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C Tangana en el Festival Río Babel 2022

C. Tangana en el Festival Río Babel 2022Gtres Online

Un brindis con y por El Madrileño: C. Tangana tiene el mejor espectáculo de España ahora mismo

Antón Álvarez pone a Madrid a sus pies en el Festival Río Babel, en un concierto en el que revisitó sus hits y subió al escenario a los Carmona y al Niño de Elche para acabar brindando con 30.000 fans

la gira 'Sin cantar ni afinar', que es un verso de una de sus mejores canciones, Un veneno, es un espectáculo completo: una experiencia que ha cambiado la forma de hacer (y vivir) los conciertos para siempre. La recreación de un piano bar, con mesas con luz tenue y camareros incluidos; los movimientos de cámara, que siguen al artista o a los diferentes intérpretes por el escenario, y pantallas gigantes que te hacen partícipe de esos travellings y planos-secuencia –a cargo de los maestros Little Spain LA–; la invitación de numerosos cantantes y estrellas de la música, sin miedo alguno de compartir el protagonismo, porque después de todo es un éxito compartido; la orquesta compuesta por casi dos docenas de personas, que interpretan pasos de Semana Santa o la habitual Campanera... Los conciertos de C. Tangana se han convertido en superproducciones cinematográficas, y lo dice una que ya le ha visto unas cuantas veces sobre el escenario: no defrauda. Nunca.

En este Festival Río Babel Pucho quiso regalar a su público madrileño («¡Vamos a brindar con toda mi gente de Madrid que ha venido a verme!») una versión reducida del espectáculo apoteósico que ha dado por toda España. Tenía apenas hora y media, pero lo consiguió. Comenzó con siempre, con una marcha cofrade con trompetas y trombones, El milagro, a través de cuyos acordes se abrió paso Still Rapping, de su disco de 2018 Ávida Dollars (para quien no lo sepa, este es el anagrama que André Bretón usó como un apodo despectivo para criticar la querencia por el dinero de Salvador Dalí).

Continuó con dos de sus grandes hits del disco que lo ha terminado de elevar a los altares de la música española, El Madrileño: Te olvidaste, con Omar Apollo, que anoche no estuvo sobre el escenario, y ¡Cambia!, donde C. Tangana destaca la hipocresía de los que encumbran el dinero como medida de éxito pero una vez que Pucho lo consigue, le critican por ello (hay crónicas que destacan hoy la «exageración» que es que este artista total cobre 300.000 euros por concierto).

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Sobre el escenario se sucedieron los temas, con un público absolutamente entregado, que cantó y bailó (y sí, grabó miles de vídeos). Algunos acabamos afónicos y deslumbrados con los fuegos artificiales que sonaban al compás de Tranquilísimo, que Antón comenzó subiéndose a la mesa en la que había interpretado grandes temas del repertorio popular español, entre los que –le pese a quien le pese– ya hay algún que otro suyo: Me maten, No estamos lokos (con Ketama), Mala malita mala (aunque La Húngara tampoco pudo estar esta vez en Madrid), Ingobernable, Noches de bohemia, Corazón partío, Los tontos, Bizarre Love Triangle y Alegría de Vivir.

La sobremesa popular

C. Tangana se coló en el panorama internacional gracias al Tiny Desk, un formato estadounidense de música en directo que él reconvirtió en fiesta flamenca y con el que presentó el tema inédito Me Maten, con la colaboración de Antonio Carmona, además de tres versiones de sus ya conocidas Tú Me Dejaste de Querer, Los Tontos y Demasiadas Mujeres, para la que además incorpora un octeto de cuerda. Esa sobremesa popular (que supera los 33 millones de reproducciones) la ha trasladado a sus conciertos, y como dice la canción, «hemos venido como seis Carmona; seis más con Pucho», alrededor de esa mesa sobre la que hay algún que otro vaso vacío, tazas de café y restos de postres, tocan las palmas y hacen los coros seis mujeres muy cercanas al cantante de Ketama. Ahí está su mujer y manager, Mariola Orellana, y sus dos hijas, Marina y Lucía Fernanda, que viven de la música y del cante. De hecho, a la segunda la tocó sustituir a Nathy Peluso cantando la bachata Ateo. También estaban en la fiesta Daniel Carmona, El Niño de Elche, Yerai Cortés, Huberto Morales o el percusionista Víctor Martínez.

