
EL MALESTAR DE LAS ÉLITES Y LA REVOLUCIÓN DE LA AGENDA: Ideología, moral y el futuro de Occidente (Reflejos de Actualidad)
España, milagro cotidiano
España no es un plebiscito cotidiano, sino una realidad mítica preexistente y necesaria, aunque a menudo nos parece imposible
Juande González (1976) no ha escrito su libro para nosotros, conservadores clásicos, eso está claro, aunque nos da la razón con muchísima frecuencia, y se le agradece. Ya tenemos asumidas prácticamente todas las conclusiones a las que él, poco a poco, llega. González viene de lejos —del progresismo liberal constitucionalista— y se queda muy cerca de donde muchos hemos estado siempre; pero lo hace dando curvas biográficas, subiendo repechos ideológicos y bajando cuestas con el freno de mano echado. El trayecto a veces resulta sinuoso y otras esforzado y, como es para llegar hasta casi adonde estamos, tal vez podríamos —si no fuese por las vistas— ahorrarnos el viaje, el combustible y el desgaste de los neumáticos y, sobre todo, de los frenos.
Lo del trayecto largo se advierte desde el título: El malestar de las élites y la revolución de la agenda, al que se añade este subtítulo: Ideología, moral y futuro de occidente. Al que todavía se suma en la cubierta un sub-subtítulo: La batalla por recuperar la libertad frente a las élites que intentan redefinir nuestro futuro. No podemos decir que el ensayo no está bien presentado. Lo ha publicado en Editorial Sekotia.
Juande González hace una crítica metódica al consenso progresista y su aprovechamiento por parte de las élites. Arranca de lo que llama «el pensamiento ‘pluto’», medio acrónimo, medio neologismo, que juega con la resonancia al perro de Walt Disney y al dios griego del dinero. Con él describe la ideología progresista liberal tecnocrática, en la que creía firmemente. El peso de lo biográfico es explícito y también implícito y funciona como captatio benevolentiae, recurso expositivo y línea argumentativa. Lo biográfico nos explica, por ejemplo, la elección de sus autores de referencia, que son compañeros o guías de viaje: Pedro Herrero, Fernando Savater, Arcadi Espada, Álvaro Delgado-Gal, Félix de Azúa… La prosa se columpia entre experiencias y estudios: «En este libro me valgo de teorías que conozco para ofrecer una lectura razonada […] pero cuando tuve que enfrentarme a mi propia falta de sentido no fueron las teorías las que me ayudaron, sino mi gente». Hay algo de ajuste de cuentas (o de cuestas que ha tenido que subir) en todo el volumen. Levanta acta de su desengaño constitucionalista como cuando —nuevo ejemplo— confiesa lo ridículo que se sintió con su atildada bandera europea en la manifestación de Barcelona por la unidad de España, rodeado de catalanes que lucían sin complejos su rojigualda.
Otra confesión: durante muchos años, se negó a jugar a la lotería de Navidad porque no es una apuesta racional. Ahora ha comprendido el peso del rito, del acto comunitario y de la comunión en la costumbre, que siempre tocan… Por lo mismo, la nación va por delante de la Constitución y «resolver el problema a través de reformas constitucionales o administrativas» es una forma de neurosis que hicieron suya partidos progresistas de la no izquierda como UPyD y Ciudadanos, y de la que el autor confiesa que «ha tardado tiempo en liberarse». España no es un plebiscito cotidiano, sino una realidad mítica preexistente y necesaria, aunque a menudo nos parece imposible. España, concluye, es un milagro cotidiano. Nación indiscutible y decidida, por tanto.A la vez que relata sus caídas varias del caballo progresista, tiene mucho cuidado en no entrar a fondo ni en el aborto ni en el divorcio ni en la eutanasia, más allá de admitir con gusto un cierto acierto a bulto en las posturas de los católicos, pero dejando margen a la excepción y al prurito de disidencia. Del caballo, vale, pero no va a caer en ningún fundamentalismo, y menos aún en el religioso. A veces tanto disclaimer cansa, aunque, a fin de cuentas, aún está de viaje.
