Cómo el baloncesto se desniveló y el ataque le ganó la partida a la defensa
El juego, en su constante evolución, ha visto como el juego de ataque se ha expandido hasta límites tan amplios que la defensa ya es incapaz de contener
Todo deporte de equipo está construido bajo la idea de una batalla igualada entre el ataque de un conjunto y la defensa del rival. Es la base del deporte, una lucha igualada entre una fuerza y otra, un equilibrio sobre el que competir. Ocurre, sin embargo, en la constante evolución propia del ser humano, que en ocasiones esa balanza se desnivela y uno de los lados la inclina a su favor. Es lo que ocurre actualmente con el baloncesto, con una explosión del juego de ataque que no avista límite, y que está llevando al baloncesto a preguntas para las que no tiene respuesta.
Como siempre, para entender el presente, hay que revisitar el pasado. En la década de los 90 los Detroit Pistons lograron un meritorio bicampeonato construido en torno a su férrea y agresiva defensa. Como todo lo que vence crea tendencia, el resto de la liga se sumó a esta corriente. Al cabo de 10 años, cuando el método se había retorcido hasta la perfección, sumado al adiós de Michael Jordan, el vacío ofensivo era tal, inoperante ante una defensa que protegía la zona con su vida, que el juego necesitaba una revolución ante el riesgo de colapsar. Y como en toda revolución, habría un cabecilla, que en este caso llevaría el nombre de Mike D´Antoni.
D'Antoni era el entrenador de aquellos Phoenix Suns que, guiados por Steve Nash en pista, abrieron nuevos caminos en los ataques. Un ritmo de juego endiablado, rapidísimo, bajo la filosofía del Seven Seconds or Less, que buscaba causar en el rival la sensación de que todos sus atacantes se resolvían en un máximo de siete segundos. Esta explosión del ritmo salvó a la NBA de la quema y permitió volver a florecer al ataque, igualando la batalla contra la defensa. Haría falta una segunda revolución para que los primeros le ganaran definitivamente la batalla a los segundos.
Esa segunda revolución iba a llevar la cara de Stephen Curry, uno de los jugadores más importantes de lo que llevamos de siglo, aunque realmente iba a ser forjada en libros y despachos. La estadística avanzada, que apenas ahora está empezando a rascar la superficie en el fútbol, iba a impulsar al baloncesto hasta ritmos desconocidos, y lo iba a hacer bajo un lema tan simple y a la vista de todos como escondido y oculto: «Un triple vale más que una canasta de dos puntos».
Bajo esa definición tan simple, el baloncesto iba a cambiar. El volumen de tiros de tres, con Curry como paradigma de la perfección, iba a alcanzar unas marcas nunca vistas hasta entonces. Todos los jugadores, hasta los altos habitualmente acostumbrados a rebotear y merodear la canasta, iban a tener que aprender a tirar de larga distancia para sumarse a la evolución del juego. La explosión del triple iba a ser tal que, en 2019, los Houston Rockets, un equipo diseñado y construido para batir a los Warriors de Curry, iba a finalizar la temporada regular (82 partidos) con más tiros de tres que de dos. Algo absolutamente inimaginable en el pasado. El entrenador de esos Rockets, por cierto, era...Mike D´Antoni.
En realidad, lo que dice la estadística avanzada es que un tiro de media distancia, algo tan característico del baloncesto del pasado, es «un tiro mal hecho». O se buscan canastas debajo del aro, asegurando los dos puntos, o es preferible irse a la línea de tres puntos y buscar el premio mayor. Entre tirar a cinco metros de canasta un tiro que vale dos puntos, o tirar a siete metros uno que vale tres, la estadística opta claramente por la segunda opción. La media distancia desapareció de nuestras vidas.
Las defensas, acostumbradas a patrullar el aro y proteger sus inmediaciones, han visto como progresivamente su rango de acción se ha expandido hasta límites inimaginables hace años. Obligados a salir fuera, cada vez más lejos, para tapar los intentos de triple, dejan espacios cerca de la canasta que el ataque siempre encuentra para penalizar. Si prefieren quedarse cerca y proteger las inmediaciones, el rival te penaliza desde lejos. Es una ecuación de imposible solución.
Se tiende a mencionar que en la liga estadounidense no se defiende y, si bien es cierto que en la larguísima temporada regular la tensión y la concentración disminuyen, no es que los equipos no defiendan, sino que el arsenal ofensivo se ha expandido tanto, cubre tanto campo, que la defensa aún está por descubrir soluciones que capeen el temporal.
Los números no mienten. Se marcan más puntos que nunca, las remontadas son más viables, las distancias más volátiles y los parciales más extensos. Son numerosos los entrenadores que se han pronunciado en este sentido. «Hay demasiada ventaja para los jugadores de ataque» dijo Steve Kerr, técnico de los Golden State Warriors; «Todos hacemos lo que la estadística avala» menciona Gregg Popovich, entrenador leyenda de los San Antonio Spurs.
El triple se ha convertido casi en una enfermedad, un virus que hay que combatir. Ahí está Tom Thibodeau, entrenador de los New York Knicks, enfrentando el presente con un baloncesto del pasado que sigue dando prioridad a la defensa, lo que provoca que, eventualmente, sus partidos se conviertan en una máquina del tiempo que nos transporta a las entrañas de la década de los 90.
Nadie está padeciendo más esta revolución del juego que la defensa, indefensa ante el colosal avance del ataque. Porque mientras este último ha hecho de cada centímetro del pabellón una posibilidad de canasta, la defensa se ve obligada a multiplicarse y aparecer en demasiados sitios a la vez. Una problemática de difícil solución ante una revolución que ya es actualidad y regla de un juego que nunca se cansa de evolucionar.