Entrevista a Daniele Mencarelli, escritor italiano
«La gran revolución que harán nuestros hijos será huir de la dimensión digital y volver al mundo»
Daniele Mencarelli es uno de los escritores más populares del momento en Italia gracias a sus novelas La casa de las miradas y Todos quieren salvarse, esta última adaptada a la televisión en una popular serie de Netflix
Se define como progresista, cree que la conflictividad del mundo actual se debe al vacío ideológico tras la caída del Muro de Berlín pero, sobre todo, el escritor italiano Daniele Mencarelli es un humanista convencido que cree firmemente en la esperanza y en el valor del hombre por encima de cualquier instrumentalización.
Ediciones Encuentro publica Todos quieren salvarse, la continuación de La casa de las miradas (publicada en español también en Encuentro), y cuya adaptación a la pantalla por Netflix ha sido un éxito.
Poeta y novelista, Mencarelli es uno de los escritores más populares en Italia. La historia de Daniele, un joven que tras un violento arrebato de ira se despierta en un hospital psiquiátrico sin saber cómo ha llegado hasta allí, ha cautivado a decenas de miles de lectores.
En conversación con El Debate reflexiona sobre la naturaleza humana, la deshumanización del mundo de hoy, la esclavitud de las nuevas tecnologías y un llamamiento a la esperanza: las futuras generaciones se desprenderán de los grilletes que cercenan la libertad de hoy.
–Hasta ahora se ha publicado en España y en español dos de tus novelas, La casa de las miradas y Todos quieren salvarse. Son dos libros donde la amargura, pero también la esperanza, están muy presentes. ¿Es la esperanza la gran ausente del mundo de hoy?
–La esperanza es la espina dorsal de la existencia, su contrario no es la desesperación –quien está desesperado anhela la esperanza–, sino la indolencia, el desencanto, el no creer en nada, empezando por el amor.
No soy creyente, pero me defino como aspirante a creyente. Al mismo tiempo, no logro concebir un hombre como el contemporáneo: desprovisto de horizontes de valores, ideales, y también trascendentales. Un hombre dedicado solo a la explotación del mundo y de sus semejantes. La esperanza es, y será siempre, subversiva.
–En la novela Todos quieren salvarse el protagonista, Daniele, se despierta de forma repentina, sin saber cómo ha llegado hasta allí, en un hospital psiquiátrico. Junto a él hay otros hombres que deben seguir un tratamiento sanitario obligatorio tras episodios psicóticos violentos. Pero, en este lugar, en principio oscuro, un lugar de desesperación, al final se revela como un sitio donde Daniele encuentra sabiduría, descubre la sensibilidad y aprende a mar. ¿Es este recorrido de Daniele una metáfora de nuestra sociedad?
–Los lugares de dolor son aquellos que nos despojan de convenciones, de disfraces, de convencionalismos sociales. Regresamos a un estado animal, prehistórico, lo que nos vuelve expuestos, indefensos. Nos lleva a estar a punto de hundirnos definitivamente, o a aferrarnos unos a otros, a transformarnos en ayuda y a dejarnos ayudar.
En la llamada normalidad prevalece el principio burgués del ocultamiento, la perfección buscada y exhibida, la impermeabilidad al dolor propio y al de los demás.
–Estas novelas se presentan como autobiográficas. ¿Qué hay de Daniele Mencarelli en estos libros?
–Todo y nada. Sobre esto soy muy claro. Se es escritor no porque se posea una biografía, todos tienen una vida, sino porque se sabe escribir, porque se sabe emplear la palabra.
Una biografía no hace a uno escritor, una biografía hace a uno un hombre. Un escritor escribe una historia, para hacerlo se basa en todo aquello que le pertenece. Un escritor es, por su naturaleza, desvergonzado.
–Las enfermedades mentales, el alcoholismo, las adicciones a las drogas…, ¿son las grandes enfermedades desconocidas de nuestro tiempo?
–En realidad son conocidísimas, no hay nada de conformismo en relación con las sustancias, con las dependencias. Hoy quien es cada vez más desconocido es el hombre. Estamos profundizando en una alfabetización existencial que nos lleva a asombrarnos de nuestra naturaleza, que está hecha de vida y muerte, de dolor y destino, actores invisibles que gravitan sobre nuestra vida que actúan sin pedirnos permiso. El estupor del estupor, la crisis de la crisis, eso es lo que me sorprende de verdad.
–¿Está preocupado por la ruptura de la estructura de valores e instituciones en el mundo de hoy? Parece que ha aumentado la polarización, el enfrentamiento político y social…
–Desde mi punto de vista, todo nace de la caída del Muro de Berlín y del bloque soviético. En occidente se creó un vacío ideológico que intelectuales y movimientos no han sabido llenar con una reformulación de los valores que encarnaba el socialismo, fracasado cuando se puso en práctica en Rusia, pero universal en cuanto a valores sociales y humanos; no ha sabido relanzar una nueva educación y una nueva visión económica.
–El uso de las redes sociales parece que ha introducido un elemento de conflicto en las relaciones entre personas. ¿Qué piensa del poder de plataformas como Twitter o Meta?
–El gran tema es el del conflicto como vector de las relaciones humanas. El drama parece no poder existir sin este tema: el duelo. Intento explicarme mejor. El verdadero conflicto que debería animarnos es el que se produce con nosotros mismos, esa tensión existencial que debería ponernos en movimiento para llegar a una versión mejor, también en las aspiraciones, respecto a aquello que éramos antes.
Al contrario, desde siempre el hombre se ancla a la idea del enemigo externo para no mirarse al interior. La digitalización ha crispado este elemento arquetípico con la introducción del algoritmo.
–Hablando de internet, en este momento parece que ya no existe la verdad, que toda la información que parece verdadera puede ser, en realidad, un bulo. ¿Cómo se puede confiar de nuevo en la verdad?
–Verdad y realidad son imprescindibles. Hoy, nuestro cociente de relación con la realidad se ha desplomado. Se nos somete a una mediatización constante y estamos perdiendo la conciencia de que todo lo mediático es narrativa, algo diferente a lo vivido. Estamos inmersos en las narraciones, obedecemos a necesidades inexistentes, vivimos aterrorizados.
No siempre es posible, pero existe un «antídoto»: por subjetivo y parcial que pueda resultar, cada uno de nosotros debe hacerse testigo de su tierra y de su tiempo. Ser testigo, en primer lugar, de nosotros mismos. Acudir y ver con nuestros propios ojos, estar físicamente, meter el cuerpo.
Esa es la gran revolución que harán nuestros hijos: volver al mundo, huir de la dimensión digital o, mejor aún, hacerla un instrumento de las necesidades del hombre. Soy un progresista convencido: el problema no es el instrumento, sino su modo de empleo.
–Todos quieren salvarse ha sido un gran éxito en Netflix. ¿Esperaba este éxito?
–Como poeta siempre he percibido la importancia de temas relacionados con la existencia y no hay nada que me pueda convencer de que haya seres humanos que no existen, únicamente no tienen la conciencia, no lo saben o tienen miedo. Recuperar la dimensión de la existencia, dar nueva vida a las preguntas de siempre. Vivimos en una época llena de signos de exclamación, pero el de interrogación es el único signo que cuenta de verdad.
Mirar e interrogar, sabiendo que la única respuesta es compartir la pregunta. Ser conscientes aterroriza al poder, en primer lugar, al económico, porque restituye al hombre en su dimensión extraordinaria, lo hace menos domesticable.