Y, sobre todo, es mucho más lo que no cansa. Este libro tiene un doble interés. Primero, el de analizar el desfondamiento del pensamiento «pluto». Su segundo interés nos interpela a los conservadores. Si queremos recibir a los más valiosos que se desencantan de las coordenadas posmodernas y regresan (con las naturales timideces), hemos de conocer sus certidumbres, sus inquietudes y sus razonamientos.
Las certidumbres de González coinciden con las de Víctor Lapuente (Decálogo del buen ciudadano) en su órbita de origen y con las de R. R. Reno (El retorno de los dioses fuertes) en la de llegada. Los tres defienden la familia y la nación como las dos columnas sobre las que ha de sostenerse la política buena y necesaria. A partir de ahí, Juande González lanza varias propuestas concretas que conviene aplaudir y recoger. Uno: «Defiendo que el declive demográfico de la humanidad debería ser el cambio climático de los conservadores». Dos: «Cualquier agenda política alternativa a la dominante debe tener como propósito extender y reforzar la propiedad». Tres: «Escuchamos a los líderes de izquierda exclamar escandalizados: «¡Ponen la unidad por delante de la democracia!». Naturalmente, deberíamos contestarles, por el mismo motivo que demos va por delante de cracia». Y cuatro: «La secesión de un territorio es solo lo segundo peor que puede pasarle a nuestro país; lo peor de todo sería el engendro plurinacional».
Juande González se nos descubre no solo como un politólogo pedagógico, honesto, prudente y muy leído, también es buen escritor. En este libro asistimos, pues, al alumbramiento de un ensayista. Mientras esperamos próximos títulos, nos ha traído de su viaje mucha materia para la reflexión, y unas estupendas vistas de regalo:
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Sun Tzu: «La guerra es una contienda moral que se gana antes en los templos que en los campos de batalla».
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El posmodernismo concede al deseo el papel que la Ilustración y el pensamiento clásico reservaban para la educación y el saber.
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Una élite que se precie es una élite cultural, al menos tanto como del dinero o de la política.
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Sin embargo, hay algo que separa a la religión de este tipo de pensamiento progresista: que el segundo no sabe que es religioso. […] Con razón decía Donoso que todo debate político es un debate teológico.
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Lo que afirmo es que «la verdad os hará libres» es una frase fundacional. […] Libertad y verdad son condiciones necesarias para la vida buena, pero, por separado, ninguna de las dos es suficiente.
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De eso se trata: de ir a lo esencial. A lo cotidiano y a lo eterno, que es lo mismo.
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En teoría, el pluralismo no exige el silencio, sino discusión racional. En la práctica, es la renuncia a la discusión.
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Una de las afirmaciones más chocantes de Reeves es que la masculinidad tiene un carácter más intensamente cultural que la feminidad, que es mucho más biológica. […] La consecuencia es que la identidad masculina ha resultado ser extremadamente frágil ante los cambios sociales. […] En el campo semántico de virilidad entraban palabras como honor, valor, sacrificio, virtudes que se admiraban en una mujer, pero que se exigían en un hombre.
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Siempre hay que hacer lo que los ricos hacen, no lo que nos dicen que hagamos.
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Las vidas conservadoras (que no siempre son las que llevan los conservadores) siguen siendo las mejores […] Pero nadie canta ya a estas vidas convencionales. [¿Nadie, nadie?]
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Una casa no es un hogar, pero no hay hogar sin casa.
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La prosperidad no es el final (el telos) por el mismo motivo que la vivienda es solo la condición para tener un hogar.
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No deja de ser llamativo que el gran defensor del gobierno aristocrático sea, a la vez, un igualitarista en lo social. Platón quiere una élite moral e intelectual (que, para él, son lo mismo) no económica.
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Cuando hay nación, el nacionalismo sobra, como dice José María Marco. Es en este sentido en el que el patriotismo es una virtud mientras que el nacionalismo es un proyecto […] Si España es hoy una nación, entonces su defensa es patriótica. Si a los que la defendemos se nos acusa de nacionalistas, entonces se está reconociendo que ya está rota.
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El hueco que dejan las tradiciones lo llena la ideología, y resulta obvio que salimos perdiendo ética y estéticamente.
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Toda élite verdadera es una élite de creación.