En un momento del concierto, C. Tangana paró para servirse una copa y preguntarle qué le estaba pareciendo el espectáculo al camarero del club-restaurante de sobremesa que había montado en la tarima, su amigo Javier Dichas. «En confianza, señor Álvarez: toyaco [en la cultura hip-hop, quien vive el movimiento solo como una moda]. Toyaquísimo». Pucho se defiende: «¿Qué dices? Si se lo han gozado», dice, señalando al público, señalándonos. «Parece Mayumaná. ¿Qué es esto, con tantos músicos? ¿El Circo del Sol?», contesta El Dichas. «Tú eres el típico hater que comenta en Youtube que molaba más cuando era Crema [su primer alias como rapero]. Ponte un tema y que valoren ellos si estaba más guapo lo de antes». Entonces sonaron algunos de sus viejos hits, como los mencionados Llorando en la limo, Tranquilísimo o Lujón. También Yelo («He cambiao' la industria de un país entero») y la canción que interpretaba con su expareja, Rosalía: Antes de morirme.

Pero ahí está la clave del éxito, o parte de él, de C. Tangana: esa evolución constante hacia nuevas cotas de excelencia musical sin renunciar a sus orígenes. Ese rescate de la tradición, de lo popular y de la herencia; ese diálogo con el pasado, viviéndolo en presente y lanzándolo hacia el futuro. Porque Muriendo de envidia es una canción original de El Pescaílla, que le cantaba a su mujer, Lola Flores, y que ahora Pucho reinterpreta junto a Elíades Ochoa. Porque el público canta a voz en grito el Campanera de Joselito en cuanto el violín esboza la melodía. Porque hay palmas flamencas y percusiones con botellas de Anís El Mono, bossa novas como Comerte entera, autotune ligero con modulaciones equilibradísimas (y más para ser en directo) y tambores cofrades.

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Entró entonces el corte de vídeo de Pepe Blanco de Cuándo olvidaré («La canción española es del pueblo, es racial, es de raza...») y la banda se colocó en disposición de tablao, con las palmas a toda velocidad. Tras el último guiño flamenco en el que Tangana solo acompañó –porque una de sus más grandes virtudes es que no busca acaparar los focos; nunca se le ve tan feliz como cuando cantan sus amigos–, se quedaron él y la guitarra para volver a la premonición donde comenzó El Madrileño: Un veneno, quizá su mejor canción, que acabó con los vientos dándolo todo. Más fuegos artificiales, una botella de champán y brindamos todos juntos, entre oles y vivas, hasta que aparecieron de nuevo las letras de los créditos finales: «Fin», y una lista de agradecimientos tan infinita como el talento de este joven músico. Nadie pidió un bis, porque no se pide otra canción al final de un musical o unos minutos más cuando acaba una película.

Con traje de chaqueta con camiseta blanca de tirantes al estilo iberoamericano, gafas de sol muy traperas y movimientos entre la bachata y el rap (y entre tequilas y anises), este es el mejor espectáculo de un artista español ahora mismo. Es suyo, pero también de sus amigos y de la treintena de trompetas, violines, violas, tubas, trombones y cuernos franceses que hacen que vibren las ondas de la «música de pueblo», y también los corazones de los que ven cómo ha evolucionado desde el rap y el trap hasta convertirse en el arquetipo del artista popular de nuestro tiempo. Ésa fue su apuesta cuando se decantó por las rumbas, los ritmos latinos clásicos y hasta el rock de El Madrileño, el disco más vendido en nuestro país en 2021, por el que fue reconocido con tres premios Grammy. Lo dicho: de Madrid al cielo, de la mano de El Madrileño.

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