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El historiador cubano Abel Sierra Madero ha publicado «El cuerpo nunca olvida. Trabajo forzado, hombre nuevo y memoria en Cuba (1959-1980)»EFE

Entrevista

Abel Sierra: «Los gulags caribeños de los Castro se llenaron de religiosos y homosexuales para ser reeducados»

El historiador reconstruye la represión cubana contra disidentes, religiosos y homosexuales en campos de reeducación y negocio para la antigua URSS

La Cuba ideal, «libre» de capitalismo e imperialismo norteamericano que concibieron los hermanos Castro desde su desembarco del Granma, no parece haberse librado de la violencia inherente a la divinización de las ideas que han llenado de almas los campos de trabajo forzado, ni de las pretensiones de violenta imposición del pensamiento, a modo de gulag soviético, sin nieve ni hielo.

Desde la caída de Batista por parte de aquellos rebeldes barbudos, se practicó sistemáticamente la persecución y el encierro de disidentes, religiosos, homosexuales y artistas; figuras estas de un viejo régimen para las que la revolución marxista tenía reservado «mucho dolor y trauma»; unas heridas incurables, según el historiador Abel Sierra Madero, que acaba de publicar un ensayo sobre los campos de trabajo y reeducación en la Cuba posimperialista de Fidel Castro y el «Che» Guevara.

El cuerpo nunca olvida. Trabajo forzado, hombre nuevo y memoria en Cuba (1959-1980) reúne, por primera vez, fotos personales, fuentes y testimonios sobre las llamadas –oficialmente– Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP); unidades que no eran otra cosa que centros de reeducación y de negocio con los presos políticos cubanos, que eran susceptibles de ser convertidos a la fuerza, en afectos al «hombre nuevo» deseado por el régimen comunista.

Reeducación ideológica y negocio

Abel Sierra Madero, que se ha especializado en guerra fría y campos de concentración, se entrevistó con más de treinta víctimas y familiares que estuvieron entre 1965 y 1968 en aquellas unidades que, luego, han resultado ser –en palabras del escritor– «un sistema económico más complejo dentro de un proyecto amplio de ingeniería social. Para tal propósito, se crearon decenas de campamentos de trabajo forzado en la llanura de Camagüey, la provincia donde mejor se cultivaba la caña de azúcar».

En este sentido, «el testimonio de las víctimas es que fueron enclaves de plantación socialista puesta al servicio de la Unión Soviética y Europa del Este, que le permitía al Estado apropiarse de gran parte de las fuerzas de trabajo sin tener que compensarlas económicamente», ha señalado el escritor.

Disidentes, cristianos y homosexuales

El escritor de El cuerpo nunca olvida. Trabajo forzado, hombre nuevo y memoria en Cuba (1959-1980) reconoce que todavía «hay mucho dolor, trauma y silencio, que es una parte importante del libro: lo que hablan los silencios a propósito de aquella noción de hombre nuevo: el término para establecer la estructura ideológica revolucionaria, para instrumentalizar los campos de trabajo y los mecanismos de control y poder».

En la línea más totalitaria, el régimen cubano llevó a cabo experimentos conductistas para «modificar» la conducta sexual de los homosexuales. Torturas y descargas eléctricas estaban a la orden del día para modificar las conductas «desviadas».

El otro grupo más castigado por la revolución fue el de los Testigos de Jehová, al negarse a prestar el servicio militar, junto a las distintas realidades cristianas que existían en la isla como católicos, adventistas, bautistas, metodistas, pentecostales, y otras religiones asentadas en la tradición afrocubana, como la de los santeros.

La revolución cubana «veía la isla como un cuerpo enfermo y al Estado como una instancia médica, así que los gulags caribeños se llenaron de homosexuales para ser curados. Pero las pocas fuentes disponibles, más allá de las hemerotecas oficiales, eran textos escritos por religiosos, desde una perspectiva del perdón».

De esta ausencia de fuentes nace el trabajo del historiador cubano Abel Sierra Madero, que ha tratado de «desarrollar una investigación profunda, que recogiera el antes y el después de los campos; el adentro y el afuera, mientras el régimen castrista creaba la mística y el morbo sobre la existencia o desaparición de esos archivos, para imposibilitar la reconstrucción histórica» del sufrimiento de miles de víctimas que murieron en aquellos campos de caña de azúcar para la extinta Unión Soviética, o terminaron en psiquiátricos, o se suicidaron tras el infierno de la reeducación y conversión en el «hombre nuevo» socialista.