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El director de orquesta Antonio Pappano, en el centro, rodeado de Kathryn McDowell, directora general de la LSO; Antonio Pappano, director de orquesta; y Sarah quinn, violinista y presidenta del consejo de la LSO durante la presentación de la nueva temporada 2024/25 de la Orquesta Sinfónica de Londres (LSO, por sus siglas en inglés), este miércoles. EFE/Cristina Alonso Pascual

El director de orquesta Antonio Pappano durante la presentación de la temporada de la Orquesta Sinfónica de LondresEFE

Y Sir Antonio dijo basta…

El flamante titular de la Sinfónica de Londres se opone a que la orquesta tenga que dedicar tiempo a cuestiones como diversidad o trabajo social en lugar de ofrecer mejores conciertos

Sir Antonio Pappano (Epping, Reino Unido, 1959) goza de una extraordinaria reputación en el mundo musical. Su labor como responsable al frente de una de las principales instituciones culturales de su país, la Royal Opera House Covent Garden de Londres, en las últimas dos décadas no ha hecho más que consolidar su sólido prestigio profesional. Si allí no le quisieran, tendría muy fácil mudarse a otro lugar donde seguramente le acogerían con los abrazos abiertos ofreciéndole un puesto acorde con sus capacidades. De hecho, durante algunos de estos últimos años uno de sus mayores logros consistió en devolverle buena parte de su pasado esplendor a la Accademia Nazionale di Santa Cecilia, la orquesta romana con la que no solo interpretó estimulantes programas sinfónicos, sino también varias óperas en concierto como aquel Guillaume Tell rossiniano de tan grato recuerdo en el flamante nuevo auditorio de la capital italiana que construyó Renzo Piano.

Menos diversidad y más música

Por eso, consciente de su posición como figura prominente de la cultura británica, Pappano ha decidido estos días hablar alto y claro. Acaba de denunciar que los recortes que en estos últimos tiempos afrontan las instituciones musicales británicas ponen en peligro su viabilidad futura. Y ha aprovechado, además, para señalar algunas viejas prácticas que vienen de lejos, perjudicando sus intereses y buen funcionamiento. Durante la presentación de la próxima temporada de la Sinfónica de Londres, de la que es el nuevo titular (y con la que no hace mucho nos visitó en Madrid en un par de magníficos conciertos), más allá de limitarse a comentar las líneas principales de su programación, ha reclamado que quizá haya llegado el tiempo en que las orquestas deban concentrarse, como en el pasado, en hacer aquello mismo para lo cual fueron inicialmente creadas: interpretar la gran música al más alto nivel posible.

Mientras los políticos de su país se afanan en seguir recortando, temporada tras temporada, las subvenciones destinadas al funcionamiento de las orquestas o a teatros como la English National Opera o la Welsh Opera, Pappano ha reclamado que el Estado, en esa misma medida, asuma ahora sus propias competencias. Ha solicitado al Arts Council England, la institución encargada de repartir los fondos, que deje de centrar el foco en cuestiones como la diversidad o el trabajo social y se preocupe más de las actuaciones, la música. Dicho de otro modo: basta ya de obligar a las orquestas a ocuparse en programar conciertos didácticos, actuar en centros de la periferia o enseñar a tocar instrumentos a los más jóvenes para que los músicos puedan destinar íntegramente ese valioso tiempo a ensayar y ofrecer mejores conciertos a sus abonados y el resto del público que acude a escucharles.

La Sinfónica de Londres no está para educar a los niñosAntonio Pappano

«No es la responsabilidad de la Sinfónica de Londres, la Royal Philharmonic o la London Philharmonic educar a los niños. La tarea del gobierno consiste en empezar a enseñar a los más jóvenes y crear no solo el talento para el futuro sino también público», ha dicho Pappano. El responsable de la Sinfónica de Londres, que ha sufrido un recorte del 12 % de los fondos que le asignaba el Arts Council (la London Sinfonietta ha perdido el 41 % de su subvención), no pone en duda el programa educativo que ya desarrolla la Sinfónica londinense, pero cree que sus esfuerzos se pierden por el camino al carecer de recursos «para llegar a suficientes personas».

Por eso, opina que dejar esta responsabilidad en manos de las instituciones «cuando se trata de corregir algo que debe hacer el gobierno, es injusto». Los organismos fundados para sostener el Arte, en lugar de apoyar a las organizaciones musicales, ocupan su tiempo en «discusiones centradas en la comunidad, diversidad y todos esos aspectos sociales». Con lo cual las otrora pujantes orquestas británicas encaran un futuro, en algunos casos, incierto.

¿Otra consecuencia del Brexit? Puede ser, pero como indica sir Antonio quizá se trate de que cada parte asuma sus compromisos: si el Estado elimina, por ejemplo, la música de los currículos escolares, luego no puede obligarse a los músicos de las orquestas a convertirse en profesores, sobre todo si de lo que se trata no es tanto de hablarle a los niños de solfeo o de Mozart, como de perder el tiempo con asuntos que deberían abordarse en las escuelas o en los propios hogares. Salvo que el deseo de los gobiernos sea que interpreten un Bruckner de peor calidad a cambio de convertirse, también, en trabajadores sociales a tiempo parcial.

El incidente en una orquesta española

¿Y mientras, en España…? A juzgar por lo sucedido, no hace mucho, en una de las principales orquestas del sur del país no parece que estemos tan lejos de lo que ocurre en las islas. Se celebraba en una de las bellas capitales andaluzas uno de esos conciertos didácticos a los que los niños suelen acudir, una o dos veces (si acaso) por curso, con el mismo espíritu lúdico que en otras épocas se solía destinar a las visitas escolares a fábricas, embalses o algún museo relevante.

Lo de menos, en estos casos, resulta escuchar las explicaciones que el trompetista, obligado ese día a interpretar el rol del gorila en el zoo, tiene que ofrecer acerca de tal o cual pasaje del fragmento de la obra seleccionada, y de paso sobre su propio instrumento. El tiempo suele transcurrir entre juegos con el vecino de asiento, alguna burla, risas y reiteradas llamadas al sosiego (más por parte del personal de la propia orquesta que de los profesores-policías, que suelen darse al escaqueo ante las continuas descargas de algarabía; al menos también para ellos debería tratarse de una jornada especial, lejos del infierno de las aulas…).

Como en esta ocasión el jolgorio iba «in crescendo» impidiendo el normal desarrollo de la actividad, parece que al director de aquel concierto, que hasta entonces era el titular de la orquesta, se le ocurrió parar la música, girarse ante su inquieta audiencia y dedicarle una merecida bronca. Pero ese día, en el concierto también estaban presentes algunos padres de las criaturas (quizá se tratase de la modalidad «concierto en familia», a veces no menos agresiva), que se sintieron entre ofendidos y humillados por la «inapropiada» actitud del músico. Y como suele ocurrir en estos tiempos reivindicativos solo de lo insustancial, elevaron la correspondiente queja. El «incidente» concluyó con el despido fulminante del director que, supuestamente, se negó a ofrecer una disculpa a los enojados progenitores. No, no estamos tan lejos, solo que en el Reino Unido tienen a una persona con cierta autoridad, Antonio Pappano, capaz de rebelarse contra algunos de los abusos de la común estulticia.

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