La polémica de la descolonización de los museos
'La Barbacoa' estaría en peligro con la doctrina Urtasun: ¿qué diría Georgie Dann?
Siglos después del encuentro entre indígenas y descubridores que propició el enriquecimiento de nuestra lengua común, en España vuelven a escucharse los ecos inútiles de una «descolonización» basada en la ignorancia de la historia y la cultura
Los herederos del estupendo clarinetista francés Georges Mayer Dahan, formado en sus años mozos en el elitista Conservatorio de París, no logran conciliar el sueño desde hace unos días. A tres años ya del fallecimiento de su reconocido progenitor, enterrado justo aquí al lado, muy cerca, en el cementerio de Majadahonda, donde el buen hombre residió hasta su última despedida, sus legítimos descendientes a buen seguro piensan que una parte relevante de sus ingresos por derechos de autor podría resultar seriamente comprometida dentro de muy poco tiempo.
Hallazgo musical
Lo cual, aún siendo muy grave para el buen gobierno de sus economías, no lo sería tanto como la posibilidad de tener que pagar además, en un futuro no tan lejano, algún tipo de indemnización por los sin duda importantes beneficios que su padre, ilustre compositor, logró disfrutar mientras vivía a través de una de sus creaciones más célebres. La inmensa popularidad de aquel hallazgo musical, fruto de su intuición y el talento para conectar con el gran público, alcanzó incluso hasta su utilización en anuncios de televisión, por lo que no resulta ocioso pensar en cuantiosas compensaciones con carácter retroactivo.
Seguramente Georgie Dann, que con este alias ha pasado a la historia el célebre cantautor, jamás reparó en el intolerable acto de apropiación cultural que había perpetrado al construir uno de sus más pegadizos temas bailables sobre la base de una palabra esquilmada del glosario de términos propios, empleados por los indios taínos para referirse a sus utensilios de uso más común. La codicia del músico podría condenarlo ahora, no ya a él, pero sí a través de sus descendientes.
Un término propio de La Española
Entre una buena parte de los indígenas que poblaban La Española, la isla que hoy divide su extensión, casi por la mitad, entre la República Dominica y Haití, era habitual referirse al armazón hecho de palos puestos en alto para asar alimentos como barbacoa. A los recios conquistadores españoles que en 1492 desembarcaron en aquellas costas caribeñas, les debió hacer cierta gracia la palabra, y aunque ellos ya empleaban otra, parrilla, para referirse a la rejilla de hierro sobre la que doraban pedazos de carne, decidieron tomarla prestada a partir de entonces. De ese modo, viajando entre continentes como otros muchos (cacique, ají, huracán, canoa, …), el término hizo carrera muy pronto: en Europa, los ingleses y franceses también decidieron adoptarlo como barbecue y barbeque.
Incluso poco después, y en una metáfora perfecta del mestizaje que selló las relaciones de los aventureros españoles con los primitivos habitantes de aquellas tierras, y de manera significativa entre sus descendientes, los términos barbacoa y parrilla empezaron a utilizarse casi siempre vinculados inseparablemente, tanto aquí como allá. En América también se emplea parrilla para referirse a la rejilla de hierro, y parrillada para nombrar el conjunto de los alimentos asados en esa pieza perteneciente a la barbacoa.
Cuando Georgie Dann, astuto y perenne perseguidor del éxito, recaló en los 70 en España, para representar al que hasta entonces había sido su país en un festival de canción ligera, al poco decidió quedarse a vivir entre nosotros, como uno más. Intuyó hábilmente que las naturales ansias de fiesta y jolgorio de la gente ibera, sobre todo durante los largos y cálidos estíos mediterráneos, ofrecían terreno más que abonado para sus intereses y aptitudes. Empleando los conocimientos adquiridos en la noble institución francesa donde también estudiaron Bizet, Gounod, Saint-Säens, Varèse o el español Juan Crisóstomo Arriaga, se reconvirtió durante unos recordados y beneficiosos años en el principal surtidor de éxitos veraniegos de su terruño adoptivo.
Desde el púlpito, entonces infalible, de las ondas regó las más sofisticadas pistas de baile y las entrañables verbenas populares con hits de innegable brío como El bimbó, El negro no puede (primer aviso por el que alguien debería haberle advertido de que ese no era el camino…) o El chiringuito, esta última de resonancias que evocan ya un pasado inquietante de raíces quizá vagamente indígenas. Y así hasta desembocar en esa «Barbacoa» que hoy tiñe de inquietud las noches de los descendientes del baladista galo.
