El pianista que desafió a Putin (y murió…)
A finales de julio desapareció el joven pianista ruso Pavel Kushnir, declarado activista contra la invasión de Ucrania y las políticas de Putin, que falleció en una remota prisión de su país
Al acabar el verano, Shostakovich regresa con fuerza a las programaciones españolas: el Liceo programa estos días su estremecedora Lady Macbeth de Mtsensk, mientras los melómanos madrileños aguardan impacientes la nueva visita de la Filarmónica de Viena, que el mes próximo volverá a la capital con la «Décima» sinfonía de este autor, una suerte de repaso a su agitada existencia, ejemplo de la lucha por preservar la independencia, artística y personal, frente a la política; algo que fácilmente podía aniquilarte durante el reinado del terror de Stalin y el de sus pupilos encargados de perpetuar la pesadilla a lo largo del funesto periodo soviético.
Las partituras se Shostakovich transmiten, envueltas en dosis de sarcasmo, lirismo y violencia
La moda no es nueva. Desde hace ya algunos años, la obra del genial compositor ruso se ha impuesto como uno de los testimonios más lúcidos, vigorosos, honestos y cautivadores del arte musical en el siglo XX. Aunque en su lenguaje incorporó ya parte de las coordenadas vanguardistas que terminarían provocando el divorcio entre una parte mayoritaria del público habitual de las salas de conciertos y varios de los apóstoles de la nueva creación, sus partituras transmiten, envueltas en dosis de sarcasmo, lirismo y violencia algo del desamparo, la impotencia del hombre contemporáneo ante esas fuerzas supremas que tantas veces se conjuran contra su natural anhelo de libertad. Y lo hace de un modo que casi nunca llega a comprometer la comunicación franca y directa, pese a que veces parezca embrollarse un poco.
A los dos años ya tocaba el piano
Shostakovich cultiva su propio estilo: indaga, ensancha los límites y provoca, pero sin desdeñar a sus posibles interlocutores, al contrario, intenta seducirles persuadiéndoles en lugar de alejarles, anclado en estériles ensimismamientos. Por todo ello, quizá el joven pianista Pavel Kushnir, durante su breve periplo por este valle de lágrimas, se sintió atraído desde el principio por el legado de su compatriota. Nacido en Tambov, en la Rusia central, hijo de un pianista y enseñante y de una profesora de instituto, Kushnir empezó a tocar el piano a los dos años. A los diecisiete ya deslumbraba a sus oyentes interpretando, en un único recital, los «24 preludios y fugas, op. 87» concebidos por su autor de cabecera, todo un «tour de force» incluso para genios consagrados del teclado.
Lejos de la capital moscovita, (...) prefirió ganarse el pan como pianista de la Filarmónica de la remota Kurgan
Pero a Kushnir nunca le preocupó tanto la carrera como la necesidad de combatir el clima opresivo que parecía respirarse en Moscú, centro del poder, de todas las intrigas políticas, donde cualquier leve insinuación de crítica frente al autoritarismo de Putin podía provocar inoportunas suspicacias hasta impedir cualquier posibilidad de ascenso profesional, sobre todo si pretendía vincularse al amparo de las instituciones oficiales.
Así que más decidido a cultivar la oposición al régimen, sin abandonar su propio país, que a intentar labrarse un gran nombre como solista en el siempre disputado escalafón internacional, buscó empleos en la periferia, primero en ciudades como Yekaterinburg y Kursk. Lejos de la capital moscovita, en cuyo histórico conservatorio había completado su formación musical, durante algún tiempo, prefirió ganarse el pan como pianista de la Filarmónica de la remota Kurgan, y más tarde ocupó un puesto similar en Birobidzhan, hasta que en 2022 le despidieron. El tiempo libre disponible lo dedicaba a intentar meterle el dedo en el ojo al ogro que nunca descansa, ni olvida a sus enemigos, por insignificantes que parezcan.
Firme opositor a la invasión en Ucrania
En los últimos años, la «guerra de guerrillas» de Kushnir (aunque tras su prematura muerte, los cancerberos del régimen se dispusieran de inmediato a identificarle falsamente como un esforzado agente a las órdenes de la CIA), consistía básicamente en manifestarse a través de los limitados recursos a su alcance contra la invasión de Ucrania. Por las noches, siguiendo «el manual del perfecto espía», se desplazaba por la ciudad para exponer panfletos, que él mismo se encargaba de pegar en las paredes de las calles, en los que denunciaba el reclutamiento forzoso de jóvenes rusos para luchar en el frente. En los más subidos de tono, identificaba a Putin con un puro representante del peor fascismo.
