Abrir los ojos al lector
Si una de las virtudes básicas de un escritor es ver algo donde la mayoría no ve nada, puede afirmarse que Casi es un éxito
El lector que elige Casi, en una librería cualquiera, encuentra un título ambiguo, compuesto por un solo adverbio, acompañado por el subtítulo «Una crónica del desamparo» y la fotografía de un hombre que se esconde tras una chaqueta raída. En cuanto nos adentramos en el libro, conocemos que el narrador-protagonista es el propio Jorge Bustos. Tras su mudanza a un nuevo domicilio, se topa un centro de acogida de personas sin hogar y decide emprender un viaje a lo invisible, insólito en un periodista político con acceso a la élite de España. El lector sabe entonces que el desamparo del subtítulo no es solo emocional o moral, también es material. Además conoce que el título no proviene solo de un adverbio de cantidad. Es el acrónimo del centro de acogida: Centro de Acogida San Isidro. Allí conviven, en peculiar armonía, profesionales del cuidado, sanitarios, monjas y personas sin hogar. Configuran un personaje colectivo, tan importante como el propio narrador. Bustos se aproxima hacia el nuevo mundo poco a poco, sin forzar la confianza, reproduciendo la aproximación del lector hacia un territorio que ha decidido ignorar pese a su omnipresencia: muchas mañanas habrá tenido que esquivar a algún sin hogar y muchas noches los habrá encontrado en un cajero automático. Si una de las virtudes básicas de un escritor es ver algo donde la mayoría no ve nada, puede afirmarse que Casi es un éxito. Bustos nos abre los ojos ante un mundo que rechazamos y, lo que es mejor, no juzga ese rechazo.
Libros del asteroide (2024). 192 páginas
Casi
Pese a los distintos lugares hacia donde mira, Bustos sabe llevarnos de la mano, consigue que nos sorprendamos de sus sorpresas y sintamos sus penas. Sus descubrimientos son también los del lector. Su escritura es expresiva, pero no exalta la labor de los voluntarios, más bien se limita a describirles. Su heroísmo es tan obvio que no necesita ser subrayado. La suya es una compasión extrema porque, pese al desmesurado esfuerzo que implica, muchas veces no recibe gratitud, incluso puede ser mal recibida. Tampoco mitifica a los sin hogar. Muestra compasión hacia ellos, pero mantiene una distancia que les permite describirles con objetividad. Una mayor involucración emocional habría perjudicado al libro.
Bustos muestra, mediante las palabras de los sin hogar, su descripción y sus testimonios, cómo la caída le puede ocurrir a cualquiera: solo falta que los traumas habituales de la vida se condensen en un corto espacio de tiempo, se busque refugio en la bebida, fallen las redes de apoyo y, además, el azar no esté de nuestro lado. En estas páginas la calle machaca sin piedad a quien duerme en ella. Lo hace por fuera porque la falta de limpieza, la suciedad, deja en el cuerpo un olor inseparable, pero también por dentro: rompe el discurso incluso en las mentes más lúcidas. También aparece la violencia, venga de otros sin hogar, venga del cumplimiento más o menos arbitrario de la ley, venga, directamente, de la maldad, porque nadie es más adecuado para compensar la inferioridad ajena que quien no es superior a nadie.
También vemos, en paralelo a la destrucción del discurso y la aparición del delirio, el descenso de la autoestima a la inexistencia. La labor de los reparadores, sean religiosos o profesionales, es tomar los fragmentos y reconstruir a un ser humano más o menos autónomo. Lo hacen en la medida de lo posible, sabiendo que siempre quedarán zonas de sombra, imposibles de llenar. Deben, como hace el propio Bustos, combinar el vínculo y la distancia, tanto para salvar a los sin hogar como para evitar ellos mismos en la espiral. Vemos también la dificultad extrema del éxito absoluto: los centros pactan con la realidad y habilitan zonas y tratamientos intermedios. También encontramos historias de éxito y de recaídas: hay quien nunca puede abandonar la calle, el alcohol y la droga. También aparece el fracaso máximo: la muerte. Desde una perspectiva narrativa, destaca por ejemplo el viaje a Ávila, donde aparece cierta comicidad patética, cierto intento, meritorio y también frustrado, de regreso a la cotidianeidad.
Casi, concluyendo, es una crónica de primer nivel. Ayuda a que miremos de otra forma a los sin hogar que encontramos cada mañana camino del trabajo, aunque solo sea durante el tiempo que el libro permanece en nuestra memoria.