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Un nuevo fusionismo

El New Deal y la movilización total durante la Segunda Guerra Mundial fundaron el Estado administrativo y su vasto alcance regulador

Elon Musk se metió de lleno en las elecciones de 2024. Algunos otros magnates tecnológicos se le unieron en su apoyo a Donald Trump. La alianza es realmente notable. Hasta ahora nada en Silicon Valley parecía ser afín al conservatismo. En 2017 Google despidió a James Damore por el delito de expresar tranquilamente sus dudas sobre las políticas de «diversidad e inclusividad» que rigen en las empresas estadounidenses. Sin embargo, lo que parecía una homogeneidad de izquierdas resulta que ya no lo es. Al igual que los votantes de clase trabajadora de Ohio, Musk y sus amigos multimillonarios albergan serias dudas sobre el rumbo que han tomado los Estados Unidos. Y al igual que los entusiastas votantes MAGA, albergan una creciente hostilidad hacia el establishment izquierdista que controla las instituciones de élite. Esta inesperada armonía ha llevado a algunas de las figuras más prominentes del sector más dinámico de la economía estadounidense a unir sus fuerzas con las masas populistas. Ha llegado el momento de una nueva configuración ideológica: un nuevo fusionismo entre progresistas de derechas y conservadores sociales.

Hace un año, N. S. Lyons publicó una incisiva explicación de la aparición de oligarcas tecnológicos en la derecha («The Rise of the Right-Wing Progressives»). Allí llamaba la atención sobre el «Manifiesto tecno-optimista» lanzado en 2023 por Marc Andreessen. Lyons comenta: «Es un himno a todo pulmón que glorifica la tecnología, el progreso y el crecimiento sin límites, al tiempo que castiga lo que retrata como la desmoralización, la enervación y el estancamiento de nuestra sociedad». Los periodistas de la corriente dominante (es decir, de izquierdas) reaccionaron con horror, llegando a calificarlo como «fascista». En el New York Times, Ezra Klein escribió que «el tono del manifiesto es reaccionario».

Esta respuesta no es ninguna sorpresa. Nuestro régimen, edificado tras la Segunda Guerra Mundial, tiene muchos pilares. Casi todos ellos fueron erigidos o llegaron a ser asumidos por la izquierda. Pedir su demolición es, por definición, «anti-izquierda».

El New Deal y la movilización total durante la Segunda Guerra Mundial fundaron el Estado administrativo y su vasto alcance regulador. Andreessen se opone a este desarrollo y lo hace por las mismas razones que los conservadores defensores del libre mercado han aducido durante décadas: «La planificación centralizada está condenada al fracaso» y la pesada mano de la regulación ahoga la innovación. Se hace eco también de Milton Friedman: «Creemos que los mercados son una forma inherentemente individualista de lograr resultados colectivos superiores».

Pero Andreessen hace algo más que cantar el viejo himno pro libre mercado. Ataca la «atmósfera» dominante. El manifiesto afirma: «Nuestra sociedad actual lleva seis décadas sometida a una campaña de desmoralización masiva». Las élites liberales han aceptado con reverencia los pronunciamientos de Ibram Kendi sobre el «racismo sistémico», una visión pesimista que nos condena a vivir en un bucle de perpetua tensión racista. Los izquierdistas ricos financian organizaciones que claman que hemos provocado una catástrofe climática. Las universidades de élite promueven pedagogías de autocastigo antioccidental. Estos aspectos del régimen actual y otros han tomado fuerza bajo la supervisión de la izquierda. Como han descubierto liberales de toda la vida como Jonathan Haidt, oponerse a estos dogmas, por la razón que sea, hace que uno sea inmediatamente denunciado como «de derechas».