La colonización española: progreso y estabilidad
Claro que al propio Georgie Dann, por sus orígenes, jamás debió preocuparle lo más mínimo el hecho de «haberse apropiado» de un término taíno como título para una de sus pegadizas creaciones. Lejos para él poder reparar en que, algún día, un ministro español llegaría a convertir en su máxima prioridad de gobierno la llamada «descolonización», primero de los museos, y luego ya veremos… Al fin y al cabo, durante un siglo, en la parte de La Española dominada por los franceses, fallecieron más de 400.000 esclavos como consecuencia de los malos tratos y la violencia de los dueños de las plantaciones azucareras, sin que nadie le haya reclamado aún una disculpa a la patria de Montesquieu, la metrópoli de la que dependía la parte más occidental de la isla en aquellos días. (No es preciso decir que la cifra de fallecidos en el otro lado, el antiguo virreinato español, no es ni siquiera comparable).
Pero es que además, Haití es hoy un estado fallido sin normas ni leyes, un auténtico erial donde la vida apenas vale nada, abandonado a su suerte por una comunidad internacional que reclama a sus «hermanos» dominicanos, compañeros de isla, el compromiso, o la compasión, que las grandes potencias industriales le niegan, fuera de alguna puntual limosna que suele perderse allí por el sumidero del casos y la desorganización que reinan en ese desgraciado país. En cambio, como se recoge en Una historia compartida, el estimulante libro que el año pasado ha coordinado Manuel García Arévalo, algunos de los principales historiadores dominicanos reconocen las enormes aportaciones que los españoles realizaron a ese país, y por extensión, a todo el continente americano desde el mismo día en que Colón puso un pie en aquel vergel. Todas constituirían, en gran medida, el germen de su actual progreso y estabilidad.
Grandes contribuciones a la América española
Quedémonos únicamente, como ínfima pero representativa muestra, con las contribuciones de los canarios que decidieron prosperar en aquellas tierras, casi desde el inicio. El carabiné y la poesía repentina o improvisada, los arrorrós o cantos de cuna y el arte del bordado se unen al azúcar y el plátano, el gofio, el sancocho, la raspadura y hasta el bienmesabe. Alguno dirá que eso son menudencias ante otras más relevantes: las dos primeras universidades de América, joyas arquitectónicas como la catedral de Santo Domingo o el Alcázar de Colón, los murales de Vela-Zanetti… Y por supuesto, toda la discusión filosófica en torno a los derechos de los indígenas que, siguiendo los desvelos en forma de temprana denuncia de fray Antonio Montesinos contra su explotación, propició que Francisco de Vitoria y los pioneros pensadores de la Escuela de Salamanca desarrollaran con mayor amplitud la Doctrina del Derecho de Gentes, simiente de los Derechos Humanos.
La relación entre los españoles y europeos con los descendientes de los territorios de la América a la que llegó Colón ha sido siempre tan compleja como fértil en grandes logros, en todos los órdenes. Muy pronto los sonidos de la guitarra y la vihuela se unirían a los de la primitiva gayumba africana. No hay otro compositor que represente mejor esa nutritiva amalgama que el poeta puertorriqueño Luis Palés calificaba como «burundanga», la «mezcla de todo» afín a lo criollo, que el compositor brasileño Heitor Villa-Lobos, cuyos «choros» y «bachianas» incorporan a partes iguales lo indígena, lo africano y lo europeo, de un modo que resulta imposible de separar porque ofrece una síntesis tan natural como sofisticada, perfecta.
Así que en lugar de buscar aquello que pueda llegar a separarnos hurgando en el desván de la memoria, como ahora parece intentar el ministro Urtasun con extemporáneas descolonizaciones que en realidad solo obedecen a deseos de enredar con consignas trasnochadas que apelan al desconocimiento y la ignorancia de la auténtica historia y la cultura, mejor haríamos en intentar seguir profundizando en todo aquello que nos sigue convocando a través de ese vasto territorio que el gran escritor mexicano, Carlos Fuentes, identificaba idealmente como La Mancha, cuyos vínculos propician la unión de las dos orillas del océano a través de algo tan sencillo, por ejemplo, y fundamental como el idioma. Las palabras, barbacoa y parrilla.