El pianista español que triunfa en casa de Trump
Josu de Solaun es una de las mejores noticias para la música española en los últimos tiempos. Esta semana presenta, en Madrid, su nueva grabación de dos de los principales conciertos, el Tercero de Rachmaninov y el Segundo de Prokofiev
Por una vez, y sin que sirva de precedente, las páginas musicales del Miami Herald y las de El Debate parecen haber coincidido. Si hace unas semanas, aquí mismo, publicábamos una nota en la que se mencionaba la próxima presencia del pianista Josu de Solaun (Valencia, 1981) con la Orquesta de la RTVE, para interpretar el conocido Primero de Chaicovski, como uno de los acontecimientos más significativos de esta temporada española, en fecha también reciente, el diario de Florida ha situado la inminente actuación del intérprete levantino entre las citas musicales auténticamente indispensables de las que se celebrarán en Miami y Palm Beach durante este año.
La elección no resulta ociosa ni extraña si se tiene en cuenta lo que ha dicho sobre este artista el jurado de los prestigiosos International Classical Music Awards, que últimamente ha ganado dos veces: en 2021, por su contribución en el apartado de música de cámara, y como mejor solista, solo dos años después. «Josu de Solaun es uno de los más relevantes descubrimientos de la pasada década. No solo es una pianista impresionante por su técnica, su imaginación como intérprete tampoco conoce límites», ha sentenciado.
La frase, con esa precisa concisión anglosajona, compendia las mejores virtudes de un pianista que suma a una profunda formación en la práctica del instrumento un humanismo de la mejor ley, forjado desde muy temprano (a los once años ya devoraba a Platón), hasta cristalizar en una interesante mezcla de rigor metodológico y pasión por todos los aspectos de la vida. Su omnívora vocación, que le aleja idealmente de rutinas y conformismo, puede traducirse en unas cautivadoras interpretaciones en las que el el esbelto Haydn del siglo de las luces parece asomarse al romanticismo, y el lirismo del melancólico Schumann se atenúa con el sustancial pensamiento racionalista, desplegando entre ambos inesperados diálogos.
Ganador de dos de los más prestigiosos concursos pianísticos
En España, como siempre, vamos algo tarde. A pesar de haber resultado ganador, en su momento, de los concursos Iturbi y Enescu, dos de los más deseados entre los profesionales, nunca se le ha concedido toda la relevancia que su discreción, ajena al aura de divo que muchas veces cultivan intérpretes menos dotados, quizá también haya contribuido a mitigar. Pero hay que proclamarlo ya sin mayor demora, De Solaun es un fuera de serie, un digno heredero de la mejor estirpe de los verdaderamente imprescindibles pianistas de la escuela española. Ahí habría que situarlo, junto a los más heterodoxos: personalidades peculiares, geniales, inabarcables y paradójicas, como las de Rafael Orozco o Esteban Sánchez, ambos lamentablemente desaparecidos en plenas facultades, o el cubano Jorge Luis Prats.
Versátil, prolífico, insaciable y contradictorio, De Solaun desafía cualquier reducción que procure encasillarlo dócilmente. Cree necesario rebelarse ante esa cadena de montaje que a menudo suelen representar los circuitos profesionales de conciertos, con sus reglas estrictas, escasa imaginación y tantos ídolos de barro como falsamente se encumbran en el altar de caprichosas modas y espurios intereses. En cualquier caso, este modo de actuar se trataría de un mal aún imprescindible del que el artista tampoco abjura del todo. Tiene los pies en la tierra, no es un místico ni un iluminado o disidente, quizá un soñador a la manera de Sviatolsav Richter, al que le uniría naturalmente el hilo de su mentora, condiscípula de aquel coloso.
