Nadine Sierra, el sueño cumplido de la abuela
La nueva estrella internacional de la ópera, la soprano norteamericana de origen latino, prototipo de la cantante moderna, se encamina con paso seguro hacia la cumbre de su profesión, tras haber pasado estos días por Madrid
A veces cumplir ciertos sueños requiere dejar pasar un par de generaciones. Y tener la paciencia, el sosiego y la generosidad de espíritu de llegar a vivirlos, más adelante, a través de persona interpuesta, encarnados en la descendencia. Como una revancha del destino, aquella niña de pelo rizado, sonrisa perenne y voz angelical pudo cumplir finalmente el deseo de la abuela. Una mujer que solo había querido una cosa en la vida: dedicarse a cantar, pero a la que su padre, en una actitud fácilmente asimilable a la de los hombres que decidían por ellas en las óperas románticas del belcanto, como Lucia di Lammermoor, obligó a concentrarse en otros quehaceres más beneficiosos para el cabal cumplimiento de sus futuras responsabilidades como señora de casa.
La revelación tras ver 'La Bohème'
A los diez años, Nadine Sierra (Fort Lauderdale, Miami, EE UU, 1988) se encontró un día frente al televisor viendo una ópera en vídeo. Era La Bohème de Puccini, quizá en la clásica puesta en escena del hoy denostado Franco Zeffirelli, pero que durante varias décadas hizo las delicias del público asistente al Met neoyorquino con su habilidosa mezcla de fantasía y realismo. En aquellas célebres funciones, el director italiano había contado con una pareja protagonista de encanto irresistible: él, José Carreras, por la voz, un tenor de privilegiado timbre solar y fraseo vibrante, cuya humanidad no desbordaba el límite razonable de los pantalones. Ella, Teresa Stratas, artista, más que soprano, ajena a simplistas encasillamientos; frágil, diminuta, pero a la vez poseedora de un personal magnetismo, una extraordinaria capacidad de convicción y entrega que le permitían convertir a una humilde costurera parisina, de salud quebradiza, en la misma encarnación del amor en todas sus tonalidades, grandezas y miserias.
Se decidió que comenzara a estudiar canto en serio, y luego ya se vería
Allí se produjo la revelación. La niña de tez morena, fruto del mestizaje cultivado desde que los aztecas y unos navegantes remotos llegaran a cruzar sus miradas, se convenció inmediatamente de que solo quería hacer aquello mismo y se lo comunicó a los padres, emigrantes que no tenían vinculación alguna con el teatro. El hombre, bombero de origen italopuertorriqueño, afortunadamente no se parecía a aquel bisabuelo materno que frustró la posible carrera de su hija. Y la madre, de ancestros portugueses, a pesar de trabajar en un banco (lo que suele encauzar el pensamiento hacia un cierto pragmatismo derivado del frecuente contacto con los números y sus consecuencias), tampoco quiso repetir la historia de su pariente. Así que se decidió que comenzara a estudiar canto en serio, y luego ya se vería.
Un encuentro que modeló su futuro
La aspirante a «prima donna» encontró más reticencias entre sus compañeras de escuela y amigas de adolescencia que en su propia casa. En aquel entorno soleado de fiestas al aire libre, jornadas de surf y Marc Anthony no se entendía muy bien que una chica atractiva, además de orígenes modestos, deseara dedicar su tiempo de asueto a cultivar aquellos gritos sin sentido en idiomas foráneos y para gente mayor, algo estirada: pero su férrea determinación no admitía reparos, objeciones o tutelas. Bueno, alguna sí. La del hombre que seguramente cambió su vida. Y no, no se trataba de una pareja, alguien mucho más importante para ella, puesto que aún continúa ahí, velando por sus intereses, mientras amores y representantes han ido pasando.
Durante los 90, en la Ópera de Palm Beach, había encontrado hueco uno de los asistentes más jóvenes y prometedores de James Levine (el omnipotente responsable musical del Metropolitan de Nueva York, un dios de la lírica que aún estaba lejos de su forzado ocaso, un despreciable final que no haría justicia a su extraordinarias contribuciones a la música). Kamal Khan, estadounidense de origen paquistaní, podía haberse convertido fácilmente en el gran director de ópera de su generación, pero los hados a veces se muestran más caprichosos de la cuenta. Su elevado nivel de exigencia, su entonces escasa habilidad para el compromiso que tantas veces somete la calidad al mediocre consenso, unido a un temperamento volcánico solo atemperado por la madurez, le convertían, en ocasiones, en un colega con el que resultaba difícil lidiar.
