El ciclón Lise Davidsen arrasa al público madrileño
Compareció Lise Davidsen por primera vez en el Teatro de la Zarzuela para inaugurar el «Ciclo de lied», con un lleno acorde a la expectación que va concitando cada nueva aparición de una artista en la que grandes teatros, como el Metropolitan de Nueva York, tienen puestas todas las esperanzas de poder reverdecer sus ajados laureles con inolvidables noches de gloria, similares a las de otros tiempos más felices. Tanto es así, que el principal teatro de América, antes de dar inicio oficialmente a su nueva temporada, invitó a la soprano noruega para que ofreciera allí un recital hace apenas un mes, en su amplia sala de casi cuatro mil asientos, algo que ha ocurrido en contadas ocasiones de su historia, y sólo con cantantes excepcionales, como Luciano Pavarotti en su mejor época.
Aficionados llegados de todas partes (catalanes, gallegos…) se congregaron para escuchar un programa exigente, en el que no hubo concesiones a la ópera, por más que las ovaciones arreciaran al final y en algunos tramos de la velada (sobre todo con sus logradas versiones de Schubert, donde pudo desplegar todo su poderío dramático), como solo ocurre con las grandes estrellas de la lírica.
Quienes deseen escuchar a la Davidsen en una muestra de sus roles teatrales deberán aguardar hasta inicio del próximo año, cuando tiene previsto ofrecer en el Teatro Real idéntico programa con el que ya en 2021 causó una auténtica conmoción entre el público que entonces se acercó a escucharle hasta La Coruña, allí con una generosa selección de óperas de Wagner, Verdi, Strauss y Puccini. Pero su gran cita española de 2024 será en el Liceo barcelonés, con el que mantiene una muy estrecha vinculación, donde ofrecerá el primer acto de La valquiria.
Aquí tocaba, ahora, mostrar otra de sus acreditadas facetas, como temprana «liederista», algo que habla a las claras de sus intereses como intérprete, de su sensibilidad y su cultura, de quien parece tener claro que «el canto es la luz de la palabra». En un interesante librito que ya va casi para un siglo desde su publicación, el estupendo tenor catalán Emilio Vendrell afirmaba que «el cantante jamás hará una brillante carrera, si solo cuenta la voz». De la Davidsen se destaca desde su fulgurante aparición, sobre todo, los dones de su amplitud y potencia, encarnados en uno de esos instrumentos que apabullan con su intensidad, provocando el inmediato asombro, más en estos últimos tiempos frágiles, cuando ya casi nos hemos acostumbrado a los susurros a los que a menudo se recurre para enmascarar las debilidades vocales.
La voz, al servicio de la expresión
Pero como ha vuelto a demostrar ahora en este variado recital madrileño, la soprano, heredera de algunas de las más ilustres de su cuerda (Flagstad, Nilsson…), sabe poner sus medios privilegiados al servicio de lo más importante, la adecuada expresión. Claro que, en ocasiones, domeñar semejante torrente no resulta fácil, por eso hay que alabar aún más, en su caso, ese deseo por llegar hasta la médula del bien decir, en lugar de buscar el aplauso fácil al que puede aspirar fácilmente a través de la mera brillantez.
La elección del programa, en ese sentido, ya supuso toda una declaración de intenciones: «lieder» de Grieg, Alban Berg, Schubert y Sibelius, cuyas íntimas narraciones, cargadas de sentido y brevemente expuestas, le permiten probarse aquilatando el sonido aquí y allá, apianando a veces para enriquecer un fraseo que en cualquier caso está en pleno proceso de pulir, dada su juventud.
Tienen los cantantes estos días la manía de hacerse escuchar, más allá de lo necesario, añadiendo comentarios a sus actuaciones. La Davidsen, como en verano hizo la Radvanovsky en El Escorial (aunque esta vez sí que funcionase el micrófono), aportó sus propias, coloristas apreciaciones a cada grupo de canciones. En una ocasión, recuerdo que ella misma me comentó que los cantantes jóvenes arrastran estos días casi como una obligación mesiánica: seducir y atrapar a los nuevos públicos, que muchas veces llegan a las salas de conciertos sin haber realizado antes sus deberes. Paradójicamente, en una época en la que la información abunda más que nunca, muy pocos parecen tomarse la molestia de conocer lo que van a escuchar, unas veces por falta de tiempo y casi siempre por simple pereza.
La inmensa mayoría de los entusiastas asistentes al «Ciclo de lied» hace ya tiempo que peinan canas, y se les supone una cultura musical algo superior a la media, pero en cualquier caso la artista no renunció a contarnos que bajo esa aparente frialdad, los compositores del norte también poseían su «corazoncito», como resulta evidente en las canciones de Grieg, Sibelius e incluso de un Alban Berg en cuyos tempranos Sieben frühe Lieder resulta difícil adivinar las pendientes de penumbra por las que más tarde se deslizaría en su Wozzeck. A voces como las de esta chica les cuesta más tiempo calentar, pero ya en en el primer segmento, el consagrado a Grieg, se pudo comenzar apreciar que más allá del torrente desplegado (ella canta en todo momento, no grita) posee dosis más que suficientes de sensibilidad y dulzura.
Pero fue en la segunda parte en la que Davidsen pareció sentirse completamente a sus anchas, a partir de la selección de canciones de Schubert, iniciada con un An die Musik expuesto con la precisa delicadeza pero sin ñoñerías. Las interpretaciones de las populares Gretchen am Spinnrade y Erlkönig, tantas veces disfrutadas en interpretaciones de todo tipo, dieron paso a su indiscutible garra dramática, empleando una rica paleta para la perfecta diferenciación entre los distintos planos: ejemplar resultó, en El rey de los alisos, el desdoblamiento característico, aportando todo su sentido a cada uno de los personajes convocados, en un auténtico «tour de force» emocional. ¡Qué gran Isolde, seguramente histórica, se nos viene por ahí! La conclusión, con la Letanía en la fiesta de difuntos, una elección que aporta sentido y coherencia a todo este bloque, casi nos deja a todos sin aliento.
Si alguien tiene dudas acerca de sus capacidades expresivas, que busque la grabación, si la hay, de este «lied» schubertiano sobre poema de Johann Georg Jacobson. No ha lugar a vacilaciones, estamos ante una intérprete de gran calado, como pudo demostrar también, al final, en su regreso a las llamaradas nórdicas, hielo que abrasa, esta vez con una breve muestra del gran melodista que fue Sibelius. Al escogerlo, la Davidsen volvió a poner de manifiesto el leitmotiv que recorrió un programa para nada diseñado al azar: el pesar femenino ante las desdichas del desamor, la entrega absoluta vulnerada por la falsedad y la inconstancia, que tan bien se hallan contenidos en el poema de Johan Ludvig Runeberg, La joven volvió al encuentro con su amado.
Tras la cascada de bravos y toda suerte de aclamaciones propias de las grandes, la Davidsen y su notable colaborador, el pianista James Bailleu, regresaron al escenario para ofrecer dos únicas propinas, otras dos canciones de Grieg, que a algunos de los asistentes les supieron a poco. Les ocurrió quizá como a aquellos ídolos de Jonas Kauffmann, en Barcelona, que se tragaron El viaje de invierno aguardando que, al menos, les cantara Celeste Aida, reclamada de viva voz, al final. No era el día. Frente al camerino, varios directores artísticos hacían fila pacientemente intentando cortejar a la nueva sensación de la lírica. Ojalá tuviesen suerte los españoles.