El Reina Sofía deforma el esperpento de Valle-Inclán para mostrar sus obsesiones ideológicas
Ya no hay Kiplings ni Valle-Inclanes, y el arte se desliza por la cuesta de su propio esperpento, deformando efectivamente toda concepción artística
Que no se confunda nadie. No es que la nueva exposición sea un esperpento en subjuntivo, sino que lo es en presente de indicativo. Esperpento. Arte popular y revolución estética se estrena este miércoles en el Museo Reina Sofía. Es la primera muestra de la nueva temporada en la pinacoteca madrileña.
No hay ideas, lo habitual, sino búsqueda en algún lugar del pasado, como quien hace girar un mapamundi de corrientes antiguas y de repente lo para con el dedo para decir: «Allí voy». Algo así hicieron en El hombre que pudo reinar de John Huston, basada en el cuento de Rudyard Kipling, para elegir Kafiristán como destino los dos suboficiales del ejército británico interpretados por Michael Caine y Sean Connery.
Esperpento adaptado
Aquella historia también era esperpéntica, la de dos militares ingleses buscadores de fortuna en un lugar remoto. Pero al menos era auténtica, original. A nadie más se le había ocurrido antes cruzar a pie la cordillera del Hindu Kush para convertirse en rey, igual que a nadie más que a Valle-Inclán se le había ocurrido antes deformar la realidad para escribir literatura.
Ya no hay Kiplings ni Valle-Inclanes, y el arte se desliza por la cuesta de su propio esperpento, deformando efectivamente toda concepción artística. En este caso el dedo del mapamundi ha ido a posarse sobre el Kafiristán del Nobel y sobre el esperpento del genio manco. Nada ni nadie está libre del alcance del arte moderno, sediento de talento que absorber y devolver transformado y adaptado a los usos y, sobre todo, ideologías del presente.
Este esperpento, no «valleinclanesco», sino «reinasofiesco», se lleva a Max Estrella y lo pone en otro mundo y en otro tiempo para explicarnos el futuro. Dice Germán Labrador, uno de los comisarios, que quiere «sacar al esperpento del rincón de la curiosidad literaria, el cachivache extraño o la tradición casticista donde pretendió arrinconarlo el franquismo». Ahí está Wally: el franquismo. No tiene nada que ver el franquismo con el esperpento, pero, con tal de ideologizar, cualquier cosa es posible y trasladable en el mundillo artístico de hoy.
Desde luego, la frase es para enmarcar por tramos. Lo primero, «sacar al esperpento del rincón de la curiosidad literaria». ¿Por qué?, cabe preguntarse. ¿Acaso dio Valle su aquiescencia para manosear su idea original? Y el ataque gratuito al franquismo, atacable por muchas razones, pero no precisamente por «arrinconar» al esperpento en la «tradición casticista». Qué complicación tan «fácil» de resolver con una simple idea original que hoy no es tan simple.
Hay cuadros y cuadros. Los arlequines y el torero de Baldomero Romero, por ejemplo, tienen un indudable espíritu esperpéntico, pero ya se sabe que lo que se pretende es «sacar al esperpento de la curiosidad literaria» y entonces se sabe que se usa al esperpento como un chicle para estirarlo hasta, por ejemplo, el feminismo o el indigenismo. Como una masa que sirva para ver la realidad desde una nueva perspectiva que desde luego no es la de Valle-Inclán. Es la mudanza, casi por desahucio, del esperpento personal de su creador a la ideología imperante en el XXI.
Una ilación débil, pero vistosa por momentos, y grotesca más allá de su ser en otros. Falta el humor, es decir, el talento verdadero y no se necesita al colectivo mexicano Lagartijas al sol para que ceda «el espacio de representación a las mujeres rebeldes y luchadoras, ausentes en el relato del escritor, pero víctimas por igual de la tiranía y violencia que la novela describe»: revisionismo esperpéntico, pero el revisionismo al fin y al cabo que no es el esperpento.