Pero el talento genuino suele ingeniárselas casi siempre para discurrir por otros cauces, y Khan encontró pronto un filón como preparador musical, o «coach» en el argot, aquellas personas que alquilan sus consejos a los cantantes, colaborando con ellos en la elección de su repertorio, aportándoles sus a menudo sólidos conocimientos sobre la técnica vocal y perfilando a fondo, en su compañía, los personajes que interpretarán en las óperas. El apreciado talento de este hombre para la enseñanza, su buen olfato, sus profundos conocimientos, han estado vinculados durante décadas a estimulantes programas formadores de intérpretes como el que ha desarrollado la Ópera de Ciudad del Cabo. En 2014, logró un Emmy al mejor programa cultural de televisión por I live to sing, un documental basado en el trabajo que había desarrollado con jóvenes intérpretes sudafricanos.
De alguna manera inesperada, los caminos de Nadine Sierra y Kamal Khan se cruzaron cuando ella apenas tenía catorce años, y desde entonces él se convirtió en su mentor y sherpa musical. No ha habido más que escuchar el concierto que la soprano acaba de ofrecer, el pasado jueves, en el Teatro Real madrileño para adivinar inmediatamente la mano maestra del forjador de estrellas (también se ha ocupado de hacer lo propio con Pretty Yende) en detalles que pueden ir desde la propia configuración del programa, con sus guiños a España en la segunda parte o la inclusión de auténticas rarezas como Art is calling to me de The Enchantress, propias de otras épocas decididamente más glamurosas, hasta la sugerencia de las cadencias en momentos como la gran escena de Violetta del acto primero de La Traviata, seguramente vinculadas con alguna soprano histórica para marcar la diferencia frente a los caminos más trillados.
El anhelo de Mimì, con la gran Mirella Freni como modelo
Porque si la cultura en un cantante que desee entrar en la historia resulta fundamental, en ese sentido, Kamal Khan conoce a fondo todos los secretos de la gran tradición, de un modo como quizá solo podría situarlo en otro tiempo próximo a la figura de Richard Bonynge, el reconocido Pigmalión de una de las principales sopranos de la segunda mitad del siglo XX, dame Joan Sutherland, o a cierta distancia Carlos Aragón (que estos días acaba de impulsar una academia para cantantes en la pujante Málaga, junto al gran barítono andaluz Carlos Álvarez), si nos atenemos a España.
Aunque a la hora de hablar de modelos, no es en la reina australiana del belcanto en quien Nadine Sierra ha encontrado el suyo. La artista, que debutó a los 16 años en la Ópera de Palm Beach con Hansel y Gretel, prefiere seguir los pasos de Mirella Freni, otro talento precoz (ganó su primer concurso vocal a los nueve) ya desaparecido. Tratándose de su declarada ópera favorita, la del hechizo que desencadenó su suerte, parece natural que Sierra se haya fijado en la compañera de nodriza de Luciano Pavarotti (está claro quién se bebió toda la leche). Para muchos, Freni encarnó la mejor Mimì de La Bohème de la pasada centuria, tanto en la histórica producción de Zefirelli en La Scala, en 1967, como en la posterior grabación que dirigió Karajan.
Nadine Sierra y Kamal Khan seguramente estarán ya apurando sus puntadas para confeccionar un traje pucciniano que le resulte a la medida de sus ricas posibilidades
De momento, la Sierra solo ha cantado Musetta, la otra soprano protagonista de la obra de Puccini, algo más ligera, como bien recuerdan los aficionados a la ópera en Canarias. Mimì es una promesa en el horizonte que cristalizará cuando la voz responda al inmenso reto y ella se lo proponga, porque los principales teatros de Europa y América se la rifan en estos momentos: entre las sopranos de su generación y similar repertorio no parece tener rival. Ella, Asmik Grigorian y Lise Davidsen, cada una en lo suyo, constituyen la gran apuesta para el inmediato futuro de un género que precisa de estrellas para sobrevivir en unos tiempos en los que una única artista pop, Taylor Swift, representa por sí sola, en cifras de influencia sobre el público, más que el resultado global de sumar en EE.UU toda la música clásica, considerando teatros, orquestas, solistas…
Nadine Sierra y Kamal Khan seguramente estarán ya apurando sus puntadas para confeccionar un traje pucciniano que le resulte a la medida de sus ricas posibilidades. El de la cantante es uno de esos escasos ejemplos en los que se conjugan todas las circunstancias que determinan el éxito sin paliativos: una voz poseedora de estilo y belleza, una estupenda base técnica, compromiso absoluto y sin fisuras con su vocación, carisma para dar y tomar y ese complemento siempre agradecido, pero hoy tan necesario para triunfar, que otorga una imagen impecable, moderna pero sin renunciar a la eterna seducción que huye de la vulgaridad de nuestros días.
