Bjarne Riis: el ciclista que destronó a Induráin y admitió haberse dopado durante toda su carrera
El que podía ser el sexto triunfo consecutivo en el Tour de Francia del ciclista navarro significó su caída y la victoria del corredor danés, quién años después confesó haber tomado EPO desde 1993 hasta 1998
Hace quince años Bjarne Riis, ganador del Tour de Francia en 1996, confesó que se había dopado durante toda su carrera. Especialmente con EPO durante 1993 y 1998, los años de su sobrevenida explosión. Por esta razón el Tour de Francia dejó de considerar válido su título, aunque el ciclista danés siguió (y sigue) apareciendo en el palmarés pues la decisión de borrarlo del mismo depende de la UCI, que tres lustros después sigue sin manifestarse al respecto.
«Consideramos en términos filosóficos que él ya no puede afirmar que ganó», dijo entonces el portavoz de la ronda francesa: la filosofía contra el dopaje. De aquel poderoso equipo Telekom que destronó a Induráin en París también formaba parte Erik Zabel, que un mes antes que Riis, había confesado sus trampas del mismo modo.
Hautacam
Pero quien deslumbró verdaderamente en aquella edición fue otro compañero del equipo alemán, Jan Ullrich, el que parecía el auténtico sucesor del navarro, al que solo las órdenes de equipo y un minuto y cuarenta segundos le impidieron subirse al primer lugar del podio en lugar de al segundo. Al año siguiente, Ullrich se resarció en el que parecía el primero de muchos triunfos del talentoso contrarrelojista que «se defendía» en la montaña con el mismo estilo de Induráin, pero la aparición de Lance Armstrong acabó con sus esperanzas, a pesar de los sucesivos intentos.
Se dirimía la carrera que podía consolidar a Induráin como el mejor si conseguía ganar el sexto Tour consecutivo
En 1995 Bjarne Riis ya había avisado con un tercer puesto en París. La temporada siguiente se dirimía la carrera que podía consolidar a Induráin como el mejor de todos los tiempos si conseguía ganar seis Tours de forma consecutiva. En la etapa de Hautacam, la de la primera gloria del navarro, Laurent Brochard puso un ritmo fuerte de los que le gustaban al español, que le seguía, desprovisto de gregarios, marcado por Virenque, el rey de la montaña, y Ullrich.
Alex Zulle iba por delante ya sin posibilidades. Faltaban 10 kilómetros e Induráin se colocó en primera posición para tirar del grupo y marcar un ritmo alto, su arma contra los demarrajes. Más adelante un tapado y ya líder Riis comenzó a acelerar haciendo una pequeña selección en la que Induráin se mantuvo. Riis aceleraba y paraba. Parecía estar jugando con todos, incluido el pentacampeón, al que miraba desafiante, volviendo la cabeza, de pie sobre la bicicleta con un gozo indisimulable.
Fue cuando un Riis insultante se dejó caer en el grupo para de repente saltar con facilidad sobrehumana
El mayormente circunspecto Riis parecía disfrutar con aquella sensación de poder indescriptible. A sacudidas iba dejando el pelotón hecho jirones. Induráin resistía en ese levantar suyo tan característico como si pedaleara dentro de un tubo. Fue cuando un Riis insultante, se diría que incapacitado para tomarse con discreción su química e impresionante superioridad, se dejó caer en el grupo para de repente saltar con facilidad sobrehumana. Allí se partió para siempre el gran Miguel, que se encerró para siempre en la intimidad de sus gafas de sol, bajo su gorra de ciclista antiguo, para continuar subiendo en solitario en cuerpo y alma, digiriendo su caída.
Induráin ya se estaba marchando
Cuando el español llegó a la meta, a más de un minuto y medio de Riis, el ganador de la etapa y virtual ganador del Tour, se le vio continuar pedaleando hasta el box de su equipo. Tranquilo y ajeno (se diría que cómodo en la derrota) a los oropeles del triunfo con los que durante los cinco años anteriores había sido agasajado. Con una libertad tan natural como su dominio recién acabado, Induráin ya se estaba marchando, preclaro como siempre sobre la bicicleta.
Pero aún le quedaba ser campeón olímpico de contrarreloj en los Juegos de Atlanta con la autoridad de los ya viejos tiempos. Abraham Olano fue segundo, a pocos segundos, donde el hacía tan solo unos meses invencible Riis solo pudo ser decimocuarto, a más de tres minutos y medio de Induráin, sin rastro de la efímera y pobre soberbia de su, pese a las apariencias, ínfima victoria en el Tour y aquel día en Hautacam.