Como conservador social y religioso que soy, rechazo aspectos clave del «Manifiesto tecno-optimista». Andreessen cree «en la superación de la naturaleza», no gracias a la gracia divina, sino gracias a nuestro papel como «superdepredadores» que dominan sobre todas las cosas. Su sueño de que la inteligencia supere a la materia me parece gnóstico. Pero comparto su valoración negativa del actual régimen estadounidense. Estamos unidos en nuestra oposición al statu quo en la cultura y las artes, en la educación y las instituciones cívicas, en el gobierno y la cultura corporativa. En ese sentido, sean cuales sean nuestros desacuerdos, Andreessen y yo nos aliamos con los votantes que rechazan a los representantes demócratas (y republicanos) del statu quo. Somos «populistas» o, como nos califican con mucha delicadeza los redactores de The Atlantic, «fascistas».

Un enemigo común favorece las alianzas tácticas. ¿Hay convergencias más profundas? Lyons sugiere una distinción útil: igualitarismo como opuesto a jerarquía. La izquierda privilegia la igualdad. La derecha da prioridad a la jerarquía.

A este nivel, el progresista de derechas y el conservador a la antigua comparten una perspectiva común. «Ser de derechas es valorar especialmente la jerarquía», dice Lyons. Esta visión no significa estar a favor de la aristocracia o de la monarquía. Más bien, respaldar la jerarquía significa «ser capaz y estar dispuesto a reconocer que A es mejor que B en algún sentido, y por tanto colocar a A por delante de B y llamar a esto un ordenamiento adecuado y justo de las cosas». Lyons señala que «se puede argumentar que incluso la ciencia (la verdadera ciencia) es de derechas, porque los científicos no pueden ser igualitarios sobre los hechos». Esta interpretación de los datos es mejor que aquella interpretación.

Un progresista de izquierdas se rebela contra la jerarquía e insiste en que, cuando se trata de seres humanos, cualquier juicio que exprese un mejor que se basa en convenciones, prejuicios o alguna otra distorsión de nuestra conciencia, que deben ser corregidos para reflejar los ideales de igualdad. Todos los niños que participan en la carrera tienen que recibir premio. Sí, el corredor más rápido llegó el primero, pero este hecho no debe tener ninguna consecuencia especial. Los delincuentes no son moralmente peores que aquellos que respetan la ley; sufren el efecto de unas malas condiciones sociales. En referencia al conocimiento, tenemos que recuperar las «tradiciones indígenas» en lugar de «privilegiar» la ciencia occidental.

Hay mucho de verdad en el modo en que Lyons distingue la derecha política de la izquierda. Sin embargo, yo iría aún más lejos. Quienes son de derechas creen que la jerarquía se funda en la realidad. Cuando hacemos un juicio preciso del tipo mejor que, estamos honramos la verdad de las cosas. Quienes son de izquierdas niegan esta convicción metafísica. Dicen que los juicios del tipo mejor que se basan en valores históricamente contingentes y socialmente construidos: básicamente los intereses y preferencias de los poderosos.

Pondré un ejemplo. Lyons señala que los progresistas de derechas suelen poner el foco en la inteligencia. Algunas personas son más inteligentes que otras y este hecho marca la diferencia. De hecho, no son pocos los progresistas de derechas que buscan aumentar la inteligencia. Elon Musk fundó Neuralink, una empresa de neurotecnología que desarrolla formas de que nuestros cerebros interactúen con los ordenadores. Otros progresistas de derechas respaldan las tecnologías reproductivas que permiten a los padres someter a los embriones a exámenes para seleccionar los rasgos deseados, incluida la inteligencia. Una empresa fundada recientemente, Heliospect, ofrece tests para embriones destinados a lograr ese objetivo, cumpliendo quizás así algunos de los deseos expresados en el «Manifiesto tecno-optimista».

Como conservador religioso, considero que Heliospect es una empresa inmoral, no sólo porque sus servicios requieren la destrucción de seres humanos, sino también porque el cribado genético separa el acto sexual de la reproducción. No hay duda, en un nuevo fusionismo surgirán tensiones, no será nada fácil. Sin embargo, la reacción de la izquierda ante Heliospect es reveladoramente distinta de la mía. Un reciente artículo en The Guardian cita a Katie Hasson, directora asociada del Center for Genetics and Society. Hasson hace un comentario sorprendente sobre el tipo de análisis que realiza la empresa: «Uno de los mayores problemas es que normaliza esa idea de una genética «superior» e «inferior»», un enfoque que «refuerza la creencia de que la desigualdad proviene de la biología y no de causas sociales».