Puede considerarse bendecida, aunque lo suyo sea sobre todo fruto de la perseverancia, la voluntad y el trabajo. Posee algo del glamour asociado a las divinidades del pasado, por más que a veces le traicione su propia impulsividad, esa natural energía, como pequeñas descargas eléctricas sobre su ondulante cuerpo, que desprende y se traducen en los movimientos inspirados por la propia música: se puede bailar la salida de Juliette en Romeo y Julieta de Gounod, al fin y al cabo se trata de un vals, pero, como en su reciente concierto, esa suerte de «saltitos» danzarines en una ópera como la dramática Norma, están de más.
Suspiros que flotan en el aire
Cuando el otro día, tras el descanso, compareció en el escenario con su ajustado Balmain que solo resistirían las modelos, la melena cobriza bien domada, contoneándose mientras regalaba besos al aire y sonrisas cómplices, se escucharon en la sala algunos suspiros ya olvidados, y hasta se percibió un amago de silbido de otro tiempo, menos encorsetado por la inaguantable hipocresía de la corrección política. No se aprecia en ella atisbo alguno de nerviosismo o inquietud, al contrario, sale al escenario como si entrase por la puerta de casa, cómodamente, dispuesta a seducir a quien se le ponga por delante gracias al completo dominio de sus poderes.
Acostumbrada desde muy joven a la soledad que exige una carrera construida sobre las renuncias, ha convertido el teatro en principal refugio, su verdadero hogar. Y entre todos, y aunque lógicamente muestre especial cariño por el Metropolitan de Nueva York, que le abrió las puertas muy pronto, prefiere los de Londres y París. En esas ciudades percibe, más que en cualquier otro lugar, el aprecio auténtico por la cultura, el peso de la historia que no se improvisa, el calor bien fundado de un público que abarrota las salas en todas sus apariciones (curiosamente ahora, en Madrid, no ha logrado llenar del todo el aforo pese a su indiscutido estatus, algo que seguramente tiene mucho que ver con la actual «burbuja» de los conciertos en la capital, que estallará más pronto que tarde).
Hoy ella misma en bata de casa, a pie de catre, anuncia compungida a sus seguidores el resfriado que le impedirá actuar, ya sea en Florencia o Manila
Sus cuidados estilismos, algunos consejos y hasta «pellizcos» en directo de sus actuaciones suele compartirlos a través de sus propias redes sociales, algo que en su momento comenzó a poner de moda la diva rusa Anna Netrebko, capaz de subir desde una visita al Louvre hasta su última pedicura. En otro tiempo, los artistas cultivaban un cierto misterio que hoy solo se estila ya para las malas series de las plataformas. De algún modo, han resultado útiles para sustituir a los agentes de prensa. Antes, cuando la soprano enfermaba había que enviar una nota. Hoy ella misma en bata de casa, a pie de catre, anuncia compungida a sus seguidores el resfriado que le impedirá actuar, ya sea en Florencia o Manila. Afortunadamente, también en este nuevo formato de la comunicación hay clases. Y las publicaciones de la Sierra suelen destilar naturalidad y buenas energías, al contrario de otras que se sirven de su inmediatez y difusión para descargar su ira contra antiguos amantes, lavar miserias familiares o repetir chistes malos.
Cambio de mánager para una carrera distinta
La Sierra posee personalidad, no tiene prisa, no se salta ningún escalón hacia la consagración definitiva; en última instancia es ella la que decide. Seguramente ni sus nuevos representantes le aconsejan más allá de ocuparse de los números y de que reciba las mayores atenciones de los promotores allí donde actúa. Este mismo año, ha plantado a su anterior mánager, Gianluca Macheda, cuya lista de artistas parece dominar las temporadas españolas, por Askonas Holt, una de esas impersonales factorías de artistas, pero que aún conservan verificable poder de sugestión, del Reino Unido.
