antonio Machado)
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El buen escritor no sabe nunca si sabe escribir. (Gómez de la Serna)
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La sustancia viva del arte, como la del espejo, está siempre fuera de sí misma. (Bergamín)
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Aquel que no es como los otros tiene que probarlo para que se lo podamos perdonar. (Juan Gil-Albert)
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Dan cuerda al río los pescadores. (Miguel Hernández)
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El buen perdedor no pierde nunca. (Ramón J. Sénder)
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Un hombre que pretende tener una filosofía personal, ha de comenzar por vivirla. (Cristóbal Serra)
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No sufras con la poesía. Que ella te sufra a ti. No la concibas. Que te conciba. Las lágrimas necesitan del hombre. Y el vino. Y el agua. Lo contrario produce retóricos, borrachos, sedientos. (Carlos Edmundo de Ory)
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La luna es una obra maestra. (Carlos Edmundo de Ory)
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Para ser capaz de decir algo hay que renunciar a decirlo todo. (Ángel Crespo)
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Sólo la independencia otorga lenguaje. (Vicente Núñez)
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Lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere. (Rafael Sánchez Ferlosio)
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La inteligencia, a partir de cierto grado, se vuelve inevitablemente humorística. (Ramón Eder)
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Hay que tener buen gusto para ser ingenuo. (Fernando Menéndez)
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Lo importante no es lo que haces sino lo que hagas con lo que haces. (Carmen Canet)
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Deja de hablar de ti y habla de lo que sepas. (Benjamín Prado)
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Los males de nuestro tiempo se reducen a dos: yo y mis circunstancias. (Javier Sánchez Menéndez)
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Lo peor de Unamuno es que dudaba en imperativo. (Juan Varo Zafra)
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Cuando alguien te dice «ya lo sé», casi siempre quiere decir «ni lo sé ni me importa».(Juan Varo Zafra)
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Una autobiografía es un escondite muy sofisticado. (Erika Martínez)
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