En alguna ocasión había comentado a sus exiguas amistades que cuando ponía un pie fuera del hogar, solía observar siempre a un mismo hombre que parecía seguirle los pasos
Dispuesto a proseguir con su voluntarista labor opositora, en otra ocasión el pianista debió creer que las redes le servirían como el medio definitivo para encauzar y difundir mejor sus acerbas críticas. Con el propósito de lograr nuevos partidarios para sus desestabilizadores mensajes, inauguró su propio canal en YouTube. Junto a sus propios comentarios solía publicar vídeos contrarios a la guerra en Ucrania. El día de su detención había alcanzado la nada desdeñable, y seguramente peligrosa, cifra de cinco suscriptores (cuatro de ellos quizá miembros de las fuerzas de seguridad estatales: en alguna ocasión había comentado a sus exiguas amistades que cuando ponía un pie fuera del hogar, solía observar siempre a un mismo hombre que parecía seguirle los pasos).
Su última publicación «subversiva» fue en enero
En su última alocución pública, grabada en enero de este mismo año, la que al parecer colmó definitivamente la paciencia de las autoridades, se había manifestado contra la horrenda matanza de civiles perpetrada por el ejército de su país, en 2022, en el suburbio de Bucha, próximo a Kiev. Quizá por esos días ya tuviera preparada la maleta, como Shostakovich, que durante años esperó angustiosamente, en su domicilio, la inoportuna visita de los miembros de las fuerzas de seguridad para llevárselo a algún destino remoto en el que poder cavilar largamente sobre sus reiterados «desafíos» a Stalin (en su caso, se trataba únicamente de componer según los extraviados designios del sátrapa, sin desviarse ni una nota de las consignas revolucionarias que pretendían dirigir, también, cualquier pensamiento artístico o iniciativa creadora).
En mayo, meses más tarde de su última hazaña subversiva, Kushnir pudo ser visto, a través de un canal de Telegram, mientras se subía a una furgoneta blanca rodeado de varios hombres enmascarados. El mismo medio, supuestamente vinculado con los servicios secretos rusos, informó escuetamente sobre que se había abierto una causa criminal contra él por considerar que estaba involucrado en actividades terroristas. Los cargos nunca llegaron a confirmarse. El artista tampoco dispuso de asistencia legal en el centro preventivo donde le confinaron. En los juzgados de Birobidzhan no consta sumario alguno abierto en su contra por la posible comisión del delito anunciado de manera tan poco escrupulosa.
Poco más se llegó saber de Kushnir salvo que, apenas iniciado el cautiverio, puso en marcha una huelga de hambre, negándose luego también a beber. Ni ninguno de sus carceleros se preocupó por lograr alimentarle de alguna manera, ni durante el tiempo que permaneció allí pudo recibir visitas de familiares o amigos. Como un espectro abandonado a su suerte, falleció el 28 de julio, a los 39 años. Casi una semana más tarde se supo de su trágico final por el testimonio de una activista de los derechos humanos, Olga Romanova, que publicó un artículo en las redes dando a conocer la historia.
Los días de cautiverio, como un esqueleto andante
Quienes pudieron verle en sus últimos días contaron después que parecía un esqueleto andante, sin fuerzas ya casi para moverse. La causa oficial de su fallecimiento resultó el clásico fallo cardiaco. Murió solo, como el triste reflejo de sus inocuos actos de rebeldía, solitarios dardos lanzados contra la gruesa piel, inasequible a sus punzadas, de quien por acción, omisión o ambas, propició el fatal desenlace.
Casi de inmediato, al revelarse su martirio, distinguidos miembros de la comunidad musical, como el director y pianista Daniel Barenboim o la pianista Martha Argerich, entre otros, encabezaron un escrito público de repulsa, que nunca ha tenido respuesta y apenas ha logrado más que una mínima difusión: casi ningún medio importante se hizo eco en su momento de la noticia ni menos de la protesta posterior de sus solidarios colegas. La trascendencia de este tipo de actos no alcanza ya más allá de lo meramente testimonial: los políticos solo quieren escuchar a los artistas actuando en un escenario o, si se diera el caso, mejor apoyándolos públicamente en sus programas sin asomo de moderación o crítica: el resto de sus opiniones personales no cuentan para ellos (ni tampoco para casi la inmensa mayoría de sus seguidores, todo sea dicho).
Como los protagonistas de 'El piano soviético'
Como suele ocurrir a veces, la publicidad posterior ha postergado, al menos en las redes, el cierre de este caso: las visitas al canal y las publicaciones de Kushnir aumentan ahora cada día… y si apareciese alguna desconocida, interesante grabación suya… Quién sabe, incluso con menos se han forjado importantes mitos.
De momento, los bombardeos de estas últimas semanas sobre Kiev, el continuo goteo de cadáveres (de uno y otro bando), no permiten establecer categorías entre los caídos. Un pianista no representa ninguna diferencia en la interminable, anónima lista de bajas; o así piensan quienes han dejado que desaparezca el que quizá podría haberse convertido en uno de los más cualificados intérpretes de otro disidente, Shostakovich.
Pero para eso, Pavel Kushnir tendría que haberse limitado mejor a hacer como algunos de sus colegas retratados en el esclarecedor libro de Luca Ciammarughi, El piano soviético: dejar aparcados sus principios, o ahogarlos convenientemente en vodka, y dedicarse solo a seguir tocando, aunque en ocasiones sus desgraciadas vidas albergaran un insospechado infierno interior, como luego ha podido saberse.