
Manuel Segade con una de las esculturas que el Museo Reina Sofía ha instalado en sus terrazas
El Reina Sofía instala tres esculturas en sus terrazas, pero no se sabe para qué
El museo dirigido por Manuel Segade trata de llamar la atención instalando tres esculturas en el exterior en una propuesta fallida
Manuel Segade, director del Museo Reina Sofía y máximo responsable de la caída de la institución por la pendiente descolonizadora, feminista, ecosostenible y demás principios del credo woke, ha presentado tres esculturas que se expondrán de forma permanente en la azotea del museo.
En concreto, las esculturas se han instalado en las terrazas del edificio de la ampliación realizada por el arquitecto Jean Nouvel.
El anuncio de que Segade daría a conocer las obras que ocuparían un lugar relevante en las terrazas de acceso público del museo hacía adivinar que las tres esculturas anunciadas no iban a ser, precisamente, estatuas de Fidias.
La propuesta peca, para empezar, de indefinición. Se han sacado tres obras de las salas del Reina Sofía al exterior, pero ¿para qué? Realmente, para nada. Solo para que estén ahí, al aire libre.Su ubicación no se comprende, no está al servicio de nada, no aporta absolutamente nada, y en la nada más absoluta se queda.
Da la impresión de que se trata de una estrategia efectista que busca llamar la atención de unos visitantes cada vez más desencantados con un museo que hace tiempo dejó de estar al servicio del arte para ponerse a las órdenes de los mandatos woke.
Lo que ha presentado Segade en el Museo, salvo una de ellas que sí tiene calidad, son obras insulsas, que no transmiten nada, vacías… Por no ser, ni siquiera son feas. Simplemente tienen la misma complejidad artística que un armario. Y no es culpa, ni siquiera, de los artistas.
Penetrable, del afamado artista Venezolano Jesús Soto, ni siquiera es una escultura, es una instalación. Pero Soto (fallecido en 2005) no tiene la culpa de que el Museo dirigido por Segade trate de presentar como escultura lo que no es.
La obra de Soto es una instalación característica de su trayectoria artística. Sin embargo, el Reina Sofía la maltrata, la descontextualiza y la desvirtúa al instalarla de una manera descuidada.
Da lugar así a una propuesta que en una sala en condiciones sería intrigante y onírica, pero que en su actual ubicación y del modo en que se ha instalado se queda en una absoluta cutrez incomprensible.
La segunda obra presentada por Segade es Vigilante rojo, del artista colombiano Edgar Negret, consistente en una serie de planchas metálicas de color rojo atornilladas que juegan con la perspectiva cambiando de forma en función del punto de vista desde donde se observe.
Descontextualizada e instalada en un lugar, aparentemente seleccionado sin ningún tipo de criterio, más allá de situarla en algún sitio donde no estorbe demasiado, la pieza pasa por un elemento más, un tanto extravagante, del mobiliario del museo, más que por una obra de arte.
La tercera escultura instalada es la única con la que el Museo ha acertado. Se trata de la obra Mediterránea, del artista Martín Chirino. De las tres, esta es la única que verdaderamente se puede considerar una escultura.
Instalada en un lugar relevante, en una terraza sobre la confluencia de la ronda de Atocha con la plaza del Emperador Carlos V, se convierte en un elemento llamativo que, visto desde la calle, parece presentarse como una versión moderna de las gárgolas góticas.
En Mediterránea, el escultor canario trabaja el hierro –su material predilecto–, le da una forma geométrica y lo retuerce dolorosamente hasta convertirlo en una obra abstracta que transmite inquietud y violencia, pero también serenidad y reflexión.
Con la honrosa excepción de la escultura de Martín Chirino, la propuesta de Segade para las terrazas del Reina Sofía se presenta como un nuevo proyecto fallido, arrastrado por una enorme desorientación sobre lo que es, y para qué sirve, el arte, y una absoluta ausencia de identidad del museo que dirige.