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El compositor italiano, Claudio Monteverdi

El compositor italiano, Claudio Monteverdi

El Teatro Real estrena la primera ópera de la historia, el 'Orfeo' de Monteverdi

El Coliseo madrileño acoge a partir de hoy domingo una versión que fusiona canto y danza de la obra del compositor italiano del XVI y XVII

Puede que un poco antes hubiesen aparecido ya un par de óperas, pero la historia suele cifrar en 1607 el nacimiento de un género que aún hoy, cuando apenas se estrenan ya títulos que reclamen el mismo interés que en épocas precedentes, continúa cautivando con su magia a los públicos en todo el mundo. El hito fundacional se fija en ese año porque fue entonces cuando se estrenó en Italia La Favola de Orfeo de Claudio Monteverdi, un compositor que gozó de enorme popularidad en su tiempo para luego desaparecer prácticamente hasta mediados del siglo pasado. A partir de ese momento su regreso a los escenarios, a través de las tres únicas óperas que de él se conservan, ha propiciado un cierto «renacimiento monteverdiano». A su Orfeo le seguirían, además, El retorno de Ulises y La coronación de Popea, lo cual ha servido para compensar con creces su ominoso olvido anterior: sus obras maestras se interpretan hoy con asiduidad en lecturas que intentan rendirle justicia a este pionero que, en su búsqueda de un nuevo lenguaje para alumbrar el drama musical, sigue sorprendiendo por su extraordinaria modernidad.

Un nuevo mundo

A aquellos intelectuales florentinos que, como el padre del célebre Galileo, Vincenzo Galilei, intentaban recuperar algunas de las esencias del drama griego, les ocurrió algo similar a lo que le sucedió a Cristóbal Colón, quien probando buscar una ruta hacia las Indias Occidentales se topó con un nuevo mundo a ojos europeos. A Galilei y sus compañeros de tertulia les incordiaba la abstracción de la música polifónica, que al simultanear varias voces no permite disfrutar en plenitud del poder de la palabra con un discurso claro, sencillo y lógico. Pensaban además que en sus dramas los actores griegos se habrían servido de algún tipo de acompañamiento musical, por sencillo que fuese, para revestir de una fuerza aún mayor el significado de los textos, dotándolos de una emoción próxima a la que podría derivarse de un canto incipiente. Y reclamaban un vehículo parecido para los dramas de su tiempo.

Esa labor de búsqueda teórica de unos hombres empeñados en emplear su ocio en reflexionar sobre los hallazgos artísticos de griegos y romanos, debía conciliarse además con el afán de diversión de los cortesanos y los festejos que alegraban sus ceremonias. De ese sutil maridaje surgiría el nuevo espectáculo teatral, alumbrado en los salones palaciegos de la poderosa familia Gonzaga, en Mantua, que daría lugar a un nuevo género artístico conocido como ópera. Y en el origen de todo estuvo el cremonense Claudio Monteverdi (1567-1643), músico de gran talento, empleado de los Gonzaga, que con la ayuda del poeta Alessandro Striggio alumbró una novedosa «fábula en música» cuyo argumento recuperaba precisamente uno de los más extraordinarios y celebrados mitos de la antigua Grecia, el del músico y poeta Orfeo.

No solo amansaba a las bestias salvajes sino que hacía que los árboles y las rocas se movieran de su lugar y siguieran el sonido de su músicaRobert Graves

Para quienes aún consideran que la ópera es el opio de los privilegiados, atribuyéndole a las peripecias vocales de sus ídolos un cierto efecto narcotizante, no deja de ser curioso que el primer gran protagonista del género fuera precisamente el hijo del rey tracio Eagro y de la musa Calíope, Orfeo, aquel que con la lira que le regaló Apolo «no solo amansaba a las bestias salvajes sino que hacía que los árboles y las rocas se movieran de su lugar y siguieran el sonido de su música», en palabras de Robert Graves. Luciano Pavarotti no hacía más que abrir su boca y si no curaba las almas, al menos mitigaba los dolores.

Músico ya bien bregado y preparado en la composición de madrigales, piezas musicales que servían como vehículo para describir las palabras de un poema breve, generalmente para dos o más voces; más interesado en la música secular que en la religiosa; experto violinista y buen conocedor de las creaciones de su tiempo, Monteverdi supo encauzar las inquietudes de sus señores pero dotándolas de una mayor riqueza, finura y complejidad. La orquesta pensada para Orfeo, unos treinta seis instrumentistas, prometía una música más elaborada que el simple acompañamiento previsto por Galilei, delicado tejido sobre el que debía prevalecer la expresión de las palabras. Y el canto, que ofrece uno de los primeros ejemplos de aria de la historia, el conocido Possente spirto, se torna virtuoso cuando la ocasión lo prescribe, requiriendo de intérpretes provistos de una sólida técnica vocal.

