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El Real Madrid empata a cero y resisten las embestidas del submarino amarillo

El Real Madrid empata a cero y resisten las embestidas del submarino amarilloEFE

Real Madrid 0-0 Villarreal

El Madrid se pierde en el espacio amarillo

Los blancos resisten a un gran primer tiempo de los visitantes y alcanzan el empate para seguir líderes

Valverde en el lateral derecho era la principal novedad del once del Real Madrid. La primera pelota la falló, pero Casemiro compensó la pérdida. Un minuto después volvían a ganarle por la espalda al uruguayo. Luego decidió cambiar el juego por alto, como si hubiese decidido cambiarse la raya de lado, y pareció otro. Él y el Madrid. En cuanto Vinicius toma la pelota se estira todo, con Benzema, su institutriz, siempre guardándole de cerca.

El Villarreal avanzaba con seguridad, levantando alto los cascos como caballos en fila de una Guardia Real. Hacía bien el relevo, obligando a los defensas a guiñar un ojo en el microscopio para atender los fueras de juego. Una relajación defensiva en el medio campo de Asensio permitió el avance del felino Danjuma, que se coló entre el mallorquín y Valverde para batirse con Courtois, que sacó una mano inspectorgadgética y velocísima, impropia de su envergadura.

Los visitantes rondaban la portería del belga como si vinieran de Mad Max y dentro de ella hubiera un montón de gasolina. Se veían las plumas e incluso los cueros y se oía el ruido de los tubos de escape. De la presión salía el Madrid con cierta tensa facilidad a pesar del peligro. Rodrygo por la derecha parecía un astronauta, ingrávido en sus movimientos. Hasta ocho jugadores castellonistas rodeaban el área del Madrid. A veces había un cráter lunar en el centro del campo madridista y otras veces una discoteca.

Casemiro hacía aspavientos a los suyos y poco después vimos, aunque ya lo sabíamos, por qué. Subían los amarillos como en una yincana juvenil. El Madrid, desarmado, no se reconocía. Se miraba en el espejo como aquella mujer en Desayuno con Diamantes que lloraba al descubrir que se le había corrido el rímel. Ese era Vinicius, que alternaba espaldiñas con rabietas. Valverde salía de su posición como un niño del colegio arrancándose la corbata.

Y en esa ansia de libertad se atisbaba la emoción que faltaba. Y hasta el remedio. El empate era ideal para el Madrid, la oportunidad con la que cerró la primera parte para revertir un asunto que, más allá del moderado dominio del rival, quizá hubiera podido cambiar de signo si los múltiples árbitros presentes, así en la tierra como en el cielo, hubieran considerado la tunda que le propinó Albiol a Nacho en el minuto 36.

Camavinga ocupa el centro vaciado

Los Ancelotti, padre e figlio, le decían qué hacer en la banda a Camavinga, que salió por Rodrygo. Su entrada pareció rellenar de inmediato el cráter central de la primera parte. Foyth vapuleaba (¿a quién no?) a Vinicius delante de Gil Manzano que no quiso ver ni amarilla. Parecía cegado el árbitro por el color refulgente de los de Emery. Por dos veces cabeceó un Madrid distinto. Primero Militao en plancha y después Benzema.

Parejo se desgañitaba de dolor en un encuentro con Valverde donde el uruguayo recogió las piernas mostrándole al mundo, frente al canterano, qué es la nobleza. Consiguió el Villarreal acercarse por primera vez en la segunda mitad con Danjuma bien arriba de palomero, pero allí estaba Courtois. Se marchó del campo Alcácer, que un minuto antes no supo qué hacer en la terrible soledad del área pequeña.

Modric entre líneas como un mensajero entre las trincheras de Galípoli enardecía el ambiente, que era otro. Camavinga parece que sabe hacerlo todo, sus progresos son como ver la vida de un niño en diapositivas. Se marchaba Luka a descansar de su derroche habitual y aparecía Hazard. El día de Vinicius no era fructífero, pero sí inclemente para los de Castellón. El relámpago, el trueno, siempre amenazando por el oeste.

Camavinga la pisa con un aire a Pogba, como gacelístico, pero más inteligente. Hazard le rompía la cintura a Capoue como un rompemichelines, que era como llamaban a Gento. Robaba Eduardo y encendía los ánimos de todos. Isco remataba, y luego Vinicius. Nacho rebañaba un balón a Peña que daba el repelús madridista del ojo de Buñuel.

El Madrid se hizo fuerte alrededor del área villarrealista en el descuento, pero todo terminó como estaba: comprimido en su táctica e inquebrantable conserva.

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