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César Wonenburger
Historias de la músicaCésar Wonenburger

El silencio de Bach

Afortunadamente, por estas fechas aún suelen prodigarse las interpretaciones de las Pasiones de J.S. Bach, como la de san Juan, que acaba de ofrecerse en Madrid

Actualizada 04:30

“La Pasión según san Juan” de Bach, en el Auditorio Nacional

«La Pasión según san Juan» de Bach, en el Auditorio Nacional

«La belleza es una rezagada». Pienso en esta frase de Byung Chul Han, contenida en uno de sus recientes libros, La tonalidad del pensamiento, donde comienza por referirse a su íntima, estrecha y profunda relación con la música, al recordar la interpretación que el pasado jueves se acaba de ofrecer, en Madrid, de nuevo, de La pasión según san Juan de J.S. Bach.

Efectivamente, «no es hasta un tiempo después cuando las cosas revelan su fragrante esencia, compuesta de sedimentos temporales de lenta fosforescencia», como indica el filósofo coreano. Y el recuerdo que me acompaña desde la interpretación que sirvieron los excelentes Vox Luminis y la Orquesta Barroca de Friburgo no es ni siquiera el de algún instante musical concreto, sino de un silencio.

«¡Todo se ha consumado!», proclama Jesús al final del recitativo, como en el Evangelio. Y acto seguido, el contratenor, Alexander Chance, regresa a reiterarla: «Es ist vollbracht!», justo al inicio del aria, uno de los fragmentos más justamente aguardados de una obra pródiga en sutilezas, encanto poético y misterio a partes idénticas.

Pero justo antes, entre una y otra exclamación, tiene lugar un silencio que nunca había sonado, para mí, así (los silencios son parte esencial de la música, también «suenan»), no con un sentido tan trascendente como perturbador.

Las dudas de Pilatos, el hombre y su ambigüedad

La flexible, rica, abrumadora paleta de Bach, aplicada a su aguda percepción del drama, casi nos deja sin aliento al plasmar, un poco antes, la larga escena en la que el Mesías se presenta ante Pilatos, donde se concentra la fuerza esencial de los poderosos coros aquí empleados.

(El siempre admirado John Elliot Gardiner, uno de los mayores intérpretes de este compositor, considera, al igual que Robert Schumann en su día, que la «Pasión según san Juan» es «la más radical» entre estas obras, pues ofrece «una de las amalgamas más audaces y complejas de narración de una historia y meditación, religión y política, música y teología, que se han hecho nunca»).

En la vehemencia de los acentos, a través de las voces, se precipita una violencia desconocida en este autor, sinónimo de la experiencia contemplativa. Su talento teatral habría desbancado al de los mayores creadores de óperas de su tiempo, de haberse prodigado. La turba se ensaña con el elegido, exigiendo la inmediata condena que propicie la desaparición física del rebelde, el discrepante, aquel que con la única fuerza de la verdad los sitúa a ellos ante el espejo intolerable de sus propias contradicciones, defectos y miserias.

El gobernador romano cede a regañadientes. No es aquí solo el cruel comisionado del poder tiránico que tantas veces ejercen los hombres, como se le suele representar en las más diversas obras artísticas: la entereza con la que el nazareno asume su destino, su calma no resignada, la firme elocuencia de su sencillo discurso desarman al ambiguo representante imperial y le conducen hasta la duda.

Pero la enardecida muchedumbre no cede, se impone con sus artimañas al señalarle que cualquier desvío, el más leve titubeo en la aplicación de la impuesta ley romana, podría suponer un inaceptable desafío a sus superiores. Aun así, Pilatos intentará incluso forzar un último recurso, al proponer el intercambio que podría salvar al reo. La turba no vacilará, redobla su furor y prefiere al delincuente, Barrabás.

La perfección al alcance de un solo creador

En ese instante se suceden las vejaciones hasta la victoria final del humillado. Ningún dolor puede mancillar la dicha alcanzada por el único que conoce su propio destino redentor. «Es ist vollbracht! ¡Todo está consumado!»

Y entonces, entre la frase exultante que pronuncia Cristo y el inicio del aria, con la viola «da gamba» acompañada solo por el continuo, que comienza repitiéndola, se produjo ese silencio demorado cuyo recuerdo todavía me acompaña desde entonces.

Será acaso El Silencio de Bach, al que se refería Pere Portabella en su inclasificable pero hermosa película; o quizá el magno asombro derivado de haber vuelto a advertir, ahora, a través del contacto con una interpretación extraordinaria, aquello que ya pronunció Paul Hindemith a propósito de la música del Cantor de Leipzig: «La visión hasta sus últimas consecuencias de la perfección al alcance el hombre».

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