Culto a la palabra

Pero aun se encontraba muy lejos de la definición que el Dr. Johnson ofrecería algún tiempo más tarde sobre la ópera de su tiempo como «un entretenimiento exótico e irracional». Todo en esta obra pionera se encuentra al servicio del drama, como no podía ser de otra manera en un compositor que rendía particular culto a la palabra, considerando a la oración como señora de la armonía. Los más o menos sofisticados experimentos a voz sola de algunos de sus contemporáneos se convirtieron, en aquella primera representación celebrada el 23 de febrero de 1607 en el ámbito de un salón de la aristocracia ilustrada, en una original muestra de teatro musical que desde su misma promoción intrigó a sus privilegiados espectadores al ofrecerse como un hecho excepcional «ya que todos los interlocutores hablarán musicalmente».

Tumba de Claudio Monteverdi en Venecia

Tumba de Claudio Monteverdi en Venecia

Inaugurando un capítulo muy nutrido en lances de este tipo a lo largo de la historia de la lírica, libretista y músico no debieron de concluir muy satisfechos de su mutua colaboración, por cuanto Monteverdi dispuso poco después otro final para su primera ópera, distinto del estrenado. En la versión de 1607, cuando Orfeo pierde por segunda vez a su mujer, en principio indultada por los dioses pero inmediatamente recuperada por ellos al despreciar el marido su obligación de no volverse para mirarla hasta regresar al mundo de los vivos, el poeta se extravía en una serie de comentarios ofensivos hacia el género femenino. Tanto es así que, ofendidas, las Bacantes acuden a reprimir el ataque misógino (en varias lecturas del mito le cortan la cabeza) mientras Orfeo hace un discreto mutis. Así concluía la primera versión, hoy perdida.

Lo relevante es que Monteverdi supo expresar ya desde el primer momento valiéndose de un mito como el de Orfeo, a través de la fuerza primigenia del canto, la expresión del sentimiento del alma

Dos años más tarde el compositor optó otro desenlace más benévolo, que es el que se interpreta ahora, el único conservado. En este, Orfeo se lamenta amargamente de su triste sino, lo que provoca la compasión y ternura de Apolo. En un final típico de lo que más tarde serían las óperas barrocas, el dios acude magnánimo en su auxilio llevándoselo con él para hacerle disfrutar de una vida mucho más serena y placentera, en el más allá.

En cualquier caso, lo relevante es que Monteverdi supo expresar ya desde el primer momento valiéndose de un mito como el de Orfeo, a través de la fuerza primigenia del canto, la expresión del sentimiento del alma. Allí donde el inmenso dolor del poeta tracio por la pérdida de su amada esposa no alcanza a expresarse en palabras, llega la música para comunicar todo lo que no puede decirse. De esa manera el compositor se vale de los sonidos para otorgarle a la historia su pleno sentido, aportándole profundidad al drama. He ahí la extraordinaria vigencia de esta obra, de una modernidad absoluta, que sigue hechizando a los espectadores de hoy con la misma intensidad que las óperas de Mozart, Verdi o Berg.

Cuatro únicas funciones

¿Lo volverá a hacer estos días sobre el escenario del Teatro Real con una propuesta, ya conocida, pero que ahora llega a España por primera vez, en la que el canto y la danza se fusionan de un modo particular a partir de la visión personal de la coreógrafa Sasha Waltz? Los mimbres son de indudable interés. La participación en el foso de la Freiburger Barokorchester; la colaboración del Vocalconsort Berlin; el, en principio, equilibrado reparto encabezado por el barítono Georg Nigl y la soprano Julie Roset como protagonistas, y la dirección musical del fantástico Leonardo García Alarcón aportan solidez musical y apuntan al optimismo. A partir de hoy y hasta el próximo jueves se ofrecerán únicas cuatro funciones que servirán además como anticipo de otro Monteverdi que se podrá disfrutar el año próximo. En marzo, el CNDM acogerá una versión en concierto de la segunda joya lírica de este compositor, El retorno de Ulises a la patria, con un conjunto historicista de postín, Europa Galante, a las órdenes del gran Fabio Biondi. Imprescindible.

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