Las letras de las canciones de los 80 y la hipocresía de quien las canta y las baila antes de ponerles la etiqueta
El revisionismo imperante alcanza hasta al pop y el rock que disfrutaron y disfrutan generaciones enteras, mientras se asiste a la gracia del reguetón
A mediados de los 80 David Summers y sus Hombres G decían (y dicen) en Sufre Mamón, la canción de la penúltima polémica absurda por el revisionismo y lo políticamente correcto: «Voy a vengarme de ese marica» o «Voy a destrozarle el coche» o «Lo siento, nene, vas a morir». Cuarenta años después no se recuerda ni siquiera que alguien le haya echado polvos pica-pica a nadie inspirado por un adolescente que lloraba en su habitación. No se conocen en estas cuatro décadas Ford Fiestas blancos destrozados ni tampoco «nenes muertos».
Lo que sí se conocieron fueron Los Toreros Muertos, que cantaban, por ejemplo: «Soy Falangista, me voy de excursión». Loquillo tiene una canción que se titula La Mataré, en la que habla sin reparos de eso mismo, un contramanual feminista de órdago para el siglo XXI. No hubo quejas entonces. Tampoco porque un grupo se llamara La Polla Récords. Risas, más bien. Como cuando Siniestro Total recitaba, entre otras cosas: «¿Qué tal, homosexual/pues, hombre, no me va mal...».
«Solas y borrachas»
En No sé ligar, Aerolíneas Federales decían: «Uapa chururu uapa pachuri churi/No seas pesado, déjame en paz/Uapa chururu uapa pachuri churi/Cuando llegue mi novio te zurrará». Eran chicas, las de entonces, que no tenían tanta suerte como las de ahora porque tenían que esperar a que su novio las defendiera. Ahora lo ideal es que vuelvan a casa «solas y borrachas». Lo mejor de la polémica es que quienes disfrutaron con todas aquellas canciones llenas de irreverencia, incluso de ingenio (sobre todo comparado con el de hoy), sigan haciéndolo, pero poniéndoles la etiqueta correspondiente cuando están en público, cuando les ven y les pueden señalar los de la nueva policía secreta woke, que está por todas partes.
No se había visto cosa igual desde lo que en esta época solo se sabía por los libros o el cine. La Vida de los Otros o la sociedad llena de espías en el piso de al lado estudiando todo lo que se dice y todo lo que se canta, menos (un curioso «oasis») en el reguetón. El reguetón es como la playa desnudista de los tiempos modernos. En él todo el mundo puede explayarse, nunca mejor dicho, sin que venga ningún censor a cancelar nada ni nadie. El reguetón y sus derivaciones como un paraíso musical para lo inapropiado y lo soez («No he olvidado el olor/De la que me follé en el baño de un garito, borracho en Berlín/Escuchando un techno que me hacía empujarla como un animal...», canta el exitoso C. Tangana) que es más inapropiado que lo inapropiado, aunque a muchos no les parezca hoy así.
«Y si te vuelvo a ver pintar/un corazón de tiza en la pared/te voy a dar una paliza por haber/escrito mi nombre dentro» o la poesía abolida de Radio Futura por una nueva dictadura a la que hemos vuelto. La manivela de la censura como la de un molinillo de café donde no se mira si lo que se está triturando es justamente lo contrario (falta la capacidad de pensar por uno mismo, que es lo que se elimina al señalar lo que se puede o no decir) de lo que se cree.