Un artista ecléctico y paradójico, que aboga por una vuelta al pasado
«No me considero ningún profeta ni un revolucionario, nada más ajeno a mi sensibilidad que las vanguardias, si acaso lo que yo pretendo es el regreso a una cierta ortodoxia antigua. Simplemente creo que hay cosas que deberíamos cambiar porque el discurso musical que aplicamos en el siglo XXI está en decadencia. Deberíamos replantearnos la manera de abordar los conciertos, quizá regresando al espíritu de las academias (aquellas citas que se celebraban en tiempos de Beethoven), donde un fragmento de una sonata podía convivir igualmente con el movimiento de una sinfonía o un aria de ópera; algo menos jerarquizado o formal, más vivo y espontáneo, que conectase la música con su pasado, cuando aún no existía la especialización y se encontraba naturalmente vinculada con otras manifestaciones humanas como la poesía, el teatro a la danza», comenta.
Siguiendo ese impulso que le llevaría a romper con los cauces actuales reservados a la interpretación en público, a veces De Solaun se exhibe ante la audiencia por el mero placer (en su caso necesidad) de improvisar, sin dogmas ni consignas previas, con el único programa que le impone el deseo de comunicarse en ese justo instante con sus semejantes libre de ataduras, moldes y complejos, a partir de su amplia cultura en la que pueden convivir, nutriéndolo, desde un soneto gongorino, un raga de la India, una cita de Husserl o un tango de Gardel hasta un atardecer velazqueño, todo íntimamente procesado para su sutil reelaboración, ese espacio propicio al sortilegio donde las huellas ofrecen únicamente pequeñas pistas, indicios para ser degustados en el instante exclusivo, que no admite repetición.
El primer español en grabar el «Segundo concierto» de Prokofiev
Aunque tampoco parece dispuesto a «matar» a sus padres ni echarse al monte. «Los cambios hay que propiciarlos sutilmente desde dentro, y yo también me siento perfectamente cómodo dando recitales», señala. Por eso su agenda no rechaza compromisos como el que el próximo miércoles le llevará hasta la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, para tocar varias piezas en el marco de la presentación de su nueva grabación, una suerte de misiva amorosa destinada a la que fuera su maestra en la Manhattan School of Music de Nueva York, Nadia Svetlanova. Tiene todo el sentido. Ella (por cierto, ex esposa del gran director moscovita Yevgueny Svetlanov) le transmitió los fundamentos de la mejor escuela rusa, la que hunde sus raíces en el genio de Heinrich Neuhaus, del que llegó a ser alumna, otro heterodoxo que ansiaba el ideal equilibrio entre el respeto al autor y la afirmación de su propia exuberante personalidad.
«En realidad lo que se conoce como música instrumental, y el predominio del concierto como lo conocemos ahora, es un fenómeno muy reciente que tiene que ver con la división tan estricta que en un momento se estableció entre ciencias naturales y humanas. Hoy el prestigio parece estar asociado únicamente a las primeras, y por eso las distintas disciplinas artísticas, cada vez más parceladas y constreñidas, buscan también mostrarse a los ojos de la sociedad como algo próximo al rigor científico. De ahí que en las universidades hoy se estudie 'ciencias de la música'… Por ese camino, se ha perdido la espontaneidad, la libertad, la creatividad, la voluntad de conectarse con otras manifestaciones artísticas… en definitiva, su esencia primigenia, lo que poseía de ritual», sostiene.
Pero por si acaso esa antigua conexión nunca volviera a producirse según su deseo, De Solaun continúa grabando a la manera de siempre, como en esta ocasión, lo más conocido del repertorio. Su reciente y esperado registro añadirá a su creciente discografía (en la que Enescu, Ives o Martucci conviven con Brahms, Listz, Schubert y algunas de sus propias composiciones) el Tercero de Rachmaninov y el Segundo de Prokofiev, una obra que hasta la fecha no había grabado comercialmente ningún otro pianista español. Los ha llevado al disco junto a la magnífica Sinfónica de Castilla y León, bajo la dirección de Isabel Rubio. De Rachmaninov, uno de sus intérpretes de cabecera, parece haber heredado el deseo de conciliar técnica y expresión, además de su amplia visión del piano, instrumento del que el compositor contribuyó a ensanchar aún más sus infinitos márgenes incorporándole la sonoridad propia de la orquesta, cuyos secretos conocía a través de una exquisita formación.
