Las lecciones que la guerra del opio tiene que dar a Occidente sobre China
Stephen R. Platt nos acerca a uno de los conflictos de mayor importancia de la era contemporánea a través de un análisis lúcido y veraz. Todo lo que hay que saber sobre los orígenes, desarrollo y consecuencias de la primera guerra del opio entre China y Gran Bretaña
Las perspectivas de corto alcance no son adecuadas para el estudio de la Historia. Posiblemente sí lo sean para los estudios de mercado o de política económica, pero no para estudiar la Historia. Así pues, la creencia de que China se convirtió en una gran potencia desde la emergencia de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), esto es, desde los inicios del siglo XXI, es un error garrafal. Así lo señala Stephen R. Platt, autor de El crepúsculo imperial: «las aspiraciones chinas de alcance mundial de finales del siglo XX y principios del XXI –desempeñar un papel destacado en la ONU, albergar los Juegos Olímpicos, llevar un hombre a la Luna–, fueron recibidas casi con desconcierto por todos los que desconocían su historia, como si China fuera un advenedizo demasiado ambicioso que olvidaba su lugar».
Ático de Libros. 2024. Páginas 672
El crepúsculo imperial. La guerra del opio y el fin de la última edad de oro china
Teniendo en cuenta, comparativamente, que mientras la República romana aún luchaba por su hueco en el panorama regional del Mediterráneo occidental contra la otra gran potencia regional –esto es, Cartago–, China, en el siglo III a.C. durante la Dinastía Qin, se había convertido ya en uno de los mayores imperios, junto al persa, sobre la tierra, se puede decir que de advenedizo el Imperio chino no tenía nada. A finales del siglo XVIII, con la Dinastía Qing manchú, China podía seguir ostentando el título de ser uno de los mayores imperios. ¿Dónde estaba el Imperio romano entonces? Y no solo en lo que a extensión territorial y número de población se refiere: el comercio con China ha estado de manera secular en el centro del mercado internacional, de una u otra forma. Desde la Antigüedad, con la Ruta de la Seda, hasta hoy, las conexiones comerciales de Occidente con China han marcado nuestra historia.
Pero si ha habido un punto de inflexión en la historia de las relaciones entre Occidente y China, ese ha sido, sin duda, la primera guerra del opio, acaecida entre 1839 y 1842. Así lo muestra el profesor de Historia de China en la Universidad de Massachusetts, Stephen R. Platt, en uno de los mejores ensayos que verán la luz en castellano este 2024: El crepúsculo imperial. La guerra del opio y el fin de la última edad de oro china (Ático de los Libros, 2024). Este conflicto, que enfrentó a Gran Bretaña contra el Imperio Qing, no fue un mero enfrentamiento bélico entre dos potencias. Fue mucho más: el fin de una era y el comienzo de otra. Para los chinos fue el comienzo del «Siglo de la Humillación»; para los occidentales –especialmente para los británicos– el inicio de la apertura de la eternamente hermética China, en cuyos mercados llevaban los británicos intentando entrar, superando los muros del barrio de las factorías extranjeras de Cantón, desde mediados del siglo XVIII. Es especialmente interesante cómo Platt aborda la cuestión desde las dos perspectivas implicadas, occidental y china, alejándose de una historia sesgada o plana, lo que es especialmente laudable, al tiempo que ofrece toda una serie de datos (sobre todo económicos) en los que, resumidamente, evidencia la necesidad que la economía británica tenía de mantener sus relaciones comerciales con China.
Asimismo, Platt aborda con seriedad histórica y talento narrativo la convulsa situación sociopolítica por la que pasaba la Dinastía Qing a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX para entender la decadencia del periodo: la rebelión protagonizada por los seguidores de la secta del Loto Blanco, así como la formación de una de las confederaciones piráticas más importantes de la historia china, comandada por la líder pirata Shi Yang. A esto hay que añadir una crisis en la estructura gubernamental china debido a la corrupción endémica en las filas de su funcionariado, especialmente significativo en los últimos años de reinado del emperador Qianlong, y que su hijo y sucesor, Jiaqing, intentó solucionar.
Por otra parte, el protagonismo indiscutible de la Compañía Británica de las Indias Orientales en esta historia viene a poner de relieve la importancia que esta empresa ha tenido en el devenir histórico mundial, un interesante precedente para nuestros días en los que intereses empresariales, alineados muchas veces con los intereses nacionales de los Estados, desencadenan conflictos, violan la integridad territorial o la soberanía de otros Estados y, en definitiva, extienden la economía de mercado a golpe de cañón (gunboat diplomacy, «diplomacia de las cañoneras», lo llamaban). En el caso de China con el comercio extranjero de Cantón no cabe ninguna duda: las negativas de los emperadores manchúes a que los británicos impusieran su forma de comerciar en su propio territorio conducirían a los súbditos de Su Majestad británica a, en palabras de lord Macartney, reducir la costa china al hambre y la insurrección con solo «media docena de cañonazos».
En el año del Señor de 1839 los británicos se dedicaron a plantar en el hemisferio oriental las semillas de un anti-occidentalismo que llega hasta nuestros días: en China, con la primera guerra del opio; en Afganistán, con la primera guerra anglo-afgana (1839-1842). En ambos casos, los británicos llevaron a cabo una política colonialista «a punta de pistola» y de superioridad racial y moral occidental a través de su agente más destacado: la Compañía Británica de las Indias Orientales. No podría haber un libro –por cierto, de temática extremadamente escasa entre las publicaciones en español– más necesario en los tiempos que corren, para entender no solo la mentalidad china y su idiosincrasia cultural, sino de cómo deben, o no, llevarse a cabo las relaciones entre Estados de culturas tan distintas. Los ilustrados franceses, como Voltaire, admiraban a un idealizado Estado chino; los chinos, por su parte, consideraban los gobiernos occidentales débiles, y a sus gentes bárbaras e incivilizadas.
Y que no se nos olvide mencionarlo: si bien es verdad que el objetivo de la guerra del opio era obligar a China a abrir su mercado a Gran Bretaña, la forma fue expandir una drogadicción nociva. Lo dicho: un libro cargado de lecciones.