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Joan Manuel Serrat en los años 60 y en 2022

Joan Manuel Serrat en los años 60 y en 2022

Del Serrat que se opuso a Franco al que se entregó a Sánchez: «Hace falta justicia, pero no la de los jueces»

El cantautor catalán, más noticia que nunca desde que se despidió de los escenarios, pronunció estas palabras el pasado lunes, durante la entrega de los premios de la UGT en Valencia

Joan Manuel Serrat (su madre le llamaba Juanito) se sacó el título de tornero fresador. Aunque parezca otra cosa, un tornero fresador es el oficio de quien pone a punto la maquinaria que fabrica las piezas. El que las pone a punto. Después se graduó como perito agrícola, lo que después se llamó ingeniero técnico agrícola y ahora se llama grado en ingeniería agraria, de la tierra, la agronomía: la ciencia y la tecnología aplicadas a la agricultura.

Universitario y cantautor, se enraizó en medio de la corriente franquista en lo que se llamó la «nueva canción» catalana. Grabó por primera vez en 1965 y hasta 1968 no lo hizo en español, cuando esa decisión, que le trajo fama y protagonismo, le trajo también las iras del catalanismo fetén, donde era un símbolo. Cuando fue seleccionado para cantar el La, La, La del Dúo Dinámico en Eurovisión, a pesar de haber regrabado la canción de todas las maneras posibles, anunció que no la cantaría si no era en catalán.

Machado y la consagración

No le salió mal la estrategia. A pesar de ser vetado, su popularidad se extendió. Se «reconcilió» con los catalanistas y se congració con los españoles gracias a aquel gran álbum sobre los versos de Machado que caló en el pueblo entonces y durante generaciones. Fue la semilla de su nombre, para siempre ya reconocible. A aquel régimen que agonizaba Serrat quería darle la puntilla, mientras su celebridad, en él, aumentaba sin freno gracias a sus canciones.

La paciencia del gobierno presidido por Arias Navarro se agotó cuando, desde México, dijo que solo reconocía como legítimo al gobierno de la Segunda República. Ya se habían ejecutado las penas de muerte a los terroristas de la ETA y del FRAP. El régimen medio muerto le señaló, así que fue censurado (también en algunos países en Suramérica) y no pudo volver hasta la llegada de la democracia, cuando depositó todas sus esperanzas en el PSOE.

Comenzó su larga época dorada, sin política, apoyada en los tiempos de la política en que le puso música a los poemas de Machado y de Miguel Hernández y nadie, ni de izquierdas, ni de derechas, se resistió en una especie de consenso poético musical. La década de los 80 fue la de su consagración sin límites. Luego le puso música a muchos otros, Lorca, Neruda, Cernuda o Benedetti, incluso a Alberti y a García Montero, pero ya nadie nunca se acordó tanto de aquello como de la época de La Saeta o del Caminante.

Décadas de proyectos, de vida musical que culminaron con su retirada de los escenarios, después de más de 50 años sobre ellos, curiosamente seguido muy de cerca por Pedro Sánchez, ese líder del PSOE que no es el mismo PSOE en el que se volcó en los años de la Transición, que pretende reventar ese consenso único y próspero de la mano de los enemigos de España solo para mantenerse en el poder. El mismo hombre que de joven luchó por la libertad es el mismo hombre que de anciano ha dicho, durante los premios de la UGT en Valencia, que «hace falta justicia, pero no la de los jueces».

La «desjudicialización» lírica del artista retirado y entregado al poder sin la tutela de los jueces: «Para que el mundo funcione mejor es necesaria una justicia, pero no la justicia de los jueces, sino la de los hombres, la de la educación, la del trabajo y la de la vida». La vida que le sonríe entre reconocimientos políticos (del brazo de Urtasun o de Ximo Puig, de la UGT...), todos de la parte responsable de que la democracia española (que él tanto se esforzó en traer con su oposición a Franco) se tambalee, tan lejos de aquel Cristo de los gitanos que conmovió a los españoles sin distinción.

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