De Solaun, que también es un notorio fan de Horowitz (y de Byron Janis: ambos nos legaron maravillosas lecturas del monumental Tercero de Rachmaninov), le sigue la pista muy de cerca, además, a otros legendarios intérpretes que han sabido combinar el teclado con la dirección, como su admirado Daniel Barenboim, e incluso hasta la composición. «La distinción entres intérprete y creadores es otro fruto reciente, erróneo, de la especialización», comenta. En este último caso, proclama su afinidad con Leonard Bernstein, que parece haberle marcado como refleja su apasionada defensa pública del controvertido filme Maestro, el biopic aparecido el año pasado.
Contrario a las críticas que algunos dedicaron al filme «Maestro»
Para el músico español, la aparición de esta controvertida película le sirvió a algunos para atizar con saña al autor de West side story, a raíz del retrato que se ofrece de una de las mayores personalidades musicales de la segunda mitad del siglo XX. Para ello, los detractores se habrían servido de sus aspectos más frívolos e íntimos, o del no siempre bien recibido eclecticismo que formaba parte indisoluble de la compleja, absorbente, poliédrica humanidad del genio norteamericano. «Percibo que quienes en la profesión musical han criticado duramente este filme, lo que en el fondo reflejan es su incomodidad con un artista al que les resulta imposible convertir en una simple etiqueta: componía, dirigía, tocaba el piano… y todo a un nivel superior, como parte indisoluble de su personalidad», afirma.
Y no es que desee emular necesariamente a Bernstein, pero De Solaun se propone dejar de grabar en un par de años para poder dedicarle más tiempo a sus otros intereses (aparte de la enseñanza, que cultiva periódicamente como una parte imprescindible de su propia búsqueda artística, o la poesía): la composición y la dirección orquestal. Ahí quizá haya desempeñado un papel esencial otro de sus proclamados maestros, el compositor valenciano Salvador Chuliá, autor de diversos tratados musicales que le transmitió, entre otras cosas, su pasión compartida por el contrapunto. Y con esta, lo que Barenboim señala como su objetivo principal: el entendimiento cabal de la anatomía de la pieza, imprescindible «para expresar su estructura» a través de la observación «de las relaciones entre todos los elementos de la música», como expresa el director israelí.
Un hombre de su tiempo, alejado de torres de marfil
Parece claro que Josu de Solaun no permanece instalado en su torre de marfil, absorto entre partituras. Nada de lo humano le resulta ajeno. Y entre citas de Lacan, referencias al estilo de Horowitz (un pianista que rechazaba la radical objetividad tomándose todas las libertades que estimaba oportunas) y algún comentario sobre polémicas actuales, como las recientes denuncias del barítono onubense Juan Jesús Rodríguez, el tiempo se desliza entre los inesperados meandros de la conversación. Habrá que repetir.
Quedó pedirle, por ejemplo, su opinión acerca de lo que pasará esta próxima semana en Estados Unidos, una sociedad que él conoce muy bien porque estudió y luego ha pasado mucho tiempo en ese gran país, incluso dedicado a la enseñanza. Puede que cuando, dentro de quince días, regrese por los predios sureños de Trump, el inquilino más popular de Mar-a-lago tenga ya otra residencia.
Tanto si así fuese, como si todavía permaneciera en aquel balneario para millonarios, el sol continuará saliendo, cada amanecer, de la misma manera. Y el pianista español volverá a improvisar de vez en cuando, allí o aquí, regalándonos por el camino algún Chaicovski como el que este mes parece dispuesto a brindarnos en el Monumental. Una nueva cita inexcusable con un músico extraordinario, como también proclaman en Miami.