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Diana (Louvre)

Diana (Louvre)

Apuntar a los otros

En Un puñado de flechas, María Gainza ofrece un conjunto de textos en los que lo reflexivo se entremezcla con el arte. Curiosamente, a pesar de su carácter marcadamente autobiográfico, las mejores «flechas» son las que apuntan hacia los otros.

Una noche de verano, el mismísimo Francis Ford Coppola obsequió a María Gainza con una reflexión tan sugerente como impostada: «El artista viene al mundo con un carcaj que contiene un número limitado de flechas doradas. Puede lanzar todas sus flechas de joven, o lanzarlas de adulto, o incluso ya de viejo. También puede ir lanzándolas de a poco, espaciadas a lo largo de los años. Eso sería lo ideal, pero ya sabés que lo ideal es enemigo de lo bueno». La escena, epicentro de «El carcaj y las flechas doradas», el texto que inaugura Un puñado de flechas, fluye con admirable tensión narrativa, a pesar de su carácter inverosímil; hay pulso, hay ironía, hay temple. «El arco está bien tensado», pensamos instintivamente.

Portada de Un puñado de flechas

Anagrama. Narrativas Hispánicas(2024). 244 Páginas)

Un puñado de flechas

María Gainza

Sin embargo, la alegoría de Coppola plantea inmediatamente una pregunta: ¿esas flechas doradas ya están alojadas en el carcaj, áureas por necesidad, independientemente de lo que el artista haga con ellas? ¿O, más bien, su brillo dorado sólo se percibe una vez que el artista las ha disparado con la tensión y la precisión requeridas para un lanzamiento certero? ¿Cabría, incluso, pensar que todas las flechas son de plomo y sólo un proceso de transmutación (la buena escritura, tan arcana como la alquimia) puede tornarlas doradas? Son preguntas que nos planteamos, y sobre las que no queremos dar una respuesta canónica y doctrinal.

Lo cierto es que, para descubrir el estilo cazador de Gainza, basta con fijarnos en el título que la autora ha elegido para su colección de textos: Un puñado de flechas. Con ello, la arquera indica a las claras que prefiere disparar sin orden ni sistematicidad. Espoleada por la fe en que su carcaj contiene algunas de esas flechas doradas –y, seguramente, consciente de que otras no lo serán–, lanza textos de diversa índole (el único factor común es que todos versan, de una forma u otra, sobre arte) con aparente despreocupación. El resultado, evidentemente, es desigual, y algunos textos revelan un carácter más dorado que otros.

Si bien el estudio crítico de la literatura no debe plantearse como la búsqueda de reglas eternas y universales, lo cierto es que la lectura del libro revela un patrón más o menos claro: aquellos textos que funcionan mejor, dentro de la colección, son los que colocan al otro en el centro del relato. Así, nos parece que podemos afirmar la superioridad de textos como «El carcaj y las flechas doradas», donde el protagonista, como ya hemos dicho, es Coppola; «Bodhi Wind», tal vez el más sólido desde el punto de vista poético (por razones que ahora explicaremos); «El desconcierto», que crece notablemente cuando Gainza se centra en la biografía de Isabella Stewart Gardner y, sobre todo, cuando pinta al señor Harold, ese mutilado policía con el que formará una más que extraña pareja; o «El profeta mudo», brillante reseña de la vida del fotógrafo Alberto Goldenstein.

En estos capítulos, remite la voz de la María Gainza narradora, una voz que en otros relatos nos puede llegar a sofocar. En los textos señalados, abunda la conjugación en tercera persona y ella se retira a un discreto segundo plano. Quizá el capítulo en el que mejor se aprecia lo que señalamos es «Bodhi Wind», en el que Gainza opera lo que podríamos llamar una «otrización del yo»: a manos de la narradora llegan, por casualidad, los cuadernos anotados por otra mujer, también llamada María Gainza y también crítica de arte. Así, al concederse a sí misma el papel de «la otra», el texto fluye de una forma totalmente novedosa y fresca.

Al respecto, es revelador uno de los fragmentos del relato:

«–¿Cuáles son sus personajes literarios favoritos? –me preguntó el neurólogo esta mañana.

Escribí:

'El Wilfred Owen de sus cartas, el Marco Aurelio de sus cartas, la Dawn Powell de sus cartas'».

A partir de esta referencia, podemos nosotros decir que nuestra María Gainza favorita es la María Gainza de las libretas de Bariloche. Un personaje que es ella, pero que al mismo tiempo es otra. Es en «Bodhi Wind» donde mejor funciona el estilo fragmentario y (ultra)referencial de Gainza, gracias quizá a las licencias que le concede el ambiente onírico, asfixiante y surrealista del relato.

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