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Daniel Barenboim, en primer plano, junto a Plácido Domingo

Daniel Barenboim, en primer plano, junto a Plácido DomingoGTRES

Barenboim, sus circunstancias y algún olvido

La concesión de la Gran Cruz del Mérito Civil al genial director y pianista de origen israelí despierta cierto recelo sobre sus excelentes relaciones con el socialismo español

El Gobierno acaba de concederle a Daniel Barenboim la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil. Lo ha hecho «en atención a sus méritos y circunstancias», que seguramente será la fórmula empleada comúnmente en estos casos, pero admite todos los matices y alguna suspicacia.

Sobre las capacidades musicales del maestro nacido en Buenos Aires nada se debería objetar, sino todo lo contrario. Lleva en la profesión desde que se presentó ante el público de su ciudad natal en pantalón corto, poco antes de sorprender a Wilhelm Furtwängler con su precocidad durante una temprana visita al Festival de Salzburgo. Y así ha seguido hasta hoy, surfeando siempre entre la élite que se reparte los grandes acontecimientos musicales de Viena, París, Milán y Nueva York (o en su caso Chicago, de cuya orquesta, una de las llamadas «cinco grandes» de EE. UU., llegó a ser responsable).

Hace unos meses realizó un amago de retirada que se concretó en el abandono de su principal puesto durante su última etapa, la titularidad de la Staatsoper unter den linden de Berlín, que él rescató de la irrelevancia hasta devolverle los pretéritos esplendores que le correspondían como centro lírico de referencia. Y de paso situó a su orquesta, la venerable Staaskapelle, entre las primeras europeas, según atestigua, por ejemplo, el extraordinario logro discográfico de la integral de las sinfonías de Beethoven que grabó junto a ella.

Una referencia en Mozart y Beethoven

Ahí, entre Beethoven (también las sonatas para piano o los conciertos grabados con Klemperer son referenciales en su faceta pianística) y Mozart (de nuevo los conciertos, pero sobre todo las óperas), se sitúan algunas de sus principales aportaciones. Sin olvidar ni sus fundamentales lecturas wagnerianas (de las que en Madrid guardamos inolvidables recuerdos de una época irrepetible en el Teatro Real) ni la atención que ha dispensado a la creación de su tiempo, al mostrarse como uno de los principales partidarios de las composiciones de Pierre Boulez.

Estos días, aunque conserva algo mermadas las prodigiosas facultades (sobre todo como director), por sus recientes quebrantos, aún ofrece conciertos de vez en cuando. Y publica algunos libros muy interesantes, como ese que el año pasado reseñamos aquí mismo, La música despierta el tiempo. Un ensayo que ofrece estimulantes reflexiones acerca de la interpretación de Mozart y Schumann junto a amenos retratos de los citados Furtwängler o Boulez, a la vez que condensa lo fundamental de su pensamiento filosófico y político.

Este último podría resumirse en su permanente defensa del diálogo como la mejor vía para intentar resolver conflictos largamente enquistados, y entre todos uno que le atañe particularmente por tratarse él mismo de un judío, aquel que tiene que ver con los palestinos. Incluso contribuyó con su granito de arena a la idea de una hipotética paz mediante la creación del Diván, una orquesta que reúne a jóvenes árabes, judíos y cristianos para dar ejemplo de que, si es posible reunirlos para hacer músico juntos, también debería serlo que lograran entenderse en otros asuntos.

Las circunstancias de la política

«La inclusión de todas las partes en un diálogo, sea en el ámbito de la política internacional, sea en el plano de la conciencia individual, no es garantía de perfecta armonía, pero crea las condiciones necesarias para la cooperación», ha escrito. En el proceloso escenario de la política activa es donde quizá el Consejo de Ministros haya puesto ahora la vista al reconocer a Barenboim. Lo que denomina «sus circunstancias».

Sabido es que ningún gobernante suele dar puntada sin hilo, y seguramente Sánchez y sus colaboradores han pretendido situar al director en la órbita del progresismo militante. Algún motivo tienen, porque sobre todo en tiempos de Zapatero, Barenboim solía prestarle consejo a Bernardino León, a su vez «sherpa» del hoy reconocido colaborador de Maduro. León se convertía en su sombra cuando actuaba en España: lo mismo le visitaba en Santiago de Compostela, que lo acompañaba a las cenas madrileñas con el melómano Gallardón, en sus tiempos en la Comunidad.

¿Barenboim socialista y, por tanto, ahora distinguido con esta Gran Cruz? Si tenemos en cuenta que en su día llamó a François Mitterrand casi paleto por pretender obligarlo a que en la parisina Ópera de La Bastilla solo programara a autores franceses (cuando se negó, el presidente lo echó); y que en reiteradas ocasiones elogió públicamente a la democristiana Angela Merkel por el apoyo incondicional que esta le había mostrado en su paso por la Staatsoper, mediante la asignación de magníficos presupuestos, parece difícil pensar que un hombre con su infalible astucia para los equilibrios se preste a ser engullido por unas únicas siglas partidistas.

Un olvido imperdonable

En estos casos, la música sabe siempre nadar y guardar la ropa apelando a la universalidad de su mensaje con la posibilidad de trascender la palabra, esa esclava inconveniente (algo que va muy bien para no tener que mojarse). Pero ya puestos a valorar el trabajo de grandes directores, no habría estado de más que el Gobierno recordase, por ejemplo, a uno que murió el pasado verano sin que hubiera recibido ningún destacado homenaje oficial (salvo la precaria dedicatoria de unas funciones de una zarzuela en el teatro de la calle Jovellanos y el nombramiento honorífico, a título póstumo, que le brindó la Orquesta de la RTVE).

Miguel Ángel Gómez Martínez posiblemente no tuviera la carrera de Barenboim, si bien la suya fue de las más brillantes que llegase a realizar nunca un director de orquesta español, con puestos muy relevantes en varias instituciones europeas, como la Ópera de Viena, de la que fue nombrado invitado permanente. Es cierto, como también que seguramente hizo mucho más que el israelí por difundir, aquí y fuera, el rico patrimonio musical hispano. Quizá pueda quedar algo paleto afirmarlo, pero nunca está de más incluir en los reconocimientos a los buenos de casa.

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