Creo que la fijación de la derecha progresista en el coeficiente de inteligencia es exagerada. La jerarquía tiene un significado metafísico: la verdad, la belleza y la bondad son perfecciones trascendentales, y las cosas y las cualidades de las personas deben valorarse en función de su grado de participación en esas perfecciones. La inteligencia es una capacidad, sin duda, y, a pesar de lo que piense Katie Hasson, las personas la poseen intrínsecamente en mayor o menor grado. Pero conocer la verdad es otra cosa completamente distinta. He conocido a personas brillantes que han teorizado por su cuenta hasta llegar a las conclusiones más ridículas. Personas muy inteligentes lo son a menudo en los libros, pero suelen ser estúpidas en la vida. Saben muchos datos, pero poseen poca aptitud para las verdades profundas y con consecuencias. Dan Hitchens ha analizado recientemente el pensamiento de Iain McGilchrist, que advierte contra una inteligencia estrecha y calculadora que ignora nuestra capacidad más amplia para percibir la verdad. Los progresistas de derechas suelen caer en esta trampa.

Pero mis objeciones a este respecto reflejan un desacuerdo sobre lo que es la realidad, mientras que el progresista de izquierdas insiste en que la «realidad» se construye socialmente y que la distinción entre hombre y mujer no está basada en la biología. Un nuevo fusionismo que una a los conservadores con los progresistas de derechas se basará en una afirmación compartida de la autoridad de la realidad.

He mencionado el aspecto metafísico de la realidad, que los progresistas de derechas pueden no compartir. Tampoco parecen reconocer la realidad de Dios. Quizás algunos se convenzan de lo contrario y cambien de opinión. El manifiesto de Andreessen nos insta a creer en el progreso, en el futuro. Pero el futuro no existe, lo que significa que el tecnoptimista corre el riesgo de caer en aquel nihilismo actual que pretende superar. Es mejor creer en lo real, que es a la vez un ancla fiable y está preñado de posibilidades, como ponen de manifiesto los logros tecnológicos del hombre.

Las coaliciones políticas no se hacen en seminarios de filosofía. Sin embargo, a medida que la coalición formada en torno a Trump va madurando, los conservadores deberían subrayar la autoridad de la realidad. Podemos enfatizar nuestra afirmación metafísica de maneras prácticas que sean atractivas para los progresistas de derechas.

Una de las aportaciones más importantes de Friedrich Hayek (mencionada por Andreessen) se refiere a los profundos límites de la planificación económica. Coordinar la producción y el consumo es una tarea demasiado compleja para que podamos dominarla con la razón tecnocrática. Los mercados son mucho más eficaces. Reconocer la naturaleza inviable del socialismo, blando o duro, proporcionó una de las bases más cruciales sobre las que se asentó el viejo fusionismo de la posguerra. Y sin duda desempeñará un papel en un nuevo fusionismo para el siglo XXI.

El comunismo pretendía implantar una sociedad y una economía planificadas. Tras el colapso de la Unión Soviética, los progresistas de izquierdas renunciaron en gran medida a la economía, al tiempo que intensificaron sus esfuerzos por rediseñar la sociedad. Las normas tradicionales acerca de la educación, la familia y las relaciones entre hombres y mujeres fueron anuladas y se impuso un nuevo régimen regulador supuestamente «progresista». Hoy en día, muchas instituciones han llegado incluso a lanzarse de modo constante a un reingeniería social que afecta al uso de los pronombres. Esto también está condenado al fracaso. Hayek observa: «Ninguna mente humana puede comprehender todo el conocimiento que guía las acciones de la sociedad», y esas acciones son más a menudo culturales que económicas. La tradición es el conocimiento acumulado que ofrece un fundamento más inteligente para la organización social que las teorías de pacotilla aplicadas por los defensores de la justicia social y los tecnócratas progresistas. Lo mismo ocurre con nuestras almas. Tres generaciones sometidas a intervención terapéutica han conducido a una peor salud mental. Jonathan Haidt propone relajar nuestros esfuerzos encaminados a dirigir cada aspecto de la vida de un niño para lograr los «mejores resultados». ¡Dejémosle jugar en el bosque! En efecto, volvamos a las normas tradicionales.

