
Los perros han mejorado su estatus y han pasado, para muchos, de mascotas a 'perrijos'
El filósofo más odiado por los animalistas
A lo largo de la historia se ha producido un importante cambio de actitud y pensamiento respecto a las fieras
Vivimos en los tiempos de los «perrijos». Sin duda, la extrema humanización de los animales que se produce en nuestros días puede ser motivo de un profundo análisis filosófico. Con la natalidad por los suelos, son muchas las parejas que optan por comprar una mascota para afianzar su relación y tampoco es extraño que se hable de ella con términos propios de un padre o una madre.
Esta nueva visión respecto a los animales es la misma que tiene en jaque a la Tauromaquia, que critica una y otra vez el uso de caballos para tirar de carros y que fomenta el veganismo con mayor o menor éxito. Es evidente que estas posturas son extremas, pero evidencian un cambio de tendencia que deja atrás otras igual de radicales en el sentido contrario.
Ya comentamos en otro artículo como René Descartes sentó las bases del mecanicismo al considerar que todos los procesos físicos pueden ser explicados en base a una serie de leyes. Así, como si de un reloj se tratase, todo puede quedar reducido a una compleja sucesión de movimientos.
Siguiendo con su teoría, Descartes diferencia por completo al hombre del resto de los animales. La capacidad racional de los humanos, su alma, es lo que los separa de ser simples máquinas, robots que diríamos ahora. Pues bien, un fiel seguidor del racionalismo cartesiano, Nicolás Malebranche, llevó este planteamiento hasta sus últimas y algo crueles consecuencias.Cuenta una de esas anécdotas relacionadas con la filosofía que paseaba Malebranche con unos conocidos cuando un perro se cruzó en su camino. Dicen que el pensador se agachó, acarició al animal y después le arreó una fuerte patada. Ante la extrañeza de sus acompañantes, el francés aseguró que no pasaba nada porque solo se trataba de una máquina que, aunque gritaba, no sentía.
Para Malebranche todo quedaba reducido al estímulo y la respuesta mecánica. El perro, al no tener alma, no puede sentir y se comporta de un modo similar a lo que llamaríamos un autómata. Como el propio autor dejó escrito: «Comen sin placer, lloran sin dolor, crecen sin saber; nada desean, nada temen, nada conocen».
Otros seguidores del cartesianismo tomaron la misma actitud hacia los animales y como recoge el profesor Raga Rosaleny en un artículo publicado en la revista filosófica Pensamiento, no eran pocos los que se dedicaban a dar bastonazos a los perros y burlarse de quienes se compadecían de ellos.
Como vemos, siempre es posible llegar a los extremos cuando se trata de cualquier materia. Si hoy nos puede parecer exagerado pasear a una mascota en un carrito similar al de los bebés, también lo es la idea de aprobar todo tipo de maltratos bajo la idea de que, al no ser seres racionales, no pueden sentir dolor ni nada parecido.