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Cómo no te voy a querer

Esta columna será Real y madridista, más blanca que el merengue de la cafetería Aguirre de Irún

Actualizada 11:51

Queda acreditado por la experiencia que las relaciones más sólidas son aquellas que van de cara, las que no ocultan –casi– nada. La vida más larga no es aquella que dura más tiempo, sino la que va de frente, porque es la más verdadera. Por eso para empezar esta columna, que tiene vocación de forjar una relación duradera, es importante que nos conozcamos bien, que las cartas estén boca arriba y nadie se llame a engaño. Aquí están convocados los devotos, los que profesan la fe verdadera; veteranos y noveles que conocen el misterio de la vida y del fútbol, valga la redundancia. Como los tiempos lo requieren, la vocación es inclusiva, y se aceptan curiosos y huérfanos, serán abrazados los descarriados con voluntad de enmienda. En resumidas cuentas, esta columna será Real y madridista, más blanca que el merengue de la cafetería Aguirre de Irún.

Por explicar qué hace un tipo como yo en un lugar como este, contaré que mi madre, con cinco hermanos más, llegó a Irún desde el Puente Vallecas siendo niña. La Renfe en la que trabajaba mi abuelo transportaba personas y también cambió sus vidas. Con los años la familia se desperdigó, se fue, voló, salvo mi madre, que arraigó en la frontera, que es como quedarse en medio de nada, o de todo. Si para Machado su infancia era el recuerdo de un patio de Sevilla, para mí es una camiseta blanca donde mi abuela materna pegaba el escudo del Real Madrid con la plancha. En el lado del corazón. Cada vez que volvía de Madrid a visitarnos, traía en la maleta una camiseta de las de antes, de esas que sostenían a puro huevo el peso del escudo, que es toda la Historia resumida.

Como en los versos de Jaime Gil de Biedma, que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde, concretamente cuando te tiran piedras en el colegio por llevar esa camiseta. Hoy que vivimos en un mundo de ofendidos preventivos, de polarización creciente, de ruido y furia, otro día cuento la versión original de todo.

Y en estas estamos, viviendo en Madrid –aún no me acostumbro a ver el fútbol en un bar y no ser el único que celebra un gol–, esperando a repetir la historia y llevar a mis hijos donostiarras a pasear por Chamartín y ver jugar a su Madrid, cuando renace El Debate y me regalan escribir una columna sobre mi Madrid. No sé, yo lo voy a disfrutar, ojalá ustedes también. Cómo no te voy a querer.

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