No hay más que escuchar a Elon Musk hablando con Jordan Peterson y Joe Rogan para darse cuenta de que los progresistas de derechas están contemplando algo parecido a la ley natural. Andreessen promete lealtad a lo que Thomas Sowell llama «la visión restringida», que se somete a la autoridad de la realidad. Tenemos que promover esta tendencia insistiendo en cuestiones importantes. ¿Puede mantenerse una sociedad sana y productiva sin las normas tradicionales relativas al matrimonio y a la crianza de los hijos? ¿Contribuyen el aborto, la anticoncepción y la revolución sexual a la crisis de fertilidad? ¿Podemos hacer frente a los desafíos exteriores sin un sentimiento patriótico fuerte y ampliamente difundido? ¿Proceden los aspectos más admirables de nuestra cultura del cristianismo?

Hay otro punto de convergencia con el que me gustaría concluir. En muchos momentos el «Manifiesto tecno-optimista» elogia el poder y la victoria. Andreessen rechaza la «mentalidad victimista» y su enervante actitud de impotencia. «No somos víctimas», escribe, «somos conquistadores». Evoca el espíritu marcial: «creemos en la ambición, la agresividad, la persistencia, la fuerza implacable». Su ideal es la aventura, que requiere valentía y coraje.

Comparto estos sentimientos. Pero me pregunto si Marc Andreessen ha considerado el alcance pleno de sus enardecedoras palabras. ¿Dónde encuentra el hombre la fuerza? El tecno-optimista parece ofrecer la tecnología como la respuesta. Quien posee las herramientas más poderosas gana. Pero esto es juzgar mal nuestra condición. Los espartanos reconocían que el «no» es un poderoso motor de libertad: No, no haré tu voluntad. No, no cederé a la presión social. No, no cederé a mis bajos deseos. No, no temeré a la muerte.

Los avances tecnológicos no nos dan el poder de decir «no». Al contrario, a menudo nos ayudan a eludir la necesidad de hacerlo. El Ozempic ofrece un ejemplo obvio: un sustituto tecnológico de la fuerza de voluntad. La empresa transhumanista ofrece otro: la promesa de no necesitar tener valor frente la muerte. Como observa Lyons, en lugar de fortalecernos, la tecnología a menudo nos debilita. «Si Andreessen cree que la abundancia infinita y el lujo totalmente automatizado de su imaginado futuro tecnológico producirán algo más que esos obesos hombres amorfos de WALL-E (atados a sus sillas antigravedad y totalmente dependientes de robots para satisfacer todas sus decadentes necesidades, incluida la de tomar todas sus decisiones), entonces está gravemente equivocado».

La mayor fuerza es espiritual, no material. La verdad tiene poder. Es indomable. Es nuestra entrega a la verdad (no su descubrimiento ni las herramientas que fabricamos a partir de su fecundidad) lo que nos permite participar más plenamente de su poder. Como Pedro y los apóstoles dijeron a las autoridades de su tiempo: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Los esclavos de la Verdad pueden decir «no».

Los conservadores sociales y religiosos son los custodios de esta entrega a la verdad. En un nuevo fusionismo tenemos que recordar a los progresistas de derechas que sabemos mejor que ellos dónde reside el poder que convierte a los hombres en conquistadores. Le recomiendo a Marc Andreessen que medite este pasaje de la Carta de San Pablo a los Romanos:

Pero en todas estas cosas vencemos con creces gracias a aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las cosas presentes, ni las futuras, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Si Andreessen desea indagar cuál es la fuente más profunda de fortaleza, le sugiero que se ponga en contacto con el arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone. En tales conversaciones descansa el futuro de un nuevo fusionismo.

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