Los intérpretes suelen abandonar a sus agentes cuando creen que no cuentan con todo el trabajo que se merecerían. En el caso de esta soprano, ha resultado justo al revés. Con su otrora mánager italiano, que en buena medida contribuyó a forjar su incipiente fama, no se entendió a la larga. Más comerciante que consejero musical, como buen empresario preocupado de las finanzas, él se había propuesto exprimirla a fondo, obtener la mayor tajada marcándole una senda infinita de compromisos (cada vez mejor pagados pero extenuantes), hasta que la mujer, consciente de sus posibilidades, de las limitaciones de un instrumento como la voz, que exige sus propias, inexcusables atenciones y cuidados, dijo basta.
Cree que resulta indispensable implicarse absolutamente en perfeccionar el modo de actuar, el gesto más allá de la voz, la búsqueda de detalles bien fundamentados
Lo dejó casi de un día para otro para calmar así su ansiedad y recuperar el control de su carrera. Eligió ingresar menos (aunque a veces exhibirse limitando las apariciones sirve también para elevar los cachés, cuando la demanda es alta) a cambio de más libertad para poder elegir; tiempo para prepararse concienzudamente porque lo que más le importa es entrar en la historia como una de esas artistas que marcan una época, a través de un legado que apunte a la máxima excelencia. Para simplemente cumplir, ya hay muchas.
Por eso se desespera cuando no advierte en sus colegas el mismo nivel de entrega y rigor, y critica sin reparos, con su creciente autoridad, a esos directores de escena que desperdician el valioso tiempo de los ensayos intentando sacarse alguna nueva ocurrencia de la chistera, en lugar de interpretar fielmente los deseos e intenciones del compositor y el libretista. Eso sí, cree que resulta indispensable, hoy, implicarse absolutamente en perfeccionar el modo de actuar, el gesto más allá de la voz, la búsqueda de detalles bien fundamentados que aporten matices interesantes, como solían hacer los directores de escena de otra época, su adorado Zeffirelli, al que no duda en reivindicar como un ejemplo de ópera bien servida, la que en su opinión solo será capaz de devolver el público a los teatros.
Días de incertidumbre en Madrid, con 'La sonámbula'
Cuando llega a percibir que las cosas no funcionan, la Sierra no duda en reclamar su espacio. Con la joven Bárbara Lluch tuvo sus más y sus menos hace dos años, durante el debut La Sonámbula, en Madrid. De algún ensayo salió algo más que enfurruñada y hasta con ganas de abandonar la producción, pero al final la sangre no llegó al río. El enfoque deliberadamente feminista de la obra de Bellini que aportó la nieta de Nuria Espert solo convenció a sus más acérrimos partidarios, pero en cambio el mayor consenso de aquellas funciones atribuyó el triunfo absoluto a la soprano norteamericana, que encandiló al público con su caracterización de Amina, más próxima a la legendaria encarnación de Maria Callas que otras versiones débiles y edulcoradas.
Ahora ha vuelto a lograrlo, esta vez con una suerte de variado muestrario de sus habilidades, que también alcanzan hasta la zarzuela, el musical y la canción popular, como en sus grabaciones. Pero el rendido público del Real se ha quedado sobre todo con su aperitivo de «Traviata», que ya cautivó a los parisinos en su asunción completa del personaje principal de la ópera de Verdi a principios de este año. En enero del próximo, el Liceo la espera en esta misma ópera, siempre un bálsamo para la taquilla. Seguramente será un acontecimiento, que más tarde se repetirá en Madrid, en verano de 2025.
Falta demasiado, pensarán algunos. Pero el coliseo barcelonés también ha tenido el buen ojo de contratarla para «Sonámbula» y ese esperado West side Story que ya debutó con Antonio Pappano en Roma, y ahora repetirá, esta vez bajo la guía de Gustavo Dudamel. Con tres señaladas actuaciones en esa ciudad durante una misma temporada, parece que la artista hubiese encontrado en el público catalán un fiel aliado capaz de reconocer sus excepcionales cualidades. Todos salimos ganando teniéndola tan cerca, aunque quién sabe por cuanto tiempo. Lo lógico es que vaya eligiendo prodigarse en un puñado de escenarios, los más representativos, con proyectos en muchos casos concebidos para ella. Solo Nadine Sierra sabe hasta dónde se propone llegar. Pero por hora necesita tanto a la ópera, su sustento primordial, como esta de su esmerado arte, frescura y sólidas convicciones.