La devolución a sus países de origen de obras expuestas en museos extranjeros: ¿justicia o revisionismo?
El surgimiento de 'Black Lives Matter' ha impulsado de nuevo un debate antiguo con demasiados ángulos como para establecer una norma unívoca que justifique en cualquier caso la reposición
Desde hace algún tiempo algunos museos han empezado a devolver obras de arte a sus países de origen. Tras la aparición del movimiento Black Lives Matter el debate sobre si llevar o no a cabo este traslado ha tenido un impulso que se ha traducido, el pasado miércoles, en la devolución a Benín por parte de Francia (una realidad prometida hace meses por el presidente de la República, Emmanuel Macron), de 26 obras del tesoro real de Abomey en una ceremonia encabezada por el propio Macron.
Jorge Llopis, historiador, perito tasador judicial de arte y presidente del Consejo Español de Peritos Tasadores de Arte y Patrimonio, distingue entre «colonialismo» y «saqueo». Para Llopis hay que distinguir claramente entre «saqueo» o «expolio» y «ex colonias». «El expolio es un robo generalizado llevado a cabo de forma violenta. Es el caso de los nazis, por ejemplo. En cambio, yo no considero "expolio" a lo realizado en las antiguas colonias, puesto que estas formaban parte de la metrópoli, como provincias, y la metrópoli no expolia, simplemente se lleva, traslada, lo que es suyo».
Llopis considera que, en este caso, la posible devolución depende únicamente del acuerdo entre las partes y no de ningún revisionismo. «En España los grandes multimillonarios estadounidenses, como Randolph Hearst, antes de la Ley de Protección de Patrimonio de 1931, vaciaron claustros, iglesias y sillerías completas... ¿Alguien las ha reclamado?», se pregunta.
Hace más de un año el consejo de Cultura de Países Bajos emitió un histórico informe donde se «recomendaba» la devolución de hasta 100.000 objetos sustraídos de los territorios que controlaron en Asia, África y el Caribe. Un punto que divide incluso a los partidarios de las devoluciones es si estas se deberían limitar a los objetos sustraídos contra la voluntad de sus poseedores originales, o también deben incluir las piezas perdidas de forma involuntaria.
Frente a esta disyuntiva Francia se ha posicionado con contundencia, en palabras de Macron durante la ceremonia simbólica de entrega en el Quai Branly, el museo etnológico francés: «Francia no podía permanecer pasiva ante el hecho de que el 95 % del patrimonio africano se encuentre fuera de sus fronteras. No había razón para que la juventud de Benín no pueda tener acceso a su patrimonio.
«Los pueblos víctimas de este saqueo no han sido desposeídos de obras de arte irreemplazables, han sido desposeídos de una memoria que les hubiera ayudado a conocerse mejor a sí mismos, a ser mejor comprendidos. Las mujeres y hombres de este país tienen derecho de recuperarlas», afirmó el presidente francés.
Hipólito Sanchiz, doctor en Historia Antigua y profesor del Grado de Historia e Historia del Arte en la Universidad San Pablo CEU, cree que no se puede generalizar. Piensa que «se deberían devolver», por ejemplo, los frisos del Partenón expuestos en el Museo Británico, pero no ve cómo proceder a la devolución que reclama Grecia de unos objetos que fueron comprados legalmente al imperio otomano («al gobernador de turno», apunta Llopis), cuando Grecia no existía como tal.
Infinitos recovecos
Otro caso actual es la reciente reclamación al gobierno austríaco por parte del México de Sánchez Obrador del llamado Penacho de Moctezuma («un regalo español», recuerda Llopis), pieza con la que el país azteca pretendía contar para el bicentenario de su independencia. El museo en el que se encuentra ha aducido que el penacho tiene un estado de conservación delicado para poder viajar. Realidad o excusa, el caso es que la pertenencia del gobernante de Tenochtitlán se queda en Viena.
Sanchiz recuerda el rocambolesco caso del Tesoro de Príamo, una colección de joyas de más de 8.000 piezas encontradas en las excavaciones de la ciudad de Troya a finales del XIX por Heinrich Schliemann, quien se las llevó ilegalmente a Grecia porque originariamente Troya perteneció a dicho país. Schliemann tuvo que pagar una fuerte multa a los turcos y fue condenado a devolver la mitad del tesoro, lo que nunca cumplió y lo que no le impidió donar el ajuar funerario al completo al Museo de Berlín. Después de la II Guerra Mundial las piezas desaparecieron y no fue hasta 1993 cuando el Museo Pushkin de Moscú anunció que el tesoro había permanecido en sus sótanos todo ese tiempo. Desde entonces, Grecia, Turquía y Alemania reclaman su propiedad sin evidente solución.
Parece razonable pensar que la devolución de obras de arte a sus lugares originarios no puede convertirse en una acción unilateralmente política o ideológica como ha concluido Francia con Benín, sino que existen casi infinitos recovecos históricos y legales, laberintos tan intrincados como los propios sótanos de los museos donde se han escondido y se esconden riquezas desconocidas e incalculables («¿acaso no fue Napoleón el mayor saqueador de la historia?», se pregunta Llopis) que exigen justicia y verdad para todos, más allá de salomónicos revisionismos de moda, políticamente correctos, sin un criterio que en cada caso justifique el retorno o la permanencia.